La lluvia arreciaba sobre el cristal del lugar oscuro, la tarde aquella. No me quedó más remedio que entrar y pedir un café bien caliente, sentarme en la mesa del fondo y anotar en la agenda aquella huida mía: una de esas salidas de casa que tenemos todos, cuando no sabemos qué decir o, simplemente, qué camino recorrer... Ella estaba allí, sola, mirando fíjamente al frente; absorta en sus pensamientos: lo recuerdo bien cada vez que la veo en alguna foto. En su mano derecha asía un cigarrillo humeante, para nada prohibido por la ley antitabaco. Hay personas que, aunque las veas una única vez, no te dejan indiferente y ella debe ser una de ellas: fue entonces cuando empecé a preguntarme qué piensa una persona que te mira fíjamente y no te dice nada, qué dicen exactamente esos segundos... En un mundo dominando por el ruido, seguro que los silencios dicen bastante; a veces aquello que el ruido (o la torpeza) no sabe acertar... Seguí absorto en sus ojos expresivos, que miraban hacia el frente; en su manos que dicen tanto; en su media sonrisa que dice sí y no al mismo tiempo... La lluvia dejó de caer, me conformé con pagar un euro y pico por el café y salí a la calle, no sin comprobar que aún me miraba, con ese tipo de miradas que nunca se olvidan, como la que refleja esa foto suya, que no sé cómo apareció en mi agenda algo después...
©Foto: Carmen Sánchez Lices
/ Modelo: Paola García
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