“Nunca pasa en América”,
decía, refiriéndose tanto al Norte como al Sur. Por aquel entonces yo era
simplemente un adolescente en busca de algo que me motivase acercarme al
Instituto más que las matemáticas o la Historia. Massachussetts años noventa o
así, no quiero recordar; aquella época que parece la prehistoria porque no
existían Internet ni los móviles. Nada. Que no pasara en América era suficiente
para que uno aprobase las reglas de la vida: días de gloria; horas de miseria,
después, claro. La pandilla se deshizo, el tiempo de aquella High School pasó
para siempre y en nuestro recuerdo los días de lluvia. Ella, ella también se
fue: nunca quiso saber de mí, tampoco yo me atreví a nada. Hace unos días, en
Boston, el contestador me traía dos mensajes. Sencillo, una empresa de pianos… “Señor,
tenemos listo su piano, mañana lo entregaremos en su domicilio a la hora que
usted nos aconseje”. Esa delicia de solvencia yanqui. Segundo mensaje. “¿Hola?...,
bueno, ehm… soy Allison, ¿me recuerdas?, y me preguntaba si podíamos vernos,
estoy de paso de nuevo en la ciudad y pensé que sería bueno… me alojo en el
Hotel Boston”. ¿Allison? Sí, hombre… ahora… ¿Cuántos años después? Una vida,
una eternidad. No, no, de responder a la llamada nada. ¿Y qué le digo? ¿Le pido
que me devuelva todos los años que pudieron ser y no fueron? Es una locura y el
tiempo ha hablado. Imposible. Aunque, en fin, mirarla de nuevo y que me diga lo
tópico (que se casó, que tuvo un hijo, que se divorció, que el ex era un
capullo, etc., etc., etc.). Hay cosas que son una locura desde el principio. Me
sirvo una copa de vino, pongo un cedé de aquella época… mira, por lo menos me
ha traído recuerdos de entonces, de toda aquella gente que ya no habita el
mismo espacio que yo. ¿Así que en América no pasa? El teléfono suena de nuevo y
dejo que salte el contestador: “Hola, soy Allison de nuevo, bueno, verás, sólo
era para comprobar que habías oído mi mensaje… volveré a llamar”. Las cosas
buenas y las malas pasan dos veces.
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