Ahora, cada día, mi rutina me impide pararme a pensar; creo, sinceramente, que por las noches debería vivir con los recuerdos. Ella está lejos, porque a veces la distancia pueden ser kilómetros o unos cuantos metros, depende del silencio y de la sinrazón; pero siempre permanecen los recuerdos. Aunque... nunca olvido algo: la primera vez que la vi. Jamás podré borrar de mi mente aquel momento, aquella sonrisa; creo que eso fue lo que me perturbó, en el buen sentido claro; fue eso que otros llaman flechazo y que es una idiotez: sus ojos y su sonrisa no fueron un flechazo, fueron una tela de araña que me envolvió para siempre y ahí la tengo: una foto, esa sonrisa, el día que nos sentamos yo-qué-sé, a tomar un café, por ejemplo. Hay momentos que no recuerdo lo que he comido o lo que tenía que hacer esta tarde y debo mirar la agenda o abrir la nevera para recordar que comí una fabulosa tortilla de patatas o que debo mantener una reunión con la actriz que va a interpretar mi obra de teatro, una chica italiana que se apellida Rossi, por ejemplo; pero puedo asegurar que aquella primera mirada no deja de perseguirme, sobre todo en mis noches de insomnio. Un tipo me dijo que eso es una obsesión y yo le respondí que eso es tener recuerdos.
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