21 de abril de 2024

Olvidadas despedidas


Cuando abrí la caja de la mudanza y la dejé sobre la mesa de mi nuevo despacho de trabajo no di crédito a los recuerdos que se agolpaban en su interior. Ahora no estoy absolutamente seguro, pero debían ser cosas de mi estancia en Praga, cuando fui enviado allí como corresponsal. Saqué una fotografía suelta, perdida entre las páginas de un libro, probablemente realizada por mí mismo con mi cámara de entonces: en ella salía una chica sonriente tomando un café en un lugar bastante elegante. Aunque Don Quijote le dijese a Sancho que el tiempo nos concede dulces salidas a muchas amargas situaciones, el tiempo realmente termina borrando elementos de nuestra memoria. Cuando volví a mirar la fotografía fui consciente también de que algunas despedidas son definitivas, porque ciertas situaciones, y con ellas algunas personas, son solo momentáneas. Cuando conoces a alguien, o incluso cuando te identificas plenamente con otra persona -incluido el plano amoroso-, no siempre existe la perfección ni la eternidad, y algunas veces estamos condenados a acompañarnos poco tiempo; quizás intenso, sí, como parece decir la sonrisa de la mujer de la fotografía. Luego la vida te lleva por mil caminos llenos de baches y tortuosos resaltos. De fondo oigo sonar el teléfono y es cuando me pregunto dónde estará ella en este momento, cuál será ahora su conversación y cómo habrá cambiado su sonrisa... Pero, sobre todo, me pregunto qué pensará ella cuando alguna vez se encuentre con esa otra fotografía, en la que salgo yo. 

12 de enero de 2024

Fantasmas del pasado


Esa noche el coche decidió dejarme tirado en mitad de la España vaciada. Confieso que la nieve había hecho acto de presencia y la carretera nacional resultaba intransitable, por eso durante veinte kilómetros quise apurar hasta la capital, pero acabé optando por refugiarme en algún sitio mínimamente habitado. Aquel bar en mitad del pueblo, justo debajo de la pensión, tenía a esa hora intempestiva varias mesas ocupadas: un matrimonio con su nieta, tomando algo; cuatro paisanos echando un partida de cartas, ajenos a la tormenta. Al fondo, una mujer joven leyendo un libro. La dueña del sitio pronunció algo por cortesía mientras me ponía un café con leche y un bocadillo de alguna cosa poco susceptible de cocinarse con lentitud; al fondo, la televisión resaltaba la DANA (antes llamada "gota fría") y avisaba del próximo derby del siglo. Aposentado en la barra, miraba de soslayo el periódico provincial cuando caí en la identidad de la mujer solitaria: una ex de quien no tenía noticias en muchos años. Claro que, ahora, llevaba un corte de pelo distinto y más favorecedor, vestía con mucha más elegancia y, además, disimulaba con acierto no haberme visto. Pensé acercarme, saludar y decirle alguna gilipollez típica de estas situaciones tan embarazosas, pero decidí no hacerlo. Al final, mientras buscaba los cinco con ochenta de la consumición -porque el bizum sin internet no funciona- me dije a mí mismo que la vida, sin algunas personas que conocimos y ya olvidamos, sería exactamente la misma actualmente. Y salí a la noche de nevada. 

24 de octubre de 2023

Agua pasada no mueve molino

 


Cuando entré en el bar de la estación de Nueva York mi intención no era otra que tomarme uno de esos cafés aguados e interminables de los americanos, refugiarme allí después de haberme calado con la lluvia otoñal neoyorkina y, a ser posible, leer en paz The Boston Globe. No sé si el azar existe o no, tampoco estoy convencido de que las coincidencias existan, pero al fondo de la barra, debajo de uno de esos horribles gorros de lana contra el frío, estaba ella. Sofía y yo habíamos compartido algo más que estudios varios años, lustros atrás. Más tarde, algo impensable -o quizás sí y yo no lo intuí- nos hizo distanciarnos, hasta el punto de que hoy no tengo un teléfono suyo. Además, algún episodio esporádico con una de sus mejores amigas terminó por enturbiarlo todo... El caso es que ahora ella estaba allí, mientras en mi bolsillo el billete me señalaba un tren hacia Boston en cuarenta y cinco minutos. Cuando Mery, la camarera cuyo nombre supe por la placa cosida al bolsillo, me puso el café pensé en acercarme y hablar con ella. Total, el tiempo, según dicen los que lo pierden, lo aminora todo. Confieso haber pensado en ese instante tres o cuatro cosas con las que iniciar el contacto, aunque tampoco estoy seguro de que ella se hubiera fijado en mi presencia allí. Pagué en efectivo el dólar y setenta centavos del café y, cuando iba a coger mi maletín, giré sobre mí mismo, salí discretamente del local y escribí a mi compañera de despacho "Mañana te llevo las cookies de Murphy's que tanto te gustan",  y terminé con ese emoticono tan útil del beso con un corazón rojo. 

9 de julio de 2023

Una escena bajo la canícula

 

El coche me avisa de que el calor también le afecta, por eso decido parar en un pueblo diminuto, junto a la carretera nacional que me lleva a una capital de provincias castellana. La vida se ha detenido aquí, bajo un sol abrasador; las terrazas se encuentran desiertas a esa hora, aún temprana. Aparco lo mejor que sé y puedo, obligado a no taponar un vado estrecho, y decido tomar un refresco, porque me esperan en la innominada ciudad a la hora de la siesta, para mediar en una herencia que tiene pinta de acabar mal. El mesonero es un tipo cabreado, que golpea con mala leche una máquina de café que debe llevar allí desde Alfonso XIII, por lo menos. Me pone un brebaje oscuro con hielo y un vaso de agua; cuando me siento observo al fondo a una mujer joven leyendo. Lo extraño es que esté leyendo, ajena a cualquier dispositivo electrónico, como se dice ahora. "Es la maestra", me dice una señora que juega al julepe con unas amigas. "Gracias", le respondo, pero no le añado que me ha leído la curiosidad del pensamiento. Así, desde lejos, creo que lee Trilogía de Madrid, de Umbral. Su presencia le da cierta vida a la escena: una taberna prácticamente vacía y asolada por el bochorno del verano. "Es que da clases de repaso la muchacha", añade una señora de gris, junto a la de antes. La miro con cara de póquer, pero la dama entrada en años continúa: "¿Es usted de la policía?". Cuando quiero decirle que no, ella añade: "Vendrá usted por el robo del códice de la Iglesia". Me quedo patidifuso y para quitármela de encima decido cortar por lo sano: "No, señora, soy el novio de la maestra, pero estamos peleados". Cuando su rictus de asombro aún no había digerido la respuesta, ya estaba yo subiendo al coche... 

10 de abril de 2023

Palabras de Silvia

 


Silvia Company de Castro se dio a conocer en 2019 con un excelente poema premiado en el Certamen Internacional de Poesía ‘Yolanda Sáenz de Tejada’ (El Bonillo, Albacete), cuando aún vivía en Londres y despuntaba tímidamente con composiciones breves, intensas y conectadas con las fórmulas estéticas de nuestros días. Ahora Cuadernos del Laberinto apuesta por ella con Todo lo que perdí mientras te buscaba, una ópera prima trazada en un estilo directo conectado directamente con la poesía urbana de los ochenta, aquella que se daba cita en los cafés literarios del Madrid de Tierno Galván y Juan Barranco. Recoge ahora sesenta y dos poemas más o menos breves, teñidos de verbalismo directo y de un yo plenamente subjetivo que conecta su lado más personal con el lector, atrayéndolo a través de experiencias compartidas, seguramente. La autora introduce a veces giros anglosajones (no en vano habla tres idiomas), pero traslada a un perfecto castellano esos amores-desamores, trufados de desazones, fallos y aciertos vitales que configuran no solo esta obra, sino el día a día de quien se acerque a leerlo. Tiene, además, ecos del haiku o de poemas post-it (esos que uno deja sobre la nevera para que lo lea el otro), de la poesía urbana (insisto) y de los motivos poéticos que busca el lector actual en una mujer cosmopolita, intelectual y joven como Silvia. Quizás nadie eche en falta cuestiones de hoy ni se extrañe que algunas composiciones, como la 40, sean tan breves, intensas e implacables cuando leemos: “Cuanto más cerca te tengo/más lejos me siento”. Indudablemente estamos ante palabras que perdurarán, como este libro tan novedoso y elegante.


5 de marzo de 2023

La huida


Carolina Gutiérrez, alias la Espabilá, se casó con Tiburcio el viejo por su dinero. Eso lo sabía todo el mundo en el pueblo; el tipo estaba forrado hasta los dientes, pero simpático no era. Y guapo menos, aunque vino de Suiza con una maleta repleta de acciones y billetes, según dijo su difunta primera mujer. Una tarde, en la taberna de Juancho, me dijo Anselmo el pintor que la muchacha iba a coger la pasta y a largarse, porque todos sabíamos que el Viejo tenía dinero por encima de los dos o tres millones. "Como en las bodas de Camacho, pero con dinero", dijo exactamente el Pintor, muy leído el hombre. A mí me daba igual, porque yo ya no estaba enamorado de ella, pero normal no era: ¡si se llevaban unos treinta años! El día de la boda ella llegó tarde, se casó y en un momento del banquete en que dijo que iba al baño, metió el dinero en una maleta y se fugó con Vicentito, el hijo del veterinario, vago pero gracioso. Como no volvía, Tiburcio se barruntó el asunto y telefoneó a la Benemérita de Burgos. Los demás seguimos comiendo y bebiendo, como si nada, porque una boda así no se repite en años... La Guardia Civil les dio el alto en Aranda de Duero, pues iban a Santander y luego a Francia. Como el muchacho era un poco valentón, se enzarzó a tiros con los guardias, mientras que ella se subió a un Pegaso y huyó. Vicentito murió de las heridas, unos días después. Todos pensamos que lo engañó, pues ya nos decía su abuela que muy despierto no era. Claro que el padre de la Espabilá, tan bruto y dictador, le dio pie a la hija para coger el dinero y largarse. De esto hemos estado hablando en el pueblo dos o tres años, hasta que una tarde la vimos aparecer, sin un duro y sin delito, pues se había casado en gananciales. 

28 de noviembre de 2022

De Alfonso XIII a Tierno Galván. Estampas del siglo XX español


La monografía De Alfonso XIII a Tierno Galván. Estampas del siglo XX español está ya a la venta; previamente obtuvo el III Premio Internacional Cuadernos del Laberinto de Historia (2022). El jurado acordó por unanimidad premiarlo, seleccionándolo de entre un total de 43 originales recibidos de 8 países. El libro aporta un retrato de la Historia del siglo XX a través del perfil de algunos de sus protagonistas más trascendentales, desde el “rey político” Alfonso XIII hasta el “viejo profesor” Tierno Galván. A partir de una visión documentada y creo que con un estilo ameno, en él se repasan las actuaciones y anécdotas de los jefes de Estado y de Gobierno más conocidos de España, Estados Unidos o Portugal. En sus seis capítulos aparecen las complejas relaciones personales de Alfonso XIII con el líder conservador Antonio Maura, la formación académica del general Franco y de Antonio de Oliveira Salazar y el mítico carisma del alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván. Entre sus páginas se analizan acontecimientos cruciales para España como la oposición antifranquista, los proyectos de transición a la democracia diseñados por fuerzas políticas del interior y del exilio o el trascendental apoyo para España de los presidentes republicanos de EE.UU. Junto a Eisenhower, Nixon o Ford se dan cita otros protagonistas de la Historia como Ramón Serrano Suñer, Alfredo Kindelán, Dionisio Ridruejo, José Luis Álvarez, Joaquín Leguina o Ramón Tamames. Lo puedes encontrar en las librerías de Tobarra (Albacete); Librería Libros, de Hellín; Papelería Castillo, de Almansa; Librería Circus, Librería Popular y El Corte Inglés de Albacete; Librería NeblíLibrería Antonio MachadoLa CentralPasajes Librería Internacional y FNAC en Madrid; Casa del Libro en varias provincias; Librería Cervantes, en Oviedo; La Librería Ambulante en Sevilla; Puvill Libros en Barcelona; AG Library de Málaga; Babelio, Amazon, etc. 

15 de septiembre de 2022

Buscando a las musas


Amaneciendo, la desierta playa del silencioso pueblo costero recogía la espuma del mar. En mi camino, las huellas de alguien que, muy poco antes, había transitado el mismo borde junto al Mediterráneo, se iban diluyendo, como los recuerdos, como las musas, como aquellos eternos veranos de hace unos años... La inspiración me había abandonado esas semanas, así como aquellas sonrisas que traían, al menos, momentos inevitables en la canícula de los noventa, o quizás de los dos mil, cuando éramos eternamente jóvenes, sin la contaminación ruidosa de estos tiempos inciertos que, cada día, nos traen los diarios. Sea quien fuere mi musa, se fue, atenazando la escritura en soledad silenciosa, en páginas en blanco, en inciertas dudas tachadas con bolígrafo rojo. El mar aprovecha hoy la mañana para lanzar algo de ruido sobre la playa y dos o tres jóvenes se suben a la tabla, buscando la mejor ola para el surf. En el momento de buscar un café abierto, recuerdo cuando tenía varias musas, con las palabras siempre brotando todo tiempo... Igual frente a un café humeante sea el momento de poner orden a las ideas, blanco sobre negro, pues como ha dicho siempre Joaquín Sabina: "mira que las musas no aceptan excusas".