Eso me produce miedo; me asalta con mayor fuerza las noches de insomnio. Tengo miedo a no recordar nada algún día: a que tu sonrisa frente a mí no te pertenezca ya; a que el sonido de tu voz ya no me despierte la ilusión de aquella primera vez que lo oí; a que la cadencia de tus pasos no me traigan la emoción de tu llegada; a que no sea capaz de escribirte un relato o un poema o incluso un whatsapp; que a ti y a tus cosas no os entienda... tengo miedo a no recordar nada, a perder la memoria... A veces cojo una fotografía en la que apareces y la miro fijamente; ahí estás tú con lo que representas: sonriendo, llena de poesía y, de repente, me sorprende la angustia de que un día te acerques a mí y no sepa a quién tengo enfrente. Antes no me pasaba eso, lo confieso; pero desde que tú eres un relato en sí, me asalta la congoja de pensar en las miles de palabras que te he escrito ya y que quizás un día no pueda leer, ni recordar; que no pueda hablarle a tus hijos de lo que escribí para su madre. Tiene que ser una putada muy gorda escribir pensando en alguien y que, al final, el escritor no sea capaz ni de leer en voz alta los sintagmas que forman parte de su historia, de ti como musa -si es que las musas existen, amiga mía-. Ahora, cuando de repente veo de nuevo tu foto, solo te pido que guardes contigo estas palabras, las historias que llevan el aire de tu viento y el día que yo me pierda y no me tengas tan cerca como hoy mismo, las leas en voz alta y digas a quienes te acompañen que yo existí y que tú lo hiciste posible siempre en mis historias. Porque tengo miedo y solo estas palabras ahuyentan mi miedo.
25 de noviembre de 2014
23 de noviembre de 2014
"Mentiras con decepciones"
Robert Morris llega a la redacción del periódico en que trabajamos mucho más tarde de lo acostumbrado, con cara de pocos amigos y ni saluda ni trae el café como siempre, nada. Cuando averiguo lo que le ocurre me dice, sencillamente, que es que una amiga le miente. Los demás callamos, pero después surge una lluvia de ideas: "hay que ser muy listo para ser mentiroso"; "las peores mentiras son las que encierra el silencio" -esta reflexión me parece hasta bonita-; "antes se pilla a un mentiroso que a un cojo"..., decimos todos en voz alta y ya ni trabajamos ni nada en ese tiempo. Robert, que es un chico estupendo y un periodista inteligente, no tiene suerte con las mujeres y ahora ha caído en que su amiga, cuando le dice que tiene mucho que estudiar o que trabajar, lo hace para tenerlo lejos; pero él, que es un tipo listo, se ha dado cuenta del juego: esa chica no quiere trato alguno con él, con otros sí... lo tiene como amigo por si lo necesita, nada más. Como se sienta en la mesa de mi lado, me pregunta que cómo tengo yo ese olfato tan bueno para pillar las mentiras. "Es sencillo; hoy preguntas o dices una cosa y mañana otra cruzada -en fin, para pillar- y como quien mienta no sea muy inteligente para hacerlo, se contradirá", le digo. Él se da cuenta de que tengo razón. "Y si no -añado-, es más fácil: por la boca muere el pez. O la mentira sale sola o como aquella vez que una chica me dijo que no podía quedar conmigo porque estaba muy ocupada y no saldría; dos horas después colgó en Facebook una foto tomando un café con otra persona", le explico, insistiendo en que la mentira tiene las patas -y el tiempo- muy cortas.
20 de noviembre de 2014
"La enemiga"
Me había habituado a enviarle mensajes casi todos los días y, algunas pocas veces más, a tomar café con ella. Eran tiempos en que nos sentábamos juntos, frente a frente, y nos contábamos mil cosas... tiempos que, pienso, ya no existen... Entonces yo trabaja en asuntos públicos y un tipo que trabajaba conmigo me dijo que dejara de verla, de hablar con ella, de seguir sus pasos: "Es tu enemiga, es de ideología contraria y, con esa gente, no puedes ni hablar", exigió, más que sugirió. Claro está que, como hubiese hecho cualquiera, no le hice puñetero caso. Seguía viéndola, seguía hablando con ella de su pasión por los caballos, de la naturaleza o simplemente hablando de tonterías... qué sé yo, si entonces era estúpidamente más joven. El tipo habló con los jefes de más arriba; pretendía que ya que no había dejado esa amistad, dimitiera de lo que hacía; empezó a presionar, pero no cedí. "O te vas o te echamos, tú verás", dijo, conminativamente. De ese proceso la chica no supo nada: seguíamos hablando, seguíamos merendando café, seguíamos siendo amigos; yo, al menos, luchaba por ser su amigo. Decidí seguir mi tarea sin hablar nunca o casi nunca con el tipo que me decía que sentarse a hablar o a tomar un café o a comer con alguien que no piensa como tú es sentarse con el enemigo, como si se tratase de una guerra o de una batalla púnica. La enésima vez que me exigió que me fuera, respiré hondo, pensé en lo que más me convenía y le dije que el cargo era mío, intransferible según la ley, así que dejaría de hablar con él y seguiría mis pasos por dónde iban... y es que en la vida, o actúas o toman las decisiones por ti.
17 de noviembre de 2014
"Segundo plato"
Hasta que te das cuenta, vives de espaldas a ello. La chica entra en el sitio en que hemos quedado; se sienta frente a mí y le veo los ojos hinchados de haber llorado. Se serena ante el café. "Sí, a mí también me pasa", le digo, para solidarizarme; pero también porque me siento identificado. Algunas veces, para otros somos, sencillamente, el recambio, el plan b, lo que tiene que haber ahí por si me falla lo que quiero... La gente tiene sus intereses afectivos y tú, en muchos casos, eres un mero peón de ajedrez. "Que esté ahí, por si me la pego, que me ayude, que me escuche llorar o quejarme", debe pensar esa gente de sangre fría que juega con lo que los demás sienten. La muchacha no para de preguntarse qué falla en ella, qué ha hecho mal, qué tiene otra persona que ella no tenga... y, ante eso, complejo es quedar en calma. Me mira: es joven, hermosa, interesante en lo que dice... pero yo no soy psicólogo; soy un tipo de la calle que se toma el café en cualquier bar de enfrente. Efectivamente, en la vida hay gente que parece destinada para segundo plato, o casi. Vuelve a mirar y entonces le hablo: "Con defectos y aciertos, somos un primer plato nuevo; un entrante interesante", digo, pero ella no me entiende. Entonces decido pasar a la primera persona: "Deja que se harte del primer plato, para que se obligue a renunciar al segundo. En la vida, lo interesante lo pones tú: o entrante o postre", explico; me interrumpe, queriendo saber por qué postre: "Es muy sencillo: si soy entrante, daré lo mejor ante el apetito afectivo; para segundo que coja a otro y no se ría de nadie; prefiero ser el postre por lo dulce. Habrá que ver la cara de frustración cuando vea un postre dulce, sabroso, intenso, maravilloso y esté tan harta de picoteo que no se lo pueda comer... eso sí que jode", le digo; los ojos empiezan a chispearle, hasta que arranca una sonrisa.
13 de noviembre de 2014
"Estar plof"
Si me pagaran algo por ello, juraría que la palabra plof la inventé yo, en los años noventa o así, pero me olvidé de registrarla. Te levantas y te das cuenta de que te sientes distinta, por ejemplo; de que hay algo que no te cuadra, lo mismo da que da lo mismo, sea por amor o del trabajo o que no lleguemos a fin de mes..., eso es igual; empienzas a darle vueltas y te bloqueas. Ya están los días en que no sale el sol del todo y el ánimo baja a mínimos históricos. A veces piensas en cómo... quieres cambiar algo, o todo, o enfocarlo de otro modo. "¿Qué hago yo aquí?", te preguntas. Yo creí, antes que tú, que cambiando el final de la historia todo sería distinto, pero la vida no es una hoja en blanco que lleno de letras en negro: la vida es un pasillo y hay que ir abriendo puertas... No lo repites tú sola; ahora mismo hay no-sé-cuántos españoles que están exactamente igual -según las últimas estadísticas, claro-. No te has parado a pensar que te estoy escribiendo un cuento y... ¿cuántas veces eso te ha pasado? Es un decir, que tampoco voy a salir por esto es así y demás lugares comunes: tú eres tú, en singular femenino, por eso te escribo. Ahora podría estar lamiendo mis propias heridas, hablando mal de política o fregando los platos, pero me he sentido animado a escribirte; y, aquí sentado, me digo que también yo tengo la suerte de conocerte y sentarme a escribirte esto. Ya vendrán las preguntas sobre a quién le escribes que tiene días de desánimo, pero no sufras, sabré responder... literariamente. Te hablaré sinceramente -y todo el mundo sabe que no sería buen ministro de exteriores-: yo no creo que haya bache que tú no puedas saltar ni sonrisa que regalar; no creo que haya invierno en que no puedas sacar uno de tus jerseys y combatirlo, creo. Apúntate esto: detrás de cada revolución interna, viene el cambio externo... Espero que estar plof te dure poco -porque la palabra la inventé yo, recuerda-; párate a pensar, ahora, que lo que hay en este relato que vale la pena es la protagonista... precisamente tú, en femenino singular. Good luck.
10 de noviembre de 2014
"Salir de la cama"
"A veces no es tan fácil como uno prevé", me decía el viejo reportero tecleando en su Olivetti que, junto al cigarrillo, desafiaba la modernidad del 2014. Y es que, efectivamente, hay personas que no resultan beneficiosas para el futuro y si uno no aprende que, cuando les dedicas tiempo y no te devuelven ni la mirada, hay que olvidarlas, entonces tienes un problema. La Olivetti seguía sonando de fondo y el tipo se quejaba por lo bajo; mi rostro, desencajado por el desamor -si esa cosa existe-, me impedía responder mails y llamadas... "Oye, tío, que no existe una única persona en el mundo, menudo superávit de gente", animaba para consolar mi frustración al descubrir que la otra persona sólo se acordaba de mí cuando me necesitaba, o ni eso, que por lo demás siempre tenía algo que la ocupaba. De pronto, se levantó, trajo su silla junto a la mía en la Redacción y me interrogó. Me aconsejó la distancia y el olvido y, de paso, me explicó que siempre pasan estas cosas, hasta a quien no lo reconoce. Lo miré atento y aún quiso añadir algo antes de bajar al bar, a echarse un vino peleón: "Lo más difícil no es entrar, sino salir de la cama. Más vale dormir sólo que con la muerte", se encendió otro cigarrillo y me gritó desde el fondo que si quería un whisky me lo dejaba pagado. Decidí, ya con el whisky en la mano, que saldría de su vida y que le fuera bonito.
2 de noviembre de 2014
"Tener recuerdos"
Ahora, cada día, mi rutina me impide pararme a pensar; creo, sinceramente, que por las noches debería vivir con los recuerdos. Ella está lejos, porque a veces la distancia pueden ser kilómetros o unos cuantos metros, depende del silencio y de la sinrazón; pero siempre permanecen los recuerdos. Aunque... nunca olvido algo: la primera vez que la vi. Jamás podré borrar de mi mente aquel momento, aquella sonrisa; creo que eso fue lo que me perturbó, en el buen sentido claro; fue eso que otros llaman flechazo y que es una idiotez: sus ojos y su sonrisa no fueron un flechazo, fueron una tela de araña que me envolvió para siempre y ahí la tengo: una foto, esa sonrisa, el día que nos sentamos yo-qué-sé, a tomar un café, por ejemplo. Hay momentos que no recuerdo lo que he comido o lo que tenía que hacer esta tarde y debo mirar la agenda o abrir la nevera para recordar que comí una fabulosa tortilla de patatas o que debo mantener una reunión con la actriz que va a interpretar mi obra de teatro, una chica italiana que se apellida Rossi, por ejemplo; pero puedo asegurar que aquella primera mirada no deja de perseguirme, sobre todo en mis noches de insomnio. Un tipo me dijo que eso es una obsesión y yo le respondí que eso es tener recuerdos.
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