6 de mayo de 2021

La última tarde de algo


Quedar con alguien despierta emociones inusitadas, distintas de otras sensaciones vitales. Cada cosa, con su ritmo, mantiene los nervios de un tono distinto. Aquella tarde llegué al Gran Café de Oriente de Praga con la misma puntualidad de otros momentos; saludé de lejos a Anezka, una camarera conocida, con la confianza de tantas otras tardes atrás. Y me senté frente a ella, sentada en la mesa de siempre. Con el tiempo las personas perdemos intensidad, posiblemente, aunque debajo de la mirada distraída nos quede la ternura y el recuerdo de tantos momentos, incluidas las caricias, las sonrisas y los síes a todo. La rutina instintiva me hizo pedir el trozo de tarta de tres chocolates habitual, con el mismo café vienés de la casa. La conversación ni siquera existió: ni vibración, ni fluidez, ni interés siquiera. No sé qué pudo pasar hasta llegar ese punto, ambos, cuando tiempo antes habríamos dejado cualquier cosa para contestar el mensaje más inmediato del otro. Ella sonrió forzada, me preguntó con normalidad y yo anoté en mi cuaderno sus pasos de ese día. Al tiempo, ella fue sincera: "te vas mañana, ¿verdad?". No hubo ninguna tensión: "El vuelo sale mañana, sí". Sonó a la última tarde de algo imprevisto. "¿Me llamarás?", añadió mientras salía del local, despidiéndose de Anezka con la mano. "Quizás", le respondí, mientras caminaba ya en dirección contraria.

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