Con el tiempo decidí volver por aquel lugar, pese a haberme prometido no hacerlo. Recibí un premio en una ciudad cercana y no tuve inconveniente en parar allí. El sitio, recogido y poco poblado -casi desierto-, contaba dos o tres centenares de habitantes. Entré en el único bar del entorno y pedí un café, tras esperar unos minutos en que el camarero discutió con un parroquiano sobre el Valencia-Barsa de la noche anterior. "Usted es el del periódico", me dijo con seguridad, lo asió y me lo mostró: allí estaba yo, siendo entrevistado por un periodista. Con poco entusiasmo le respondí que sí, sonreí y me volví para mirar la plaza desde la ventana. La chica, ahora algo mayor, vestía como en los veranos de los novena; supe que era ella por sus piernas -que alguna vez había acariciado-, lo confieso. Recordé otros tiempos, otras conversaciones... "Esa es María, la hija del herrero, que se ha divorciado y ha vuelto al pueblo", dijo el camarero, secando un vaso con parsimonia y como si hubiera adivinado lo que yo estaba pensando: "es buena muchacha", añadió mientras entraba en la cocina. Miré el reloj, avisé y pagué el café. Cuando iba a salir el hombre añadió un "a ver si no tarde usted tanto en volver por aquí". Subí al coche, aceleré y me dirigí a Barajas.
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