Esta fría mañana de agosto, en Praga, el café está casi desierto y, de pronto, me llega del alma el recuerdo de sus manos. Después de todo, nadie puede decirme que no fue un sueño y que sus pasos y su sonrisa apenas fueron una ilusión. Que no digan que no: una jodida mañana, como esta fría de agosto en Praga, despiertas del sueño y caes en que ni todo es tan hermoso ni todo está aún hecho... El café va bajando, pero ya está frío. Anoche en el Hotel Piramid, con un whisky en la mano y la compañía de escritores checos, caí en la cuenta del poco tiempo que dedico a mucha gente importante y el mucho rato que gasto en prestar atención a gente que no vale la pena: lo confieso, a veces elijo las novelas y las compañías por la fachada y descubro que dentro no hay nada, absolutamente nada, que me interese de verdad. Es como la sensación de vacío que queda cuando la conversación telefónica ha sido una mierda y piensas que a ver para qué has perdido el tiempo en mantenerla a desgana. El café de la mañana me pone las pilas, me hace pensar y decido que la próxima vez que me fije en una chica hermosa, con alas de demonio en la espalda, me cojo un tren al infierno y la dejo plantada.
2 comentarios:
Ay! No son solo mujeres hermosas con alas de demonio en la espalda, hay hombres con esas mismas alas también...
Lo sé, pero en el cuento sólo entraba una parte. Gracias por la observación :-)
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