Para eso, mejor nada. Desayunando en una cafetería (veo), como casi todo el mundo: una misma mesa con tres amigas, todas ellas pegadas a su whatsaap, de conversación, sin mirar a ninguna de las demás; el efecto que el móvil produce: bien una sonrisa de alegría, cabreo, indiferencia, hastío; ¡vaya usted a saber! Hay cosas que aún son peores, como quedar con alguien, pongamos que para desayunar y que ese alguien no te preste apenas atención, o derive el interés en otras personas... Aquel vejete que se sentaba a la puerta de su casa, en un pueblito de Segovia o de Soria, no recuerdo, que hablaba de incomunicación (sí, i-n-c-o-m-u-n-i-c-a-c-i-ó-n). En la redacción del diario para el que trabajo me hablaba (de mesa a mesa, ojo) una becaria joven, diciendo que eso no es así: "qué va incomunicación, tío, eso es mala educación de toda la vida: ya me lo decía mi abuela". Y el caso es que la cría, porque la periodista de veintipocos años es una chiquilla todavía, tenía ese día más razón que el que inventó la razón, la criatura. Esa acaba de directora del diario, os lo digo yo, que no he dejado de ser un plumilla, torpe, pero plumilla. Falta de educación, o de respeto, o de lo que la joven becaria diga, que para eso es asquerosamente joven.
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