La primera vez que vi a Maya --"mi nombre se escribe como el de la abeja", insiste ella-- iba vestida de azul; después, siempre que la he vuelto a ver va pegada a su mp3, así como destapando una pasión musical que yo también comparto. Su acento del Este --creo que si Sabina hablase español en Praga, sonaría con la voz de Maya-- es tan sutil que su español me parece el primer idioma que aprendió. Da igual, el caso es que si uno se la cruza por la mañana, ella ya trae puesta la sonrisa, como si al sonarle el despertador le naciese el gesto y unos leves hoyuelos en sus mejillas. Cuando yo era algo más joven, a veces me cruzaba con alguien como ella solamente en el metro y en hora punta; entonces yo, que empezaba a dar pinceladas en estas cosas de las letras, imaginaba quién y qué sería cada cual. Esta tarde le decía a la interesantísima Alicia que mi universo literario está lleno de mujeres, como lo tuve en la Facultad o en las clases de idiomas, o en las novelas policiacas o leyendo poesía... Además de mi musa y otros temas, está Maya. Si olvido las cuatro o cinco veces que he coincidido con ella, se convierte en un personaje de novela: podría ser una heroína romántica, una espía, una hacker intrépida, una exiliada política o, simplemente, lo que es: una mujer hermosa que trabaja de ocho a dos en la oficina de enfrente, se sienta mal ante el ordenador --y acabará por dolerle la espalda-- y que con su acento hace que el saludo o la despedida sea, simplemente, un rato interesante de los días de verano.
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