Uno de letras ha dicho, sin motivo ni razón, que la poesía escrita por mujeres no vale nada desde el año que él ponga: para tal estupidez más vale que hubiese callado. Claro que escribo desde el otro lado, pensando que la valía -en todos los sentidos- de toda mujer es infinitamente incalculable. Esta mañana, mientras tomaba un café en Starbucks, miraba una fotografía de Belén Olavarría en Portugal, con su mirada de no haber roto un plato y el detalle de unas manos hermosas con las que escribe poesía, por cierto; de ahí he pasado a mi universo literario y vital, que está lleno de mujeres, con algunas de las cuales he tenido los conflictos más gordos que entre dos egos se puedan producir y de ello no sólo saco inspiración, sino certezas. Maya, esa chica tan alegre del Este -cada mensaje suyo tiene la costumbre de alegrar el momento-, tiene tal destreza con el idioma español, sin ser su lengua materna, que si uno no la admira debería ir a Galeras y, lo confieso, tiene además una sonrisa que en sí es poesía, como diría Bécquer. Alicia me hablaba el otro día, mientras me enseñaba su colección de Arte -por cierto, mayoritariamente por mujeres- de la creatividad de las mujeres: así que ignorarlo o menospreciarlo, si no eres tan genial como Quevedo, es algo así como ser poeta maldito, pero sin poeta ni maldito. Al llegar a casa había una joven de largas piernas en la puerta de mi casa y con la inercia que Paula me atribuye como innata al mirar (ahora que caigo: creo que mi Musa me abandona, está como queriendo cortar sus lazos conmigo...), me ha venido a la mente toda la poesía escrita por mujeres que he leído, con todos sus poemarios, premios y recitales; todos los amores y desamores que he tenido -tormentas incluidas-; la pasión de buscar una foto artística en la que la modelo mire o diga con unas manos elegantes o unas piernas hermosas como las de Maya; fotos como las que hace Elena, por ejemplo; en fin, así, mezclando ese mundo de mujeres del que dependemos, al tipo le respondería con aquella frase del gran novelista Philip Kerr: cuando los hombres nos empeñamos en poner en peligro la Humanidad, son siempre las mujeres las que lo tienen que arreglar.
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