Fue a primera vista (que la
descubrí, hace un número de años que no recuerdo), sin darme cuenta mi mirada
se cruzó con ella, con su forma de actuar y de caminar; con su forma de decir y
con todo aquello que la rodea. Fue después cuando descubrí su cuerpo (sus
piernas, sobre todo sus piernas) y su ingenio; mucho después, en las calles de
Praga, detrás de Wencelao, en la plaza de Carlos, en aquel edificio que parece
que golpea el viento, junto a un puente. Tiene unos espléndidos ojos azules y
una sonrisa tierna. No deja de ser un mito, aunque hoy, que no son los tiempos
de Strindberg, uno se sitúa más cerca de un mito que en cualquier otro tiempo.
Merece la pena seguir sus pasos, puesto que un mito jamás decepciona.
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