Camino por la ciudad y, de repente, me cruzo con una chica joven; un resorte interno me dice que la conozco de antes, que he coincidido con ella en algún lugar, en algún momento pasado. Entro en un café cualquiera, pensando de mí mismo que me miento, que lo más pudo ser un sueño y la joven únicamente se parece a alguna ensoñación. Tras el café, humeante y ácido en un sitio desierto a esa hora, empiezo a recordar que pudo ser aquella chica de vaqueros ajustados, aquella noche en aquella fiesta; la muchacha que me contó que estudiaba Arte, que quería ser actriz. Si soy sincero, me asaltan dudas. ¿A mí?, ¿por qué a mí? Allí había importantes escritores, directores teatrales, algún actor que ahora es más o menos conocido... yo, sin embargo... El caso es que mientras deslío el nudo del cable del mp3 en mitad de la calle, recuerdo que hace un instante, antes de entrar al café, ella también me ha mirado como diciendo 'a este tío lo conozco de algo', pero ha seguido su camino, con la carpeta en la mano, la media melena al aire. Me rayo, lo reconozco: soy un tipo que se raya con facilidad, para qué mentir; pero ahora sí que estoy seguro de que a la joven la conozco, de dónde y por qué aún lo ignoro. Estas cosas son así: mientras comía en un restaurante italiano, uno de mis favoritos, un Carpaccio di Manzo con una copa de vino de la Toscana, he recordado de repente el paseo, la conversación, sus sueños de ser actriz, sus ojos, sus manos... y el por qué: "es que tú eres un tío muy cercano, al menos te paras a escucharme", se sinceró.
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