Mientras el café sube, ahora rápidamente en la cafetera italiana de la cocina, empiezo a darme cuenta de algunas cosas. A veces pasa cuando el silencio invade mi casa y, por poco que acierte, eso le ocurre a mucha gente. Mientras el café humea oloroso y la cucharilla desmenuza el terrón de azúcar en el fondo de la taza, empiezo a recordar los momentos de conversación; o como se me mira lentamente al escucharme: esas confesiones por lo bajo que quedan entre dos, toda esa sensación de compañía en otro momento que no es ahora. La más de las veces el ejercicio de la escritura, como el de la memoria, es en la soledad más absoluta, pero también es ahí cuando te das cuenta de lo que se quedó por decir, de lo que se te dijo y lo que ahora entiendes; de cómo la vida, en el fondo, no puede ser en soledad... Nos pasa a todos, creo, pienso; bueno, estoy seguro. Y es entonces cuando me digo: "mañana pongo dos tazas de café".
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