26 de febrero de 2017

Cruzarse al tiempo

Unas veces dejamos de ver a alguien por decisión de ese alguien, con mayor o menor justicia; otras, tejemos un camino de silencio nosotros mismos... En ello, los adolescentes montan un drama cuando alguien se les va; algo mayores, sacamos lo bueno y lo malo del hecho y apechugamos. Aunque... una vez alguien me dijo que el tiempo sale al encuentro de uno mismo y, en la inconsciencia de mi juventud, no le creí: es cierto. Aquella mañana, mientras me anudaba la corbata y terminaba el café humeante en el hotel de la pequeña ciudad de provincias reparé en que en el programa estaba el nombre de una antigua conocida con la que mi carácter chocaba siempre, hasta que se rompió. Una vez en la sala, ambos compartimos mesa redonda; ella, tan competente a pesar de todo, intentó acaparar miradas, flaxes, parabienes y aplausos, siempre un paso por delante de los demás: su tema, candente, le propiciaba el éxito rotundo y, una vez más, quedar un peldaño por encima. La miré, estaba tan hermosa con su miopía que me recordaba las viejas horas de apuntes, juntos en la Facultad, las complicidades, los cafés, los trabajos en equipo hasta que... Llegó mi turno, con ese momento incial en que la timidez reside en el estómago; recordé con fidelidad el pasado, incluso sus putadas, sus comentarios hirientes, su competitividad atroz y empecé a hablar de mi tema. Solo que guardaba conmigo un viejo as en la manga, siguiendo siempre al magnífico Lope: puesto que el vulgo viene a oírte, díselo para que el vulgo lo entienda y, en esos fregados, uno siempre ha sido zorro viejo. Las miradas, aplausos y flashes, además de las preguntas, vinieron hacia mi ponencia. Terminó, la miré indiferente y repetí para mí aquellos versos de un poeta amigo: "que el premio del engaño es el olvido".

19 de febrero de 2017

People help to people

Quizás fue por lo de aquella mañana... El tipo del camión no miró por sus espejos; entonces, no sé cómo, reaccioné y viré con violencia gracias además a que el carril contrario no tenía circulación, de lo contrario me hubiera estampado. De poco sirve recordarlo, si no es después, con un nudo en el estómago y frente a un café. Antes éramos todos un grupo (people help to people), ahora ya no, entretenidos como estamos en juzgar, prejuzgar, clasificar y valorar sin conocer; así, sin medida, todos con la idea de que lo sabemos todo... Contaba un hombre ya anciano en un bar que antiguamente, cuando la gente era gente y las redes sociales no servían para alejar a unos de otros, todos se ayudaban: en una tragedia, en la cosecha, en el parto de un nuevo hijo... Ahora la frase es estupenda: "¿Y a mí qué?" Todo lo que no te toque en primera persona del singular (la primera persona del plural está prohibida) no existe, ya sea calentamiento global, educación, sanidad, violencia del tipo que sea la violencia, corrupción... Lo mismo da que nos necesiten niños en riesgo de exclusión social, nuestros amigos de ayer ante una eventualidad, tu pueblo... nada. La gente vive de su clasificación: "este es de primera, aquel de segunda, el otro acaso de tercera", así como los trenes de antes, o los fascismos, que la gente no ve que repite lo que siempre dijimos que nunca más repetiríamos. El día del camión, algo detrás, había visto cómo un automóvil se había estrellado con un quitamiedos y allí se andaban los guardias civiles, el ciento doce, los de carreteras... eso sí, si mi ombligo lo necesita que vengan todos, a cambio de nada. Esta sociedad tan individualista, tan egoísta que se entretiene en echar la culpa de todo a los otros... Menos mal que explicando una lección vi esperanza: un alumno pregunta "en 1936, ¿la guerra de qué?"; sonreí, porque minutos antes otro, al leer un relato fantástico de Galdós, había dicho "ah, sí, Benito Pérez Galdós, un escritor de hace cien años o más, mi calle se llama así". A ver si no los echan a perder los desocupados (o desocupadas) de siempre.

15 de febrero de 2017

El silencio de las piedras

Un día cualquiera, da exactamente igual. El coche me lleva por una carretera bien asfaltada, cómoda y, de vez en vez, me cruzo con otros vehículos de paso; la radio, además, recuerda que estamos en dos mil diecisiete: "Boletín de noticias; actualidad, en España, los partidos... bla, bla, bla". Al fondo, casas abandonadas; juntas, como sosteniéndose unas en otras; varias de ellas aún dejan ver persianas en alguna ventana; otra más, casi a su lado, tiene ya el tejado caído, la de la esquina recuerda que incluso tuvieron número y deja adivinar un cinco: imaginemos que es la calle de Albacete, por nombrarla de algún modo. Ahí, en ese pueblo o pedanía o aldea o caserío hubo un día gente; jóvenes que labraban las tierras colindantes -hoy olvidadas también- con sudor; mujeres que abarazaban a otros seres de corazón latiente; fiestas en verano y lágrimas en los entierros en algún camposanto olvidado por los deudos. La gente se fue, poco a poco, como sin darnos cuenta. Hace algún tiempo acudí a uno de estos sitios, ahora memoria de historiadores y poco más y fotografié su eco; una chimenea, decorada con pintura al fresco por un señorito con ínfulas de pintor; a la salida me dijo el abuelo: "pusieron el trasformador de la luz en el 61 o 62 y en el 63 ya no quedaba nadie aquí". Allí sigue el transformador, cortesía de Iberdrola, entre los cascotes de lo que un día fue caserío que albergó a trescientas personas, según un censo de 1916. Delante de mí un camión: reduzco, cojo velocidad y adelanto; así, contrapunto de la modernidad con el fondo de aquel pueblo de La Mancha, en que no quedan ni los ecos mudos en la noche; casas que en veinte o treinta años serán polvo; sitios en que hubo alguna tele y vieron al Caudillo irse, a Adolfo subir y bajar, a Naranjito o el petardazo de Chérnobil -en blanco y negro, eso sí-; aquellos días de frío hasta en los huesos, cortesía de las casas sin calefacción: hoy ni los reclaman los cazadores de herencias. Cada vez hay más pueblos abandonados, según las últimas estadísticas; cada vez hay más contaminación en Madrid o Barcelona, en los barrios que ya no son ni obreros, en opinión de la UE. Y digo yo...

5 de febrero de 2017

No tener tiempo

Le pasa a mucha gente: basta con escucharlos, con mirar sus estados del whatsapp o sostenerles la mirada. Sí, a ellos, a nosotros... hay gente que dice que "no tiene tiempo" (en la era de la comunicación esta, que crea más incomunicación y menos sociedad que en la Edad de Piedra). Nos engañan: nadie no tiene tiempo, porque lo tiene para otras cosas y para otras personas; les queda la pose esa de quedar bien: conmigo ya no cuela la trola, pero veo que con otra gente sí y cuanto más jóvenes son más duele la mentira. En la vida, la amistad y el otro tienen un valor fundamental: debemos tener tiempo para quien nos importa, para interactuar acercándonos a sus momentos malos, a sus momentos buenos; es natural, es humano estar ahí, verse, hablarse y ahora que un mensaje es absolutamente gratis hacerlo es sencillo. "No tengo tiempo", "no puedo", "no contesto a menudo...". Normalmente es mentira, con ese prurito occidental de irse a dormir con la 'mentira piadosa', que es la peor de las mentiras porque lleva premeditación y es una cabronada. Todo el mundo tiene tiempo todo el rato: para lo que quiere, para quien quiere y es normal que haya gente que sea excluyente, pero sin el derecho a quedar bien. Es mejor, creo yo, que la gente diga claramente que no quiere saber de ti, sin guardar en la recámara la posibilidad de quedar bien por si te necesita alguna vez (por el interés, eso que mueve a tanta gente): la gente clasifica, da prioridad y está en su derecho (recuerdo a una persona quejarse porque otra no le respondía y resulta que ella misma no respondía y clasifica por norma: a veces tragarse su propio purgante, jode, pero lo inventó ella). Ocurre que hay gente que se toma esto muy mal y al final le afecta (a todos nos afecta, seamos sinceros) pero no debemos dejar llevarnos por el pesimismo, no debemos considerar sus mentiras como algo factible; no necesitamos hacer creer a quien clasifica que su ego está por encima del resto, cuando es un ego mezquino: convencido quedo de que si necesita algo (apoyo, consuelo, ayuda, dinero) no vacilará en escribir. Es importante que en ese momento tú mismo estés fuera de línea. Ayer leí algo que me hizo reflexionar: quien no te atiende no te valora, quien no te valora no merece la pena porque, en definitiva, vivir en sociedad tiene doble dirección y para quien no vales, tampoco debe ser opción para ti. Una mentira duele un poco, la verdad prevalece siempre.