Supongo que mi emoción será similar a la de sus orígenes hace siglos, pero me sigue fascinando viajar en tren: a Málaga, León, Gijón, Madrid... Mientras leo, o tomo un café humeante, incluso mientras escribo -a veces, hasta escucho música a la vez que contemplo el paisaje-, me parece notar la percepción de que todo está cerca, muy cerca; que el mundo es de verdad un pañuelo, cuando en el siglo XIX o el XX ese mismo trayecto se hacía en días... Gente que habla a voz en grito; estudiantes que repasan; alguien que ve la película; un niño que corretea y una adolescente que teclea el móvil a mil por hora... Es el mágico mundo del tren, cada día con menos retrasos, cada día más cerca Atocha de cualquier punto del país... A veces, sí, hay tiempo hasta de conversaciones intensas, interesantes; otras, para pensar de qué me sonará a mí la cara tan bonita de esa chica, que debo haber visto antes... Ese mundo que lo mismo da para un Asesinato en el Orient Express o para El viajero de Leicester (de Juan Pedro Aparicio)... Pero... me paro, levanto el bolígrafo del papel, miro el mapa y me digo: "ese lugar de ahí, el de los conquistadores y el jamón ese tan bueno; el sitio en donde desde época romana representan teatro; ese lugar llamado Extremadura, ese, no tiene un tren decente; no tiene un tren para inventar, un tren para vivir vidas imaginarias o para ligar, o simplemente para ir de turismo"... Extremadura, pienso, se merece el mismo tren que los demás... porque mientras hablamos de cosas que ya cansan, los extremeños están perdiendo el tren.
2 comentarios:
No veo tanto romanticismo en el tren, quizás por las largas horas que he pasado en él, pero te doy toda la razón: Extremadura se merece el tren.
Claro que lo merece...
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