"Estos días afloran muchas emociones -dice quien camina junto a mí-; buenas y malas, no te creas". En la calle, la algarabía es enorme: abrazos, villancicos, copas... te fijas, de reojo, en algunas personas: hay quien, hasta en Navidad, saca a pasear miradas arteras. Tú sigues a tu rollo, porque, en definitiva, te apetece poner buena cara y no es preciso seguir a nadie si no te merece la pena. Pero... tienes en mente a otra gente que no está en ese lugar e instante: esa persona tan cálida y llena de pasión; a ella, que destila ilusión y que, además, te lo hace notar... quizás eso recompense viejas miradas que no merecen la pena. Sí, ella sí que merece la pena, aunque justo ahora esté a kilómetros de ti. Sigue la tarde y pides otra copa; saludas; vacilas una conversación; otro alguien te da un abrazo, otra persona un par de besos, pero tu mente no está del todo aquí: está en la palabras que te manda... De pronto, te llega un whatsapp suyo y lo lees, con la ternura que se merece y todo lo que hay junto a ti, de repente, se queda en silencio, o como en sordina. A lo mejor esta Navidad te ha traído como regalo una persona con la que tienes mucho de qué hablar y, de paso, se lleva por un tiempo -o para siempre- antiguos nombres que están cayendo en el olvido. Sonríes y miras la foto navideña, en la que parece que la firma es una sonrisa: justo lo que vas necesitando, una sincera sonrisa.
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