29 de noviembre de 2021

En una gélida noche

 

Cuando el tren se deslizó lentamente por esa estación de provincias intuí que pasaríamos la noche tirados en mitad de la nada. La nive aún caía tímidamente y el frío calaba nuestros huesos como nunca antes. El jefe de Estación nos pidió calma y a continuación explicó la situación: más allá de los montes el temporal impedía seguir ruta. Sería cosa de una única noche y en la pequeña sala habilitada para los cinco o seis pasajeros había espacio suficiente. Me acomodé junto a la chimenea, al lado de una chica más o menos joven. Se presentó como adjunta a la dirección de una compañía de Bohemia-Moravia, no recuerdo bien. Hablaba perfectamente castellano y la noche se nos pasó entre libros, comidas, viajes y otras conversaciones más o menos amenas. En aquella estación rural, cuyo nombre era algo así como Bastilia, o por el estilo, nos dieron café, pastas y varias cosas más durante la gélida madrugada. Me gustó mucho su acento, pero también sus ojos me impactaron... Cuando llegué a la capital, con tiempo suficiente para enlazar con el avión a Madrid, adquirí un mapa e intenté comprobar el lugar en donde había pasado la noche: no aparecía. Pensé que el pequeño pueblo era poco más que una aldea, nada importante. Sin embargo, la duda o la sorpresa me atenazó cuando alguien de Información del Aeropuerto me explicó que la compañía anotada en la tarjeta de mi compañera nocturna de viajes no existía. Al subir al avión y escucharlo, apenas pude creer el mensaje del comandante: "Señores viajeros, la temperatura actual en Bohemia y Moravia es de treinta grados, propia del verano local. Abróchense los cinturones y...".

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