La calle comienza a llenarse de gente; las terrazas, imperceptibles hace unas semanas, facilitan reencuentros hasta hace muy poco imposibles... Al pasar cerca se escuchan conversaciones de puesta al día, consejos, mensajes, alusiones a terceros ausentes... Antes, toda esa gente ha ido entrando y saliendo de nuestro yo: mensajes de ánimo, llamadas o videollamadas, o lo que fuera que hayamos estado haciendo mientras leíamos, teletrabajábamos, cocinábamos y hacíamos zapping ante una televisión asustadiza y repetitiva. Pero llegó el sol y a la calle... y es el momento de pensar: ¿habremos pensado para ponernos al día con nosotros mismos? En esos momentos duros hubo gente que no quiso estar, como comentan esas dos chicas de la mesa de aquel bar; gente que era preguntada, pero que nunca preguntó a quienes les concedían unos minutos de su vida... ese tipo de gente de la normalidad constante -ni nueva ni vieja-, sólo gente del ego. El yoísmo podría ser un partido político mayoritario: ¡cuánta gente se ha olvidado de tanto en tan poco tiempo! Decían en otro Café que algunos ya no se acuerdan de los médicos, ni de las enfermeras llorando de impotencia, ni de los amigos... porque esto ha sido un desafío desconocido. ¡Da igual! El instante más hermoso es la palabra: la de los reencuentros; la de los cafés; las del amor -mientras se juega-, las del qué-fue-de-ti-este-tiempo... El silencio, como dicen, es una respuesta y la mejor actitud ante ese silencio es la indiferencia.
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