Es como si, de repente, algunas cosas sonasen así como "el teléfono al que usted llama no corresponde a ningún abonado". Ese es, entonces, el momento en el que lo cotidiano empieza a tener un sonido distinto... La habitual acción de apagar un cedé de música de los años noventa me lleva a fijar la mirada en una orla universitaria: allí está una promoción cualquiera (con más mujeres que hombres, anoto), de una determinada especialidad; descuelgo el cuadro y voy uniendo el rostro de cada quien no con su nombre, abajo firmante, sino con el recuerdo que tengo de ellos y entonces caigo en que posiblemente no tenga un recuerdo nítido de muchos de ellos; tampoco la ciudad que nos acogió es ya la misma, ni todos habitamos sus largas avenidas, unidas por autobuses y líneas coloridas de metro. Fueron saliendo de la escena, como del teatro, dejando paso a otros que llegaron con la misma sutileza con la que se marca el mutis, por el foro. De pronto, lo cotidiano de una quedada, de un café en el centro, de un paseo por el Retiro, de una noche en Alonso Martínez, de un par de besos, de un congreso en que se confundían los apuntes suyos con los míos... todo ha cambiado, incluida la factura del teléfono, la mirada en el espejo y los amores que vinieron y quién sabe si ya vendrán nuevos. Dejo en su sitio el cuadro y voy contando con los dedos los años transcurridos, con los sonidos de sus cosas, con los murmullos de sus gentes y tengo para mí que no es tanto... ¡Pero ha pasado tan rápido!
3 comentarios:
Me ha entusiasmado poder ahondar en tus recuerdos, aunque haya algo de ficción en ello.
Genial definición en la esfera del tiempo, una rueda giratoria, imposible de parar.
Un abrazo.
Pilar Contreras
Gracias a las dos ;-)
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