La terraza del bar está abarrotada; en la mesa del fondo están los periodistas y yo me acerco a ellos con la intención de tomar un café largo, a ver qué se cuentan. "Aquí viene el escritor -dice uno-, que nos va a sacar de dudas". Me siento y sonrío. El tema está entre los ex que la gente tiene en Facebook o el lugar más insospechado en dónde has conocido a alguien. La conversación sobre los ex desvaría; no reconozco si tengo agregadas en la red social, me abstengo y digo que yo no lo publicaría. "A mí también me va más lo del lugar", dice otro. Sea entonces. Si te pones a filosofar, cualquier lugar es idóneo para cruzarse con alguien y vete tú a saber si luego ese alguien es o no es, pensaba yo mientras los otros proponían ideas para el artículo. Tocaba mi experiencia: la cosa era apotar realidades, que para otros temas está la novela. "A ver, yo qué sé: me enamoraba diez o doce veces diarias en el cercanías de Madrid a la Autónoma en mis tiempos de Facultad", explico mientras se chotean y dicen que eso es menos original que el Telediario. Tomo aire, sonrío, cojo aire y disparo: "Jovenzuelos de letra impresa, poner por caso un vagón vacío; sábado de examen; una chica guapa que se sube al tren con su carpeta, la bicicleta, el bolso y móvil -que ya existían-; tropieza, se le cae una sandalia entre vía y andén, me tiro al suelo, meto el brazo, cojo el tacón, subo a cien por hora la sandalia, suena la alarma y se cierra la puerta. La muchacha abre los ojos como si fueran la Luna y su gemela, me sonríe y dice tu eres Pe, el de mi clase de Fonética, ¿no?". Miran con cara de gilipollas y les digo: "Ahora llamáis a Nicolas Cage a ver si lo supera". Ellos pagaron el café solo largo.
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