25 de marzo de 2014

"La musa sin nombre"


Esta mañana azul y blanca... a través de la cristalera del café entra un sol arrogante que ilumina tu cuaderno verde. Anotas una vez más su nombre y el secreto que lo acompaña: cierras las tapas y piensas cómo, hasta ahora, han sido decenas de relatos y de poemas los que llevan su aroma, su forma de mirar, su forma de decir, su sonrisa... Y el secreto de sus ojos... Piensas en que el tema que hoy te toca preparar es el de la poesía romántica del XIX y cuanto de furtivo hubo entonces. A ti te pasa igual; sólo que tú aún tienes camino por recorrer... Abres de nuevo ese cuaderno y reescribes el adjetivo que le diste el primer día. Ahí queda, para siempre. Cuando pase el tiempo y la lluvia arrecie y el sol viva de nuevo cada veinticuatro horas, alguien tomará esas notas y conocerá sus pasos; los pasos que tú le das... Pero su nombre es ahora un secreto. Claro que la gente quisiera saberlo y comentarlo... porque, al cabo, ¿cuántas musas sabe la gente que lo son? ¿Quién, detrás de cada secuencia que leen cientos de personas, oye una frase directa que dice "ese chico ha escrito algo bueno sobre ti"? Eso sólo pasa en el cine, piensan. Reabres el cuaderno y queda tanto por saber; claro que quizás esa musa, si lo intuye, tampoco lo sabe todo de su escritor; ni lo más importante... Miras al sol, que rebosa alegría y entonces comienzas unos versos para ella; mientras ella está en otro lado en otras cosas... algo te hace pensar que si hubiera llegado antes, pero frenas y te dices que ha llegado en el momento justo. Anotas su nombre de nuevo: sólo quien robe o lea o posea ese cuaderno adivinará quién es la musa sin nombre. 

20 de marzo de 2014

"Ojos de mujer fatal"


Ahora, al mirar por la ventana, no recuerdas cuándo fue, aunque eres capaz de fijar el lugar. Mientras tu tren se dirige al destino que tú has buscado; mientras que estás junto a la ventana observando el paisaje rural que pasa junto a ti, a no sabes cuántos kilómetros por hora, te ha venido a la memoria. Abres tu cuaderno de tapas verdes y miras las cosas que has anotado: dónde y cuándo nació -aunque, esto último, no lo has olvidado-; su color favorito y algunas otros asuntos más que te ha ido diciendo en los breves y poco frecuentes retazos de cosas que te ha dicho en los últimos tiempos. Tú tienes miedo a que algún día la memoria te traicione -auténtico terror- y no recuerdes nada. No sabes si es o no una historia -cualquier persona con la que compartas algún instante es susceptible de ser protagonista de un relato o de entrar en tus memorias, si algún día existiera interés en que vean la luz-, pero no quieres borrar del recuerdo nada, absolutamente nada. Total, unos días te sientes mejor, otros días peor, pero lo importante es esa línea recta suya que un día cortó abruptamente tu trayectoria. Parece que estás recordando sus ojos, tan intensos, tan hermosos la primera vez que los miraste, pero como no sabes dibujarlos, llevas su rostro a tu memoria. Y como el sabio, tienes unas ganas enormes de decirle con urgencia que tiene ojos de mujer fatal. 

11 de marzo de 2014

"La muchacha celíaca"


Ella es una excelente actriz, pero en sus ratos libres estudia ingeniería; cosas de los genios, supones. Aquella vez, cuando la conocías poco -tan poco como ahora, seamos precisos-, alguien que preparaba aquella cena multitudinaria contigo te dijo algo así como "es celíaca". De pronto tú, como aquella otra vez que en Estados Unidos en que te dijeron "es judía", pusiste cara de póquer y empezaste a pensar que qué era eso; luego, para salir de tu ignorancia, te metiste en Internet, en donde todo se sabe -en donde todo se dice- y te informaste bien: esa manía tuya de aparentar que todo está controlado; aunque sólo el azar decide, amigo, sólo el azar decide... Incluso ella, que es una tía maja de verdad -e inteligente de veras-, soltó algo que te pareció súper-humilde: "no, no te preocupes: yo me llevo mi pan de casa a la cena". Y a ti, que te apetecía hacerla sentir totalmente identificada con vosotros, le dijiste al tipo del restaurante que se buscara la vida pero que en la cena querías pan para celíacos -ese rasgo autoritario tuyo- y así fue... Pensaste hace algún tiempo que le debías escribir algo porque, otras noticias suyas no tienes, pero te lee: siempre se lee esas pequeñas historias con trasfondo melancólico; de mujeres inteligentes como ella, de tipos perdedores... ¿Y por qué esa chica rubia de pueblo no iba a ser un personaje literario? ¿Por qué aquella chica que una tarde de invierno te impresionó en el teatro por su excelente actuación no iba a entrar en el papel para salir del escenario? Siempre tuviste claro que las mujeres como ella son las que hacen que vivir en un sitio así aún merezca la pena, por eso hace unos días alguien te escribió: "con el grupo de gente tan maja que hiciste...". Ella es una de ellas... la chica rubia de pueblo, que va para ingeniera y que actúa tan bien como actriz. Una muchacha celíaca. 

7 de marzo de 2014

"El móvil y el váter"


No es la primera vez que oyes esa frase: "se me ha caído el móvil al váter y se me ha estropeado"; sólo que, como ya no es ni una ni dos ni siquiera tres veces el número de momentos que la has oído, de repente te has asustado (bueno, entre intrigado y estupefacto). ¡Claro! Te pones en situación y es entonces cuando te preguntas: ¿la gente utiliza el móvil mientras hace 'ese uso' del retrete? Y, la respuesta, en muchos casos, es  (ese-i). Como eres de letras, esa debe ser la razón por la cual te imaginas a una de las propietarias de la frase (en tu caso; en otros, que las interesadas sienten ahí a un hombre...) en semejante posición y... Tupido velo. Insisto, como eres un tipo de letras, incluso dicen que en tiempos enamoradizo, sientas en ese lugar a una muchacha; a esa (subrayado en cursiva) muchacha que todos los escritores tienen en mente (hay quien la denomina Musa) y deduces que, en el porcentaje que sea, lo hace mientras... ¡te responde o te envía un whatsapp! (Por ejemplo y ahí queda eso). "¿Es que tú no lo haces?", te dicen mientras lo comentas. "Pues no", respondes, para añadir: "cuando yo respondo o envío un whatsapp me siento en el sofá, lo pienso y lo envío". "Es que eres hombre: no sabes hacer dos cosas a la vez", se queda tan a gusto tu interlocutor. Y sí, en la última semana, aunque parezca mentira o absurdo, son ya cinco las personas que dicen haber perdido en el combate del váter el móvil, con el fastidio que eso lleva. Triste final para las nuevas tecnologías, mírenlo así. 

4 de marzo de 2014

"Cosas que nunca dijiste"



No nos atrevemos a decirlo y, al pasar el tiempo, o nos arrepentimos o nos asaltan las dudas. Sí, aquella mañana nos saltamos la clase y decidimos irnos al café de enfrente; poco importaba que nos pillaran o no haciendo pellas. De pronto vi al cartero recoger las cartas en uno de los pocos buzones que aún sobreviven en España y fue entonces cuando nos asaltó, a los que allí estábamos, la duda, la incertidumbre o, seamos sinceros, la jodienda de que pase el tiempo y las cosas se queden a medio. Que sí, que sí; que hay veces que dejas para otro momento decir algo importante, porque presumes que la persona a quien vas a decírselo (qué sé yo: que la quieres, que te apetece irte a cenar con ella, que te devuelva ya los cincuenta euros que le prestaste aquella vez, que te conteste los whatsapp de vez en cuando... cualquier cosa que nos resulte importante) no va a estar preparada o no le va a gustar o no va a saber cómo encajar lo que le dices. En fin, sí, que lo dejas; lo vas dejando porque cada día te trae algo nuevo (bueno, malo o ambas cosas) y es esa acción que se queda ahí. La gente, madura, se mueve: v-i-v-e. Y resulta que te encuentras cinco, o diez o quince años después con que jamás dijiste lo que querías decir (y, entonces, esa persona ya es otra porque sencillamente su vida es ya distinta) y siempre te quedará la incertidumbre de qué habría ocurrido si hubieras sido valiente y le hubieras dicho, mirando a los ojos y poniendo una hermosa sonrisa, lo que te pedía el cuerpo decirle. Ahí queda: miles de cosas sin decir, miles de otras vidas vividas de otro modo que hubieran sido otras realidades. Pensamos en el qué dirá antes que en el propio mensaje, tienes narices. Pero... Antes nos decían, ante algunas cosas (el amor, una entrevista de trabajo, una petición de perdón...), que el no ya lo teníamos, que lo importante era ir a por el . Y pregunto yo: ¿por qué jamás hacemos caso a los mayores? 

1 de marzo de 2014

"Gente decepcionante"


"Nunca des importancia a quien hiela tus sentimientos con su indiferencia", leíste en aquel libro; más tarde, fue un consejo que siempre diste a tus alumnos. Aquella mañana lluviosa esos alumnos fueron llegando en cascada hasta el Instituto; llovía y el frío les helaba la punta de la nariz, que se les tornó roja. Alguna de aquella gente estaba sufriendo 'mal de amores' y otros, sencillamente, no habían preparado el examen de Lengua. La clase, por tanto, fue un desastre sin paliativos. El profesor, en la segunda hora, la de Tutoría, quiso explicarles que hay gente que es, sencillamente, d-e-c-e-p-c-i-o-n-a-n-t-e"Os vais a cruzar en la vida con gente que os pondrá una cara cuando estén con vosotros y otra bien distinta cuando no esteis junto a ellos; habrá gente a la que sólo le intereséis cuando necesiten apoyo o que les escuchen y luego, si te he visto no me acuerdo; habrá gente, incluso, que en los mejores momentos de vuestra vida os acompañarán, pero cuando os vengan mal dadas os dejarán en la estacada; habrá, incluso, gente que se aproveche de vosotros... y... aún así, encontraréis gente maravillosa por el mundo, que también la hay", disertó el profesor. Un alumno levantó la mano y preguntó cómo combatir ese mal: el profesor concluyó diciendo que había que "poner por delante de vosotros, siempre, vuestros sentimientos; los de los demás son exclusivo asunto de ellos". Sonó el timbre y salieron al recreo.