Algunas
tardes la veo en la sala de la Biblioteca... Ella, con su carpeta y la melena
larga, va todos los días; me dicen otras voces que es trabajadora y muy
constante, no lo sé, únicamente la veo, la miro, observo su mirada al frente
memorizando letras, a veces frases algo complejas de sintaxis o de filosofía,
ella sabrá. Sus manos al escribir esos endiablados apuntes de Literatura. Me
sonríe desde el día en que se dio cuenta de que también yo voy, se ha
acostumbrado a mi presencia; algunas tardes llega tras de mí ─de nosotros, pues
no voy sólo─ y elige el pupitre contiguo. Fuma, lo sé por sus salidas; creo,
incluso, que tiene novio por tanta visita al whatsapp. Caí en la cuenta de que
no está sola, de que la acompaña su generación: la chica que se toma cientos de
selfies cada semana; la chica que
viste ceñidísima y apenas se queda una hora; el grupito de habladoras; la que
se lleva el ordenador… caigo ahora en la cuenta de que no van los chicos y eso
que algunos hay, pero somos de otra dimensión (antes decíamos generación). El caso es que empecé a agobiarme
por tanta juventud, con el divino tesoro de reír por nada concreto… hasta que
empezaron a saludarme, a sonreír conmigo, a preguntarme dudas, a preguntarme
inconfesables… y comprendí que la edad es cosa de la mente, menos los días
pares, en que Hacienda te llama por tu DNI.
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