29 de agosto de 2011

"Mi gran secreto"




"He leído uno de sus últimos cuentos y quiero hablar con usted", dice una voz con acento argentino que corresponde a una redactora de La Nación. "Bueno, verá, yo, como otros, soy sólo un aficionado, un principiante", digo bastante cortado, la verdad. "Mire, tengo referencias suyas por algunas poetas de Buenos Aires y por lo que usted ha publicado como crítico", insiste dentro de su papel como periodista. "¿Y qué quiere saber?", señalo ya un tanto turbado. "Verá, estoy de paso en Madrid y creo que será mejor que nos conozcamos personalmente", determina con cierta arrogancia.


Como uno nunca sabe en qué concluirá cada aventura de la vida, cité a la periodista argentina en el Hotel Wellington, en la calle Velázquez, ciertamente cerca de mi casa. Así podía impresionarla pagando un auténtico dineral, que entonces no tenía, por el café cinco estrellas del Hotel. Salvo los cuentos que escribo, la poesía se me atravesó hace tiempo y en el teatro tengo muchos trucos, pero para obras en un solo acto; de momento, claro. Mi última novela, La arrogante Maika, está simplemente apuntada y esa otra... bueno, esa otra ni siquiera ha nacido. Es sólo una etapa, lo sé, pero no hubiera querido defraudar a la reportera si...


En pleno mes de agosto la chica venía ataviada con una minifalda estupenda, algo más que obvio, por otra parte; una mujer morena, una morocha argentina realmente guapa. Se sienta y después de la típica cortesía sobre Buenos Aires y "yo quiero ir a La Mancha", "pues yo la invito, no faltaba más"; "pero bueno, Francisco, me tutea... dale"; "pues hecho, te tuteo, pero... ¿tu nombre?". Esas estupideces que se suelen adelantar antes de entrar en materia. Y como la mujer saca cámara, grabadora y cuaderno, yo pido un whisky sour que me calme los nervios, qué remedio, o eso o meto la pata porque francamente hace calor a finales de agosto en Madrid y la mujer abruma así, reportera de esas de antes, tipo The Whasington Post y eso.


-¿Es cierto que usted bebe para lograr los diálogos?

-Bueno, no; realmente bebo a veces con otras personas para luego recrear el lenguaje de quien habla de más.

-¿Y eso es realidad?

-Obviamente, es la pura realidad.

-Mujeres fatales, hombres fracasados... ¿qué más es real?

-La corrupción.

-¿Y esa Mamen?

-Un personaje complejo... cuarto y mitad.

-¿Cuarto y mitad?

-Cuarto de todo mitad de nada, un ejercicio, una tarea...

-¡Ah!, bueno... ¿Entonces una musa?

-Si una musa me busca me encontrará escribiendo, no la inventaré.

-¿Lo próximo?

-Un cuento en que un tipo se va a por tabaco.

-¿A dónde?

-No dude que si me pierdo será en Buenos Aires, o en Toledo, o en Boston. Lejos de ahora.


Durante la cena le adelanté que cuando vuelva a Argentina pienso organizar un evento que presida mi hermana Karina Sacerdote y al que acudan todos los bohemios de la ciudad, los antihéroes, las mujeres fatales y algún político. "¿Me llamarás?", dijo a continuación. "Por supuesto, al tercer whisky sour", le respondí.

26 de agosto de 2011

"Experimento con una choni"



Mi primer destino como fiscal del distrito fue en un suburbio de la capital, donde tomé posesión rápidamente para trabajar con premura. Me pasé la vida en un barrio in y la Facultad estaba llena de niñas pijas, donde conocí a mi mujer. Ahora, como dicen muchos de este oficio, me tocaba tomar contacto con la realidad. Y así fue.


Se presentó en mi despacho 'la Demetria', señora madre de Jennifer Dolores, una chavala de veintisiete años. "Señó fircal, que el Juanjo ha vuelto a preñar a mi chiquilla y ya va por ocho churumbeles derde que la espatarró por ver primera; haga usté argo", me señaló a modo de denuncia. "Mire, señora, yo no puedo hacer nada, salvo que la muchacha sea menor, que no es el caso; y si tiene ocho hijos, pues nada, qué quiere que yo le haga", le dije algo sofocado. "Ea, pos hable urté con el Juanjo y que trabaje u argo", añadió con verdadera impaciencia de madre.


Llamé al despacho a Juan José U. L., alias 'el Juanjo', 'el cani', 'el tirillas' o 'el Pitis' (este último por ser del barrio de indéntico nombre), fichado por la policía desde los trece años, alguno de los cuales pasó en la cárcel por robo, etcétera, etcétera. "Ejque me aburro, señor fircal, y claro como la Yeni está tan guena", fue su versión de los hechos (iba vestido con la camiseta sin mangas típica de estos sujetos). "Mira, Juanjo, para que no te aburras cuenta las estrellas y, cuando las tengas todas, me dices la cifra final", dije como salida escurridiza a un asunto no judicial.


Dos meses después vuelve el susodicho cani, que así se denomina al macho de la hembra choni, y me responde que en el firmamento hay, según su leal contabilidad, 1.234.575 estrellas. "Y, ahora, fircal, puedo hacerle el amol a la Yeni", me pide. "Hijo mío, tú verás", dije, estando delante la señora Demetria que montó en cólera. El Magistrado tomó cartas también el asunto, por lo cansina que resultó la mamá de Jennifer, y me citó en su despacho al día siguiente. "Le pido que se introduzca usted en el lecho conyugal con Jennifer Dolores e investigue el motivo de ser tan prolífica", me ordenó. "Pero... señor juez, una cosas así...", dije angustiado. "Nada, prueba pericial", sentenció.


La Yeni tenía cierto bello piloso en las axilas y en el labio superior, aquello que se denomina bigote. Las piernas también parecían ciertamente poco afectas a ese invento tan majo que es la Gilette y los piercings adornaban su labio inferior. De tal suerte que cuando la vi así, salí corriendo y aún me espera.


Al llegar a casa, mi señora esposa, una niña bien del barrio de Salamanca, tersa, guapa, joven, oliendo a vainilla, me recuerda que esa noche estrena un conjuntito que..., a lo que yo respondí:


-Mira, cariño, me duele la cabeza, otro día.

24 de agosto de 2011

"Los tipos duros se equivocan"



Yo, amigos, también me equivoco. Aquel día llovía intensamente en la City (cuando hablo de la City me refiero a Nueva York) y decidí entrar en el primer café que se me presentó a la vista. Me quité el sombrero y la gabardina, mojados, y me lancé sobre la barra para pedir el capuchino doble con algo de chocolate, especialidad de la ciudad que te hacer poner las pilas desde primera hora. Desdoblé el New York Times y reparé en las absurdas noticias de cada día. De repente, la vi: ¿por qué siempre las mujeres más hermosas y menos complejas son las que no conoces? Así es.


Llevaba un tiempo en que no conseguía escribir nada: cuando uno es especialista en tipos duros venidos a menos, es decir, fracasados, y en mujeres fatales que son más malas que un dolor (y juro que no es un trauma ni nada por el estilo) acaba por bloquearse. He sido novio de una pija, de una poeta sudamericana y de una historiadora del arte; estuve loco por otra pija, de una millonaria e, incluso, aunque está mal decirlo, de un par de chonis de mucho cuidado. Pero si uno se bloquea, la mujer fatal no sale y, por tanto, la historia no nace. Hubiese sido mejor haberme dedicado a otra cosa, pero la adrenalina de periodista me pide más.


Detrás de una buena historia hay dos o tres retazos seguros: un paisaje reconocible, un antihéroe y la mujer fatal; al menos eso es lo que yo trazo, ni más ni menos. Por eso me fui a Nueva York cuando descubrí que mi secretaria me mentía y que adeudaba al casero mil doscientos euros del alquiler, que no podía pagar. Publiqué mi manual Cómo estar rodeado de chonis y canis y no morir en el intento, que fue líder de ventas en Iowa (y si preguntan por qué no sabré qué decir) y he vivido desde entonces de los sablazos que doy a mi editor.


Vi a la rubia y decidí pedirle un pitillo. "No fumo, caballero; y además aquí no lo permiten", me dijo sin inmutarse. "Me permite que la invite a un café", insití. "Vale, pero solo porque usted es un escritor al que he leído, por nada más", añadió. Cuando una chica así (Marion se llamaba, creo que dijo) te sube el ego, dejas de ser un fracasado y entras en la Enciclopedia. Eso sí, se curó en salud: "Como usted tiene fama de mujeriego, le advierto de antemano que soy lesbiana, así que hablemos de libros". Y me dolió el estómago.

22 de agosto de 2011

"Una segunda oportunidad"



Todo el mundo acaba desaprovechando también su segunda oportunidad. Es científico, porque por norma general, si a una persona le das una segunda oportunidad, la caga de la misma forma que la cagó en la primera. Es como el caso de Davis, el de Asuntos Internos, que va ya por su séptimo divorcio y el tipo aún dice que la culpa es de sus ex. En fin...


Tampoco yo estoy en condiciones de aleccionar a Davis, pues tengo por norma no dar nuevas oportunidades: mis sentimientos están por encima de los sentimientos de los demás y, si yo estoy jodido, nadie se apiada de mi. Que lo hubiese pensado antes. Al menos tengo este trabajo que me permite conocer a la gente. Reabro casos cerrados y sin solución y vuelvo a investigar por si hay alguna posibilidad de cerrarlo con juicio, pero casi nunca el pasado vuelve para hacerse distinto. Al menos me pagan y ocupo un cuartucho sin ventilación que huele a café rancio y a rastros de hamburguesas y sandwiches que jamás me comí. Soy un desastre, lo reconozco.


Hace tiempo conocí a una chica estupenda, Amanda Rose, de Virginia; una mujer a la que su pareja maltrataba sicológicamente y quien había dado ya varias oportunidades a su chico, el cual era un jugador empedernido (me dijo una vecina que una noche, en Las Vegas, llegó a perder 20.000 pavos) y que, cuando se emborrachaba, la maltrataba. Hablé con ella cientos de veces y le insistí para que fuese a una casa de acogida, pero no quiso, confiaba en la segunda oportunidad que le daría al maromo. Al final la cagó ella también, puesto que tuvo que ingresar en un centro de salud mental con una fuerte depresión, sintiéndose todo lo inmunda que el cabrón del novio quiso inducirle.


Fui a verla hace dos semanas y salí de allí con muy mal cuerpo. Cuando le hablé de él, de la casa de acogida, de una vida nueva, de todo eso, me respondió: "pienso darle una segunda oportunidad".

20 de agosto de 2011

"Una sencilla respuesta"




A ti.


La gente (y los periodistas, escritores, médicos... mucho más), tiene épocas en las que necesitan respuestas: el mundo se queda angosto, la gente estorba, las ideas fluyen (pero no se materializan) y los afectos se apagan y encienden como las luces de una feria. Hay quien toma pastillas, hay quien fuma porros, hay quien emprende un viaje, hay quien cae en una escalada de autodestrucción (pienso en una actriz, en una modelo, en un actor, en un político...) y hay quien escribe. Días se cuentan en que una copa de whisky ayuda a que fluyan los criterios de una historia. Y a dar una sencilla respuesta.


El otro día, dos copas de más me hicieron pensar en ti, recuperar el dolor, sufrir un poco más. Yo qué sé, pero tu veneno es dulce.


Se hunden. Todas las personas, cuando les viene algo extraño, se hunden. A finales del siglo XX, en la Facultad, nos decían que las enfermedades del siglo XXI eran las mentales, depresiones y ansiedades y esas cosas. Entonces yo; bueno, yo, ¿para qué iba a creerlo? Me apasionó hacer lo que hice, compartir el tiempo con quien lo comparti, aprender de quien aprendí, amar a quien amé. Esas cosas en las que, cuando eres joven, o no piensas o eres infinitamente eterno.


Ahora la respuesta la tienes tú, a quien dedico esta entrada en un post de un blog que siguen algunas personas. La respuesta es solo tuya, así que es a ti a quien compete darla. Y yo la espero.

18 de agosto de 2011

"La puta del baile"



La estúpida, o evidente, o curiosa manía mía de observar... La mayoría de los pueblos de España celebran sus fiestas en verano, que suele ser la mejor estación para ello; incluso este año, hasta los escritores se quedan en los villorrios (basta leer lo que escriben en los diarios, insulso y aburrido, con la chispa que tienen en invierno), dado que se gastan todo su dinero en whiskys y libros y viajes en invierno firmando libros o dando conferencias o todo ello junto. De tal modo que alguna noche se impone pasar por el baile, que en este siglo XXI es un concierto más o menos pasable de un conjunto local o nacional también más o menos pasable: hay mucha gente que sabe tocar un instrumento y mucha otra que sabe cantar. Yo ni lo uno ni lo otro y bailar...


Una de estas noches me invitaron a ir al concierto y allí me planté. Ya se sabe, en un pueblo mediano todo el mundo se conoce: "he leído tus cuentos y me gustan mucho", te dice alguien; "hacía tiempo que no se te veía, ¿acaso ya no vives aquí?", opina otra persona. Incluso puede ser que se te acerque esa joven muchacha que tanta gracia te hace y te puedas permitir cierta leve conversación para conocerla mientras la invitas a una copa. Te habla sin pudor el sabelotodo: "lo que tienes que hacer es escribir cuentos como el titulado... que son los que mejor se te dan". Aparece también la cotilla: "sí, sí, muy buenos esos cuentos, pero... ¿quién es esa Mamen que los protagoniza?". Por cierto, que ya no los protagoniza, lo cual indica que hace tiempo que no lee.


Pero, lo curioso de la noche en cuestión, es que mientras me relacionaba con la gente, especialmente con el sexo femenino, que para eso es verano, son vacaciones y las mujeres leen más y son mucho más críticas y mucho más exigentes, la descubrí. Mujer de aproximadamente veinticinco años, con un elegante traje negro y unas hermosas piernas; demasiado pintada para esa edad; se fumó dos o tres cajetillas con ese aire de mujer fatal que tanto me gusta del cine: realmente se la notaba nerviosa y fuera de lugar. Acompañaba a un lugareño que le sacaba treinta y tantos años y se notaba que era, evidentemente, una de esas señoritas de compañía que se anuncian en webs selectas y que algunos periodistas han denunciado (y les creo) como prostitución subrepticia. O era eso o metí la pata enjuiciando con solo mirar, pero fue mi apreciación.


La miré y me miró; quizás se dio cuenta que la había calado, quizás no y resultó que prefería el grupo de jóvenes entre quienes me moví aquel rato. No lo sé... me hubiera gustado hablar con ella y poder terminar este relato con una frase del tipo "¿por qué me miras?", o algo así. Pero, de repente, vino otra persona: "¡Oye!, ¿tú escribes teatro, no?".

13 de agosto de 2011

"Fábula de Sabina"



Para Belén.




Nunca, hasta hoy, imaginé que necesitaba escribir una fábula, con moraleja.


La primera vez que oí hablar de Sabina yo era mucho más joven, un irreverente joven, y ella me pareció la mujer más hermosa del mundo. Lo prometo; y ni siquiera sabía que era checa, que era modelo ni que tenía una página web. No sabía nada de ella, hasta que la encontré por la red solamente teniendo como dato la hermosura de su rostro. Nunca se sabe de dónde nace la musa de un escritor. Sabina nació de la nada.


¿Cuántas veces hemos dejado de dormir bien por amor? ¿Cuántas veces he visto sufrir por amor? ¿Cuántos corazones han sido rotos -incluyendo el mío- por amor? Cuando esto escribo, cuánta gente anda sufriendo de amor... y, sin embargo, no existe una fábula para curar el desamor. Yo sí la tengo.


Belén me preguntó hace unos días si alguna vez me había enamorado de un mito. Lo pensé un rato y le respondí que sí, de Sandra Bullock, cuando era adolescente sin experiencia de nada y no había oído hablar ni de Sabina ni conocía a...


El caso es que si la Fábula de Sabina, como las de Esopo, tiene una moraleja, es sencilla: si te enamoras de un mito, al menos el mito no te hace sufrir.

12 de agosto de 2011

"Silencios agobiantes"



¿A que joden? Pues sí, cuando vas al médico y antes de darte el diagnóstico hay un leve silencio ("qué será; será malo"); o cuando vas a reclamar un examen y el profesor calla mientras busca el tuyo ("verás tú que no lo encuentra, madre mía igual se ha equivocado"); o cuando en Hacienda el funcionario introduce tus datos en el sistema informático ("a ver por dónde me sale este"); o cuando esperas una llamada que no se produce o no llega el sms de respuesta que esperas... Y, bueno, el peor de todos los silencios: el silencio administrativo, ese que significa que el gobierno pasa olímpicamente de ti. ¡Menudo eufemismo!


Ya se sabe, hay silencio, palpitaciones, sube la tensión, se entrecorta la voz; incertidumbre. ¿Es que no saben que el silencio cuando dice es una jodienda?


Yo me dedico a la palabra y, en lengua española, la palabra es una gozada; es uno de los más maravillosos idiomas del planeta, por eso jamás entiendo los silencios; con lo estupendo que es el diálogo (incluso en el siglo XVI había un género literario consistente en el diálogo), aunque este sea absurdo. El sonido, en todo su entusiasmo, es la mejor de las compañías.


Años noventa; noche de verano; silencio absoluto. En la planta baja se oye un ruido estruendoso. "¡Hay ladrones!", y yo, ni corto ni perezoso, bajo a investigar (costumbre mía esa de meter las napias en donde nadie me lo ha pedido) y, para ahuyentar el miedo, sonido:


"Sooooooy un hombre al que la suerte hirió con zarpas de fieraaaaa;

soooooy un novio de la muerte...".


Era un gato que, al entrar en casa por la ventana, rompió algunos adornos.


11 de agosto de 2011

"La choni de Manhattan"



Prometo por mi conciencia y por mi honor que me ponen enfermo las chonis (y sus canis); esas señoritas de prendas ajustadas que transparentan ropa interior negra (qué mal gusto, ¡por Dios!), llenas de piercing, que pronuncian unas palabras con una realmente extraña fonética y con decibelios desfasados en el coche mientras escuchan canciones empalagosas. Sí, lo prometo, me atacan... (advierto que haberme criado en un barrio in de New York City of America no influye).


Debe ser un trauma o la costumbre de las niñas pijas (tan monas y tan conjuntaditas) junto a las que crecí en Manhattan, generalmente chicas como Paris Hilton (que también hay que echarle de comer aparte) de pitiminí... Pero es que el otro día iba yo a comprar el pan (como Francisco Umbral q. e. p. d.) y vi a una muchacha que... (ajjj... ) no sé si relatarlo que es la hora de comer... choni, choni, sin complejos. Poligonera más bien... y tuve que ir a la alergóloga, una doctora seria y monísima del Hospital Universitario Mount Sinaí.


Y encima esos coches tuneados, con el alerón detrás, un altavoz más grande que una paella valenciana, ajjj... que no, que iba por la calle, y la vi, a la choni de Manhattan (porque en Nueva York, aunque yo lo idealice, también hay chonis) y me puse malo. Y entonces me dije, "madre mía, esto con Reagan no pasaba".

10 de agosto de 2011

"Kennedy no murió en Dallas"



Le parecerá raro, señoría, pero el presidente John Kennedy no murió en Dallas: tenía un doble. Yo estuve allí y puedo testificar ante el Gran Jurado que los hechos se desarrollaron tal como yo los cuento ahora. Él lo sabía todo y tomó la decisión de evitar que su vida concluyera antes que el final de su primer mandato: tenía otras pulsiones más fuertes aún que el poder y quería vivir. ¿Que cómo fue? La mañana anterior a viajar a Dallas, un agente de la CIA pidió ver al presidente. Yo tenía turno de guardia en la Casa Blanca y ante el plácet del hombre más poderoso del mundo occidental, acompañé al caballero al despacho oval. Una vez allí nos contó el complot, con pelos y señales, los implicados y el por qué. Que si los ricos texanos, que si la guerra de Vietnam, que si el vicepresidente Johnson, que si los republicanos... Zarandajas. Una nueva cara, sonriente, joven, vital (aparentemente) y esa fama de mujeriego no venía bien a algunos intereses. O peor, esos intereses pensaron que los Kennedy iban a estar cien años en la Casa Blanca. Buscamos un doble. Creímos que lo efectivo era ir a Hollywood y que un actor de esos que hacen escenas arriesgadas suplantara al presidente. Lo hizo magistralmente; yo le hubiera dado un Óscar si hubiese vivido, pero... ustedes lo han visto miles de veces en televisión. Sabíamos lo que ocurriría, donde, cuándo, en qué momento... y todo fue tal cual contó aquel tipo. Kennedy lo presenció por televisión desde su guarida, ya en Canadá, luego viajó a Irlanda y más tarde... Kennedy está vivo, señoría, y si comparece ante el Gran Jurado van a temblar los cimientos de Whasington, Obama incluido.

9 de agosto de 2011

"Una historia de amor"



Soy yo, ese tipo que una vez dijo en voz alta "el amor no existe y quien lo diga, miente". El mismo que después de leer El amor en tiempos del cólera (Gabriel García Márquez) dijo "yo jamás esperaré eternamente a una mujer". Yo, el mismo que se identifica con Benjamín Expósito (el papel que encarna el actorazo Ricardo Darín en El secreto de sus ojos -soy yo; yo soy también aquel secretario judicial que tardó treinta años en decir "te amo"). Yo, el que en la Facultad ganó una apuesta escribiendo una carta de amor sin estar enamorado. Yo, el que al final posiblemente tenga que tragarse sus propias palabras. Claro está que cuando yo mismo me metí a filósofo escribí que por encima del amor está la amistad; que la lealtad es una actitud mucho más sublime y universal que el amor; que el cariño y un abrazo son superiores a cualquier amor... Hasta que vi a aquella madre abrazada a su hija cuando por un error judicial la conducían a presidio. Algo cambió en mi y juro que no soy capaz de atisbar el qué. Esta mañana, después del café, he entrado en una librería. Al acercarme al estante principal apareció El amor en tiempos del cólera, y me he encontrado diciendo lo que rompe toda una profesión de fe filosófica en mí. Y lo peor, o lo mejor, es que pienso sostenerlo. Sí, te esperaré todo el tiempo que haga falta. La paciencia y el tiempo juegan en mi equipo, no sufras. Yo no soy tan expresivo como para que tú sepas lo que siento, pero ahora sé que eres tú. Quizás halle en el mundo otros brazos, otros besos, otras miradas de cariño; incluso quizás por un tiempo sea feliz sin ti, pero al final sólo tú serás tú, únicamente tú. Sólo a ti te querré. Te prometo que algún día me atreveré a decirte que te quiero y sólo con ello seré feliz, con tu mirada recibiendo mis palabras.

8 de agosto de 2011

"Una copa a las dos de la mañana"



(Si alguna vez me pierdo y decides buscarme, te dije una vez, hazlo en Estados Unidos. No te compliques mucho: entre la nieve de New Hampshire, caminando por Boston o buscando a Paul Auster en Nueva York). Mi primera semana en Nueva York y en el apartamento, además de mi insomnio y una multitud de cajas aún por colocar, hace un calor espantoso. En la televisión programas nocturnos, tele tiendas y películas en blanco y negro, es decir, nada del otro mundo. A veces es en la noche cuando me vienen a la cabeza los mejores y los peores deseos y, por supuesto, las mejores ideas para plasmarlas en la hoja en blanco. Hablaré con Verizon para que me pongan un ADSL decente y poder conectarme a Internet. Igual te encuentro y todo. Fue hace unas semanas, en la estación del AVE, que pensé hacer la maleta. Aún no he decidido cómo decírtelo, quizás no me atreva, recuerdo todas las veces que he perdido la oportunidad de declararme a una chica, por ejemplo, o simplemente de querer invitarla a una copa y al final... ensayo frente al espejo y en el momento clave me quedo mudo; y no es el caso para lo demás, o para cuando tengo que dar una clase: entonces fluyen las palabras. En el AVE lo vi claro: donde mis pies me lleven me sentiré de otra manera. También puede ser que si tus ojos se quedan quietos no me atreva y mis pies se queden quietos. Esta noche el bar está vacío. Ya sabes: uno de esos bares yanquis con la barra enorme, una tele del tres al cuarto encima del mostrador y la camarera de veintitrés años sonriendo. Muy mona, pero no le he prestado atención: tengo que desapolillar mi inglés para poder dar las clases en la Universidad y quizás le diga algo fuera de lo normal. No estoy contento pero tenía que hacerlo: te juro que tenía que venirme a los USA. Yo no soy un español típico, yo me quito de enmedio y ya está; salvo que apeles a mi amor propio... entonces Carlos V era una nenaza y aprieto los diente y me digo una y otra vez "con dos cojones, que eres tú y no cualquiera". La Literatura no está llena de héroes: somos todos antihéroes, como lo fue Don Quijote. Sherlock Holmes nunca atrapó una mujer y Bernie Gunter es un auténtico desastre. La sociedad está llena de gente antiheróica y pocos son los que realmente pasan a la Historia. Churchil prometió "sangre, sudor y lágrimas", nada menos. Yo ya lo dije en el Instituto: saldré un día en la enciclopedia. Sólo me río, porque aún me queda. Pero como soy español... si digo que sí es que sí. Lo verás. Algún crítico sacará tu nombre y dirá... "era su musa". Si yo digo sí, es que sí. Lo primero que haré aquí en Nueva York, mañana, será comprarme una perrita como la de la foto y le pondré tu nombre. Y si te portas bien, saco un billete y te paso a buscar.

5 de agosto de 2011

"Peón de brega"



¿Cuántas veces he sido el peón de brega? ¿Cuántas veces he realizado el trabajo sucio y he salido perdiendo? ¿Cuántas veces he tendido la mano y se me ha quemado? Desde 1955. Os lo voy a contar con todos los datos y entonces entenderéis por qué me fui de aquel sitio y jamás he vuelto a aparecer por allí. Mary era la muchacha más hermosa de Haverhill, Massachussets, y yo estaba colado por ella. Ella, por el contrario, mantenía una relación oculta con Mike Hollyfield, el hijo rockero de Hollyfield, el dueño de la mina. Los padres de ella no aprobaban aquella relación dispar: chica mona, educacada, independiente y conservadora; él, juerguista, mujeriego y analfabeto profundo que montaba un Cadillac recién comprado. Íbamos juntos al Instituto, pero ella ideó algo que le facilitó la cobertura; yo fui el imbécil peón de brega. Luego, me fui y nunca más se supo. Quedaba conmigo de vez en cuando, a la vista de todos; eso le daba a Mary una coartada de presunto novio educado, trabajador y de buena familia: el padre lo hubiese aprobado. Cuando nadie la veía quedaba con Mike, a escondidas; el pueblo entero pensaba que yo era el héroe elegido por la muchacha más hermosa. Hasta la noche del 4 de Julio en que los sorprendí juntos al lado de la tienda de comestibles de John Bush Sr. Esa misma noche abandoné el pueblo rumbo a Nueva York y, ahora que me muero, no me arrepiento.