22 de julio de 2015

Se busca Musa

Fue hace unos días, semanas a lo sumo, cuando Belén me lo sugirió por whatsapp: "si tu Musa te ha abandonado, pon un anuncio", me escribió. Reconozco que fue desconcertante: eso de que la Musa, con mi inspiración en su maleta, se marche; que deje de leerte; que no le importe nada -ni siquiera por rellenar su ego- ser protagonista de relatos. Al cabo, pensé que tampoco era mala idea: llamé al periódico y una señorita con suave acento sureño me explicó el máximo de palabras y, sobre todo, lo que cuesta. Tras el café caí en la cuenta de cómo debo definir a mi Musa -dando por hecho que la anterior, vaya usted a saber por qué, se ha ido sin decir ni adiós-; me paré a pensar, con un ejemplar de Poeta en Nueva York de Lorca en la mano, en qué debería soñar: sus manos elegantes; el acento peculiar; que sonría y que su conversación dé para un relato, o para una vida de novela; el cabello... ya no tengo claro si oscuro o rubio pero, eso sí, que se ponga gafas de sol de vez en cuando; si no es mucho pedir, que sus piernas sean bonitas y sus gustos peculiares; no se descarta que discuta cuando tenga motivos y no molesta que sea más inteligente que el escritor, pues eso es lo normal; entre los veinte y los cuarenta está bien, como edad aproximada, pero uno no desmerece a nadie de otro siglo; me da igual si es gallega o extremeña, si viene de Rumanía, de Bulgaria o de la República Checa, o si es una chica de un barrio bonito y de clase media de Boston, o es de la misma Buenos Airres, eso me da igual porque conozco gente en todos sitios; tampoco es necesario que sea de letras... Perdido en todo ello, redacté el texto final del anuncio: "Aprendiz de plumilla busca Musa, que nade entre la realidad y el deseo; se dará eternidad a cambio de ideas: abstenerse egos demasiado subidos". Y le di a enviar... 

17 de julio de 2015

Una historia en blanco

Nada es sencillo, nada es como se planea. Frente a ti, detrás de sus gafas de sol, puede estar la mirada que buscas, pero quizás (como en otras ocasiones) su camino y el tuyo sean, sencillamente, divergentes: ella al Norte y tú al Sur. La vida tiene esa jodida costumbre, la de ponerte enfrente a una mujer interesante, a una mujer que te atrae, confiésalo. Quizás no sólo sea su mirada, sino sus palabras, su sonrisa, sus gestos o la forma de caminar... o todo a la vez; esa alegría que transmiten los símbolos de las personas jóvenes que, aunque haga calor, quieren comerse el mundo... Estás ahí, enfrente, parado, pensando en quién es ella y qué hace ahí perdiendo el tiempo cuando habla contigo, crees, que igual no lo pierde; sí, ella, la muchacha sin nombre (o igual una inicial con A, con B, con E, con N, con M, con P o con Y, qué sé yo), que puede ser la muchacha que se cruce con otros tipos que cogen la pluma y escriben poesía. Ella, que se ha cruzado contigo, cuando otras decidieron no cruzarse cuando el mundo era en blanco y negro. Pero claro, la vida tiene que tener esas cosas que hacen que te toque las narices ser tú el que contemplas cómo se marcha de espaldas: el miedo a que se largue; el miedo a la certeza de que los kilómetros que os separarán son irrompibles, por mucho que existan las nuevas tecnologías. Ahí estás, planteándote qué decir cuando lo tienes claro: antes de que una posible historia se joda por culpa de la vida, dejas la página en blanco.

10 de julio de 2015

Buscando tu nombre

No sé si es el final de una etapa, el calor del verano o que uno toma decisiones al cabo de mucho tiempo, pero quizás fue entonces cuando decidí que esto debía tomar un giro: o le pongo nombre a la Musa o le pongo un anuncio... quizás tuvo algo que ver el café del Starbucks, o la sonrisa matinal de Maya; pudo pesar el esmero de Alicia en preguntar por su filólogo de al lado o la timidez de Elena... A veces cortamos un hilo porque al lado te sueltan una bordería, o pasan de responderte una señal de humo: igual inviertes demasiado tiempo en personajes de ficción que no dan para una novela y no te das cuenta de que ahí, justo al lado, en lo verosímil, hay algo que te dice y tú te empeñas en escrbir poemas a quien no debes. Reconozco que nuesta vida es una búsqueda, intentar ubicarse y más si quieres escribir algo decente. Cada mañana vas a un Starbucks con tu mp3 y vas pensando en qué escribir y ahí, la multitud, lleva cara de sueño, de miedo, de desarmor, de celos, de haber perdido la pasión, o de haber cortado... de un 'no me cuentes tu vida' o un 'atento a mí, pero sin esperar que yo te dedique a tí ni un segundo'. Qué sé yo, esas cosas que uno pensó que pasaban en la adolescencia o en las novelas y que resulta que son la realidad, la puta realidad. Y encima este calor de mierda. Así como que te cabreas y entonces ves cómo Maya, por ejemplo, llega sonriendo, saludando al auditorio (como en el teatro), tarde -dice ella- como la gente importante; o salta otro mensaje de Alicia, de Belén, o de Pilar, o de Paula... Nunca presumas que es de quien esperas, porque nunca llega: la sorpresa mola más, confieso; y te das cuenta de que, después de todo, siempre hay gente que da para protagonista de novela, tenga o no ojos de mujer fatal. También puede ser un mensaje de Víctor, diciendo que en breve lo vamos a celebrar: lo que sea, como sea y en donde sea... pero esa es otra historia paralela. Digresión, le llaman los filólogos... pero eso queda para la novela de detectives.

4 de julio de 2015

Cosas de mujeres

Uno de letras ha dicho, sin motivo ni razón, que la poesía escrita por mujeres no vale nada desde el año que él ponga: para tal estupidez más vale que hubiese callado. Claro que escribo desde el otro lado, pensando que la valía -en todos los sentidos- de toda mujer es infinitamente incalculable. Esta mañana, mientras tomaba un café en Starbucks, miraba una fotografía de Belén Olavarría en Portugal, con su mirada de no haber roto un plato y el detalle de unas manos hermosas con las que escribe poesía, por cierto; de ahí he pasado a mi universo literario y vital, que está lleno de mujeres, con algunas de las cuales he tenido los conflictos más gordos que entre dos egos se puedan producir y de ello no sólo saco inspiración, sino certezas. Maya, esa chica tan alegre del Este -cada mensaje suyo tiene la costumbre de alegrar el momento-, tiene tal destreza con el idioma español, sin ser su lengua materna, que si uno no la admira debería ir a Galeras y, lo confieso, tiene además una sonrisa que en sí es poesía, como diría Bécquer. Alicia me hablaba el otro día, mientras me enseñaba su colección de Arte -por cierto, mayoritariamente por mujeres- de la creatividad de las mujeres: así que ignorarlo o menospreciarlo, si no eres tan genial como Quevedo, es algo así como ser poeta maldito, pero sin poeta ni maldito. Al llegar a casa había una joven de largas piernas en la puerta de mi casa y con la inercia que Paula me atribuye como innata al mirar (ahora que caigo: creo que mi Musa me abandona, está como queriendo cortar sus lazos conmigo...), me ha venido a la mente toda la poesía escrita por mujeres que he leído, con todos sus poemarios, premios y recitales; todos los amores y desamores que he tenido -tormentas incluidas-; la pasión de buscar una foto artística en la que la modelo mire o diga con unas manos elegantes o unas piernas hermosas como las de Maya; fotos como las que hace Elena, por ejemplo; en fin, así, mezclando ese mundo de mujeres del que dependemos, al tipo le respondería con aquella frase del gran novelista Philip Kerr: cuando los hombres nos empeñamos en poner en peligro la Humanidad, son siempre las mujeres las que lo tienen que arreglar.

30 de junio de 2015

Maya y los días de verano

La primera vez que vi a Maya --"mi nombre se escribe como el de la abeja", insiste ella-- iba vestida de azul; después, siempre que la he vuelto a ver va pegada a su mp3, así como destapando una pasión musical que yo también comparto. Su acento del Este --creo que si Sabina hablase español en Praga, sonaría con la voz de Maya-- es tan sutil que su español me parece el primer idioma que aprendió. Da igual, el caso es que si uno se la cruza por la mañana, ella ya trae puesta la sonrisa, como si al sonarle el despertador le naciese el gesto y unos leves hoyuelos en sus mejillas. Cuando yo era algo más joven, a veces me cruzaba con alguien como ella solamente en el metro y en hora punta; entonces yo, que empezaba a dar pinceladas en estas cosas de las letras, imaginaba quién y qué sería cada cual. Esta tarde le decía a la interesantísima Alicia que mi universo literario está lleno de mujeres, como lo tuve en la Facultad o en las clases de idiomas, o en las novelas policiacas o leyendo poesía... Además de mi musa y otros temas, está Maya. Si olvido las cuatro o cinco veces que he coincidido con ella, se convierte en un personaje de novela: podría ser una heroína romántica, una espía, una hacker intrépida, una exiliada política o, simplemente, lo que es: una mujer hermosa que trabaja de ocho a dos en la oficina de enfrente, se sienta mal ante el ordenador --y acabará por dolerle la espalda-- y que con su acento hace que el saludo o la despedida sea, simplemente, un rato interesante de los días de verano.

28 de junio de 2015

En un vagón de tren

Una tarde de verano, camino de un examen, ella y yo. En el mismo vagón viajaban más jóvenes, sobre todo chicas, que dedujimos que iban en el mismo plan, por los apuntes, así que empezamos a creernos Sherlock y Watson, poco más o menos. Ella da varias pinceladas sobre mi Musa, que dice conocer, aunque yo no le he dicho nada sobre ella y aún permanece oculto el nombre, por ejemplo. El tiempo de espera previo dio para hablar de amigas comunes; de Menéndez Pidal y Lapesa; de la belleza, incluida mi teoría sobre ser guapa o atractiva; de Yolanda Castaño; de reírnos con el nombre de cafés Paquillo ('Paquiño', en gallego) y, en las dos horas manchegas siguientes, de escuchar de sus labios alrededor de unas veintisiete veces el "Juventud, divino tesoro, que te vas para no volver" (las chicas opositoras, de pantalón corto y muslamen nórdico, debían tener veintipocos), de Rubén Darío: ¡demoledor!, pensé que nos salía el Modernismo. Las chicas se cambiaron de sitio cinco o seis veces, según el sentido de la marcha; ella intentó hacer bien, una y otra vez, el selfie, hasta que salió sin el cable y sin cortarme la cabeza, como si quisiera eliminar competencia; por segundo viaje consecutivo, una señora dijo que la habían birlado la maleta -que ya es casualidad-... y así varias peripecias más de la vida en un tren de media distancia. A la vuelta, ya solo, cuando nuestra extremeña favorita se había diluido en su tierra y ella iba camino de Jaén, me quedó el consuelo de la compañía del día anterior; la tristeza de alejarme de ellas y la coincidencia de que las dos jovenzuelas -como las denominó a la ida- iban de nuevo en mi Media Distancia. Cosas del tren. 

24 de junio de 2015

Usted y yo

Usted, que habita entre mis letras y cobra vida en mi cuaderno de tapas verdes; Usted, que apareció de repente, como la tormenta de esta tarde y habita en los momentos de zozobra, que con sus gestos -pequeños o grandes- se sobrellevan la espera, la incertidumbre, los nervios o pensar al tiempo que el sentido del humor cambia de aquí para allá. Sí, simplemente Usted, como en todas las almas de quienes caminan por la calle ahora mojada tras el chaparrón: Usted. Qué sería de mí sin ternerla a Usted para contarle las cosas que caen por la realidad: como esas chicas de la calle pegadas al móvil, contándole a sus respectivos usted las cosas que les pasan: trágicas y cómicas; un suspenso o un aprobado de última hora; el grano de acné o el capítulo de la serie de anoche; la pelea con mamá o cómo la abuela ha soltado cincuenta pavos para el finde. Qué sería de la vida de los escritores, cuando atenaza la angustia el alma, sin un whisky de vez en cuando y sin Usted. Sin su sonrisa y sin su caminar pausado, viniendo hacia el lugar en que estoy o marchándose después de su magnífica conversación. Usted, que además habita en letra impresa, inspira mi creatividad y pende de un hilo -de silencios y de voces-, como antes hubo quien pasó por el camino de Lope o el de Bécquer, quizás por la vida del genial Galdós. Con una salvedad: Usted siempre es en presente y tiene una sonrisa puramente cosmopolita.

21 de junio de 2015

Viajar en tren

Es el día escogido para viajar en tren: mientras nos adentramos por La Mancha hacia Ciudad Real, nuestra extemeña favorita hace lo mismo hacia su Extremadura natal. Los trenes van llenos de mochileros, como nosotros, con apuntes y libros en la mano camino de la hora de la verdad. Primero ella se estremece ante la velocidad del AVE: "Paco, qué miedo, a mí me gustan más los trenes de antes" y yo, que recuerdo los años ochenta, tengo por lo de antes aquel rápido que unía Albacete con Madrid en ocho horas infernales. Lo bueno de esto es la conversación y los whatsapp, que es mucha cosa cuando atenazan los nervios, las dudas y las incertidumbres. Volvemos y, mientras duerme ella, intercambio la mirada con la muchacha de mi derecha, que además de muy mona me recuerda a alguien de no sé dónde...; un señor extremeño con destino a Barcelona, a sus noventa años, dice a gritos que va a ver a los hijos y especifica que bien de mañana estaba ya en Castuera (Badajoz) cogiendo un tren; la señora de detrás grita al interventor que, o le han robado la maleta o se la ha dejado en Alcázar de San Juan; total, que el entretenimiento está asegurado. Mi compañera despierta, me roba la revista del periódico y me lee el horóscopo: el de su novio recomienda una analítica; el suyo, que va a tener un finde romántico el día del examen ("¿A que nos sale el tema del romanticismo", le digo yo) y el mío, que me echo novia o, en su defecto, que me dedique a tener bebés ("No estudies más, tú a tener hijos", se ríe la filóloga). La chica del asiento de la derecha ríe también y coge su maleta para ponerse en pie: "Señores viajeros, próxima estación, Albacete-Los Llanos".