Mientras nos entretenemos en indignarnos racionalmente con los políticos españoles, salvo excepciones, o sufrimos por las veleidades de una mujer fatal, la ternura de las cosas se halla en la más absoluta de las normalidades cotidianas. Esta mañana he salido de casa con la intención de tomar un café en un lugar, como el elegido, poco concurrido (así evitaba encontronazos innecesarios y miradas indiscretas). En una mesa, solitaria, una anciana de pelo blanco, desayunando un café y una tostada; la dignidad en las arrugas y en la mirada. Masticaba y bebía despacio. De pronto, el desayuno había concluido y, al levantarse, pese al mantel de papel que habían puesto los camareros muy de mañana, ha intentado limpiar y recoger, inercia de esas chicas de los años cuarenta tan bien educadas y apañaditas. Cuando salía y me ha permitido contemplar su rostro, envejecido, obvio, había síntoma de preocupación. Un día festivo en la cara de una anciana que a saber qué cosas ha vivido en sus muchos años. El retrato me ha parecido tierno, diferente, inusual... y cuando uno lo repasa, siempre sobran los mismos: qué necesidad tiene ahora la mujer de que le recorten la pensión.
31 de mayo de 2012
20 de mayo de 2012
"Olvídese de esa mujer; tiene mala música"
A Ricardo Darín
En el mundo hay detectives inteligentes y aficionados a detectives, lo de menos es la gabardina, la cámara de fotos minúscula y el tabaco. La historia es sencilla e intemporal, bien sea en el Buenos Aires de Perón allá por 1952 o en el Madrid del Caudillo de 1974. Uno tiene que sacar partido a la jugada: la ve venir o la intuye, tiene paciencia y dispara. Eso se aprende en la calle o en el cine, que es lo que te hace subir la adrenalina o hacerte perder la cabeza detrás de unas faldas, pongo por caso. O mira, es mejor que te lo diga un detective con talento... Tantas veces hay que uno no se da cuenta y tiene el arma del otro en el cuello; un mal paso, que es lo peor que puede suceder a un detective. El buen detective es el que te viene con la información: "mira, déjalo porque es la mujer de un mafioso, tiene detrás a la policía, el marido suele premiar la traición con un tiro por la espalda en el Campo de Marte..." No se puede coger una caso por el atractivo físico. El buen detective es el que te remata con una frase memorable: "Olvídate de esa mujer... tiene mala música".
18 de mayo de 2012
"Con el tiempo vemos más claro..."
Todos hemos sido jóvenes, adolescentes crédulos de cualquier cosa; sobre todo en temas de amor, como dijo aquel. Viajando por una remota y olvidada isla griega, hace años, un anciano de esos que toman el sol en la puerta de su propia casa me dijo que con el tiempo ves mejor las cosas y conoces mejor a las personas. Más tarde, cuando hacía prácticas en el Washington Post en Estados Unidos, un viejo reportero, de esos de los tiempos de Nixon, me dijo que el tiempo es implacable cuando habla. Y cuando uno es joven se ríe de esa sabiduría que el tiempo, los años y los palos les dan a otros... Hasta que te pasa a ti. Ella. Sinceramente esperaba más de ella, mucho más en todos los sentidos y en todos los momentos. Sólo habla de ella, de sus cosas, de sus amigos, de sus hobbies, de este o aquel chico con el que va, viene o se acuesta... en ese plan. En el trabajo ella es la mejor y la que más hace; la más guapa, la que mejor culo tiene, la que... Bueno, ustedes ya saben. Y digo esto porque me paso el día rodeado de mujeres en el trabajo, que no es lo malo. Lo dicho, hubo un tiempo en que creí en ella y confié en ella y me sentí identificado con ella, pero el tiempo me ha dicho que no, que uno aprecia lo raro. Así que estaba yo en esto cuando de pronto se vino a mi mesa de la redacción del periódico una periodista veterana, curtida en mil batallas; me pregunta porque me ve extraño y entonces me dice:
"Muchacho, no ves que eres demasiado pollo para tan poco arroz".
11 de mayo de 2012
Poesía
No
creo que nunca la poesía deje de ser la expresión de lo que uno siente por
aquello que le rodea; nunca nadie dirá nada sobre el amor tan profundamente como
se dice en la poesía ni nadie mirará nunca su alrededor como se ve por la poesía.
Creo que a lo largo de la Historia se ha dicho ya casi todo a través del verso
e insisto en que se pueden decir muchas más cosas. Es difícil adentrarse en la
realidad y entenderla en la simple observación y, sin embargo, es la poesía la
que tiene los adjetivos precisos y a punto para decir las cosas tal cual son o
tal como quisiéramos que fueran: la eterna lucha entre la realidad y el deseo,
tal como se dirimió consigo mismo Luis Cernuda. Hay veces, lo confieso, que en
la poesía me he atrevido a decir aquello que jamás pude decir en una conversación,
en un mail o en un escueto sms. Al menos creo que el tono, la pasión y la
intensidad nunca la he logrado tanto como en un poema a la vez que el resto de
gente que escribe, más o menos conocidos, han dicho cosas maravillosas en
versos: la novela y el teatro son otras dos grandes artes, pero jamás palabra
tan profunda. Iba hoy a escribir sobre la realidad social, quizás sobre el 15M,
pero he decidido que es mejor pasarse a la poesía.
9 de mayo de 2012
Días de humo
La vida está llena de
extraños caminos, de recovecos insospechados. Hay gente que va y viene por la
vida, con cierta solvencia; otros, por el contrario, sufren todos los golpes
habidos y por haber, con cierta frecuencia y con resignación. Dicen que es ley
de vida y los sicólogos recomiendan una buena terapia, pero qué va... Nada
explica nada de todo esto, ni la ciencia ni la teología y cada vez hay un mayor
número de gente que quiere que se le expliquen las cosas. Yo soy uno de ellos:
si existe un plan quiero saberlo. Me gustaría entender más cosas para que mi paciencia,
que algunos días está presta a acabarse, continúe. Pero no; quizás porque soy
de letras y hasta ahora me bastaba la metafísica para entender el mundo y sus
cosas he ido tirando, incluso hasta la poesía me servía; los de ciencias, y
conozco a unos cuantos, son de otro modo: lo que ven es y lo que no ven no es.
El eterno dilema que hasta protagonizó un capítulo de Los Simpson. En fin, días
de humo.
7 de mayo de 2012
"La choni del perro"
Nos invade el chonerío (y no
lo digo por Beth Behrs, la chica de la foto): es un hecho que hasta aparece en
la televisión y como dice Homer Simpson, “si sale en televisión es verdad”. Hoy
salía yo a hacer mi ejercicio cuando, de pronto, he visto una mesnada de chonis
por la calle; algo inédito e inaudito. No sé si pasarían de los dieciocho años
o así: ya se sabe, un piercing en el labio, o dos; las lorzas sobrepasando la
mini minúscula camiseta o top (esto último es demasiado cool para señalarlo en
las interfectas), el pantalón metido con calzador y un deje acentuado de ‘ejque…’,
‘de que…’ y demás que… ¡madre mía! Pero eso no es lo peor. Conozco yo a una
niña muy mona, pero mona de verdad, de la que toca omitir datos (que el lector
se conforme con dos o tres pinceladas, que esto es un cuento y no un programa
rosa) a la que vi el otro día paseando a su perro. La niña, insisto, es muy
mona, pero tuvo un toque de choni con la vestimenta que llevaba, sobre todo en
cómo la llevaba. Como no puedo con las chonis (ni televisivas ni reales,
defiendo) me he estudiado su modus operandi, su modus vivendi y su modus
facendi (hoy estoy latino: mihi quaestio factus sum) y no me lo esperaba de la
chica, a la que la próxima vez prometo abordar interesadamente y reprenderla de
buen rollo… Porque una cosa es una cosa, pero un poco de estilo vistiendo no
viene mal… Los hippies de mi juventud universitaria eran otra cosa, no esto; esto
es una invasión.
6 de mayo de 2012
"Las cosas buenas y las malas pasan dos veces"
“Nunca pasa en América”,
decía, refiriéndose tanto al Norte como al Sur. Por aquel entonces yo era
simplemente un adolescente en busca de algo que me motivase acercarme al
Instituto más que las matemáticas o la Historia. Massachussetts años noventa o
así, no quiero recordar; aquella época que parece la prehistoria porque no
existían Internet ni los móviles. Nada. Que no pasara en América era suficiente
para que uno aprobase las reglas de la vida: días de gloria; horas de miseria,
después, claro. La pandilla se deshizo, el tiempo de aquella High School pasó
para siempre y en nuestro recuerdo los días de lluvia. Ella, ella también se
fue: nunca quiso saber de mí, tampoco yo me atreví a nada. Hace unos días, en
Boston, el contestador me traía dos mensajes. Sencillo, una empresa de pianos… “Señor,
tenemos listo su piano, mañana lo entregaremos en su domicilio a la hora que
usted nos aconseje”. Esa delicia de solvencia yanqui. Segundo mensaje. “¿Hola?...,
bueno, ehm… soy Allison, ¿me recuerdas?, y me preguntaba si podíamos vernos,
estoy de paso de nuevo en la ciudad y pensé que sería bueno… me alojo en el
Hotel Boston”. ¿Allison? Sí, hombre… ahora… ¿Cuántos años después? Una vida,
una eternidad. No, no, de responder a la llamada nada. ¿Y qué le digo? ¿Le pido
que me devuelva todos los años que pudieron ser y no fueron? Es una locura y el
tiempo ha hablado. Imposible. Aunque, en fin, mirarla de nuevo y que me diga lo
tópico (que se casó, que tuvo un hijo, que se divorció, que el ex era un
capullo, etc., etc., etc.). Hay cosas que son una locura desde el principio. Me
sirvo una copa de vino, pongo un cedé de aquella época… mira, por lo menos me
ha traído recuerdos de entonces, de toda aquella gente que ya no habita el
mismo espacio que yo. ¿Así que en América no pasa? El teléfono suena de nuevo y
dejo que salte el contestador: “Hola, soy Allison de nuevo, bueno, verás, sólo
era para comprobar que habías oído mi mensaje… volveré a llamar”. Las cosas
buenas y las malas pasan dos veces.
5 de mayo de 2012
Lo nunca dicho se disuelve en té
A veces no decimos todo lo
que debemos en el momento justo, en el instante oportuno. Esas mismas veces,
además, puede que digamos más cosas con gestos y con miradas que con la
palabra, pese a ser esta la gran cualidad del ser humano. Pero… ¿se nos entiende?
Es decir, cuando no decimos o cuando decimos con la mirada, por ejemplo, ¿se
nos entiende? Posiblemente no ni en todos los casos y, no obstante, lo que no
decimos es tan importante, porque lo callamos, como lo que decimos. Habrá que
recordar aquel dicho que añade que ‘uno vale más por lo que calla que por lo
que habla’. No lo tengo tan cierto. Los gestos y las insinuaciones también son
un lenguaje, el lenguaje gestual que dice mucho por sí mismo. No decir, es a lo
que voy, es tan importante como el propio decir y saber callar es tan
importante como saber hablar en el momento justo, en el instante preciso. En
todos los órdenes de la vida es imprescindible saber callar o saber decir con
hechos y con gestos lo que las palabras, pese a ser un lenguaje, no son capaces
de cualificar. Es importante saber estar en el silencio, saber tener silencio,
por ejemplo con tu pareja. Lo que me preocupa es que hay momentos en que el
silencio, la sugerencia, la insinuación, etc., están diciendo a gritos y quizás
ese lenguaje no es entendido por el destinatario. Como dice la canción, lo
nunca dicho se disuelve en té.
2 de mayo de 2012
"El viejo Willy de Montana"
En la compañía de seguros yo
era el último pringado al que le tocaba realizar las tareas que nadie aceptaba,
de tal suerte que era el jefe el que me las imponía. Así que un mes de
noviembre o diciembre de hace unos años, no sé cuál, me metí en el Ford
desvencijado y con problemas de embrague y tuve que ir a Montana a buscar al
viejo Will Mayers para darle los 250.000 dólares de su plan de pensiones. El
viejo Willy era un tipo solitario, granjero que no tenía internet ni teléfono
ni televisión: únicamente leía de vez en cuando el periódico local con las
estúpidas noticias de allí y si le remitías una carta nunca respondía. Por eso,
imagino que entenderán, tuve que ir con el cheque hasta Montana. No era caso de
que los 250.000 dólares se perdieran por el camino y la compañía tuviera que
correr de pleito en pleito. Ya se sabe cómo son los Estados Unidos de América.
1 de mayo de 2012
"El paso de peatones de un mundo agobiante"
Esa gente que cruza los
pasos de peatones a toda velocidad, pegados al móvil y al iphone, que se chocan
contigo y entre sí mismos me sacan de quicio: todos ellos vestidos igual, como
si fueran a una fiesta o a un funeral; ejecutivos de toda clase y de todas las
corporaciones anegando los pasos de peatones de Times Square o de cualquier
otra arteria, porque son los mismos en todas partes. Esa gente infeliz que sólo
sabe hacer infelices a los demás con sus malas noticias por carta o por e-mail;
gente que únicamente sabe escalar posiciones derrotando a los demás,
compitiendo sin perdón contra sus compañeros, sacando la pasta del dolor y del
sufrimiento de los demás. Y tú, un simple escritor, un hombre de letras, con el
periódico arrugado bajo el brazo y un vaso de café hirviendo intentas procesar
sus caras. Alguna vez me he parado a pensar que la vida de esta gente es
automática, que viven solamente para los números y para sus corporaciones, que
no leen y que sus sentimientos son de plástico. Ayer coincidí con una ejecutiva
en el Starbucks y deduje que debía tener treinta años, que llevaba camuflados
bajo el maquillaje; el traje de chaqueta negro le hacía un buen culo, cierto,
pero la envejecía. Su compañero estaba completamente calvo y se pasó el
desayuno hablando en clave económica (ahora entiendo por qué nos han llevado a
la ruina). Estoy seguro que hace semanas que no comen un plato de cuchara ni
hacen el amor con su pareja ni han ido al cine o, siquiera, han visto una mala serie
de televisión. Ese es el mundo que anhelan ellos y los políticos que nos
endorsan para el futuro, salvo que les plantemos cara. Aún hay gente como la
adolescente de ahí enfrente que cree que lo prohibido es fumar un cigarrillo a
escondidas o saltarse la clase de Historia del profesor McCallahan. Espero que
mi coche aún sea capaz de dirigirme a un mundo rural alejado de ese paso de
peatones pernicioso para nuestra salud.
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