Aquella mañana me planteé hablar seriamente con el dueño del restaurante americano en donde solía comer ese invierno del dos mil y... Sinceramente, me resultaba interesante ir a Molly's -por ejemplo- y que me recibiesen con un vaso de agua con limón, mientras me ofertaban todo tipo de platos típicamente norteamericanos. Al fin y al cabo me tenía que adaptar al entorno ('donde fueres haz lo que vieres') y disfrutar la ocasión. Aquel invierno me resultó fascinante descubrir que existen noventa y seis tipos diferentes de kétchup (yo adopté la costumbre de comprar el de la empresa de Paul Newman; sí, sí, el del mismísimo Paul...) y de igual modo resultaba espectacular conocer mil maneras de preparar una hamburguesa. Ahora bien, un día y otro y otro y otro... ¡Te saturas, qué narices! Así que me armé de valor, entré en Molly's y le dije a la simpática y hermosa camarera de todos los días que hiciese venir a su jefe, lo cual sucedió dos o tres minutos más tarde: "Quiero un plato de lentejas; unas lentejas, me muero por unas lentejas, el plato que nunca me como en casa... ¡Ese! Pídeme lo que quieras, pon el precio, pero quiero saber qué hay que hacer en Nueva Inglaterra para comer un plato de lentejas..." El jefe me miró fijamente, sonrió primero y más tarde rompió a reír a carcajadas: "Te prometo que mañana tendrás lentejas para comer". Y así fue cómo me comí el plato de lentejas más caro de mi vida (20 dólares USA) y, al mismo tiempo, el más fascinante de todos cuantos he comido nunca. También me quedó claro que en los States, con varios billetes de veinte pavos en el bolsillo encuentras lo mejor...
2 comentarios:
Jejejeje, ¡curiosa y divertida anécdota!
Gracias ;-)
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