A veces pasa, aunque las casualidades no existen. Entras en un lugar público, con la intención de tomar un café o quizás para reunirte con alguien que acabas de conocer y, de repente, allí está tu ex o como se le diga. Alguien que fue y que ya no es, explícalo como quieras. No es algo propio, nos ha ocurrido a todos. En un café, en la fila para embarcar destino Praga, en un cine... en dónde sea. Historia de algo que medio fue y se rompió; lo mismo da que fueras tú o fuese la otra persona, c'est fini. Las cosas son como son: o te haces el desentendido o tienes que afrontar un saludo -esto en el caso de que la cosa, en definitiva, no acabase excesivamente mal-. Está claro que supone un mal trago, un rato de mal rollo; te corta la respiración y te inspira un punto de mala leche: ahí estás tú pensando en qué de decir a una persona nueva que tiene para ti más interés y..., o quizás estás entrando en el túnel de embarque para un vuelo -Praga, Tenerife o el fin del mundo, eso da lo mismo- y tienes que dibujar un rictus de sonrisa, balbucir un "hola-cómo-te-va"; una conversación fingida: "ya me dijeron que...", "¿quién es esa chica a la que le escribes en el blog?" y gilipolleces por el mismo camino. Así es el encuentro, o reencuentro. Y claro, si estás conversando con alguien: "¡ah! esta es la que..."; si estás en soledad te vienen los buenos y malos recuerdos y pensamientos como qué más le dará quién sea la chica a la que yo escribo, si ella no inspira más que una tragedia griega. Despiertas... "Chico -te dice quien te acompaña-, déjalo, nadie te dijo al nacer que la vida fuera a ser fácil". Y entonces tú, fiel a las normas, le dices al camarero: "cambia el café largo por un whisky solo con hielo, por favor".
2 comentarios:
Y te da un dolor de barriga que tarda semanas en volverse a quitar.
Besos
Sí, algo parecido a la acidez, pero con mal humor. Estoy de acuerdo.
Publicar un comentario