27 de junio de 2009

A Usted, que habita al Norte


A Usted. Es difícil explicar muchas cosas cuando son las palabras las que tienen que ‘decir’ de la poesía. Ante el libro abierto e indócil de Lauren Mendinueta, por ejemplo, o los versos del alma de Karina Sacerdote. Es complejo explicar qué sensación me produce hablar al teléfono con Gracia Iglesia o contemplar la expresividad de los ojos de Ana Gorría. Por ejemplo. Ella, Usted, viene del Norte. O va, o pasa, o transita, o recita. No lo sé. Aquella vez que escuché sus palabras detrás de la poesía en el Ateneo de Madrid supe que estaba ante alguien que no únicamente escribe poesía, sino que sabe cómo expresarla. Me turbó y decidí no acercarme a la poeta: mejor contemplar de lejos el nombre, como a Gerardo, o a Federico, o a Lope, o a... Recitar es difícil: como aquellos oradores de antaño, Castelar por ejemplo, que hablaban de corrido dos horas sin papeles. Cicerón fue uno de aquellos ingenieros de la oratoria, del ‘decir’. Ellas aprenden rápido. A Usted la descubrí primero, a finales de los noventa, principios del siglo XXI (como a Ana Merino, of course), pero no supe leerla hasta mucho más adelante. Eso da igual. Al menos leo, no como aquel catedrático de la Universidad de Murcia que se jactaba de no haber leído el Quijote. No soy su mejor ni su peor lector: soy de lo que dicen sus versos, o sus palabras, o lo que diga ese mensaje que transpira su verso. Soy un chico de provincias que lee poesía, como Miguel Hernández. Únicamente la he visto una vez en televisión: dos; la primera fue una eterna madrugada junto a Blanca Andreu... ¿Recuerda? Es una buena poeta; una gran poeta del amor, del erotismo, del sexo. Y de otras cosas. Pensé que era la única que rompía el erotismo hasta que supe de Marcela Collins y ella se explicó ante mí en el Café Tortoni de la Avenida de Mayo de Buenos Aires. Digo lo que leo, lo que veo, lo que me barrunto, lo que palpito. Justifico, luego no soy cínico: Usted y yo no compartimos muchas cosas; nos separa la meseta y la mirada entre sus ojos sentimentales y los míos canallas, pero yo la leo y la releo. Yo posiblemente soy un cabrón conservador, el puto verso suelto que da el ritmo al poema; el que sale a última hora. Sé que habita al Norte. ¡Si supiera la indignación que producen aquellos comentarios en Galicia que Usted ya sabe! Yo digo lo que creo que es: no adulo, escribo. Una vez alguien me recriminó que incorporara a una poeta en gallego en mis estudios castellanos y jamás contesté el impertinente e-mail. Quien no esté de acuerdo conmigo que me contradiga, pero Usted es ya imprescindible, es Literatura; yo no, y lo que venga... Seré franco y directo, es la mejor manera de hablar bien de la gente. La política obvió la gran poesía de Agustín de Foxá, la de Dionisio Ridruejo, la de León Felipe, la de... No me arrepiento del nombre de una poeta, del verso, de la palabra gallega trasmutada en castellana: Usted. Yo no importo, soy uno más; ni el mejor ni el peor lector, o crítico, o canalla, o vándalo, o filólogo. Aposté y gané. Que no piense en los maestros, en los críticos, en los académicos... en ese gremio que lo dice todo sin pronunciar nada. “Libro de la Egoísta” es un buen título. No es mejor consejero el que adula al que aconseja sino quien habla de veras. Usted es una buena poeta aunque yo lo diga. Buenas noches.