Una tarde de verano, camino de un examen, ella y yo. En el mismo vagón viajaban más jóvenes, sobre todo chicas, que dedujimos que iban en el mismo plan, por los apuntes, así que empezamos a creernos Sherlock y Watson, poco más o menos. Ella da varias pinceladas sobre mi Musa, que dice conocer, aunque yo no le he dicho nada sobre ella y aún permanece oculto el nombre, por ejemplo. El tiempo de espera previo dio para hablar de amigas comunes; de Menéndez Pidal y Lapesa; de la belleza, incluida mi teoría sobre ser guapa o atractiva; de Yolanda Castaño; de reírnos con el nombre de cafés Paquillo ('Paquiño', en gallego) y, en las dos horas manchegas siguientes, de escuchar de sus labios alrededor de unas veintisiete veces el "Juventud, divino tesoro, que te vas para no volver" (las chicas opositoras, de pantalón corto y muslamen nórdico, debían tener veintipocos), de Rubén Darío: ¡demoledor!, pensé que nos salía el Modernismo. Las chicas se cambiaron de sitio cinco o seis veces, según el sentido de la marcha; ella intentó hacer bien, una y otra vez, el selfie, hasta que salió sin el cable y sin cortarme la cabeza, como si quisiera eliminar competencia; por segundo viaje consecutivo, una señora dijo que la habían birlado la maleta -que ya es casualidad-... y así varias peripecias más de la vida en un tren de media distancia. A la vuelta, ya solo, cuando nuestra extremeña favorita se había diluido en su tierra y ella iba camino de Jaén, me quedó el consuelo de la compañía del día anterior; la tristeza de alejarme de ellas y la coincidencia de que las dos jovenzuelas -como las denominó a la ida- iban de nuevo en mi Media Distancia. Cosas del tren.
2 comentarios:
¡la tristeza de alejqrme de ellas!
Sí, de la compañera de viaje y de la extremeña favorita.
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