La magnífica poeta asturiana Fátima Fernández aparece cada día con mayor fortaleza en el panorama poético de nuestro país. Considero a Fátima una gran intelectual -no hay mas que ver y leer su blog- y de su capacidad literaria dan fe sus numerosos premios y los elogios que le dejan en su web otros grandes poetas. Me siento algo antólogo de esta nueva generación -un poco tímido últimamente por las duras censuras de la Wikipedia- y veo en Fátima una figura prometedora. Sé que el mundo editorial español no es muy justo; soy consciente de que su juventud debe pagar el tiempo que le queda hasta que los grandes filólogos y los grandes críticos españoles le dediquen las páginas que se merece; pero mientras, ella escribe y cada día nos deleita con su inteligencia. La última de sus geniales ocurrencias ha sido reivindicar la faceta poética de Jorge Luis Borges, para venirnos a decir que no sólo es el narrador que todos creemos que únicamente es. La literatura de Fátima es brillante y llamativa; su poesía es fresca y está llena de imágenes que nos permiten entender con verdadero interés lo que nos transmite su subjetivo ‘yo’ poético. La metáfora, que todos concebimos como propiedad privada de Luis de Góngora, también tiene un hueco entre los numerosos y certeros versos de la asturiana. Bien. Un día apareció, no recuerdo cómo, quizá a través de la magnífica Lauren, la poesía de Fátima ante mis manchegas entendederas -ella, que estudió en Cuenca, ya sabe lo parecidos a Sancho Panza que somos los profesores de letras de La Mancha- y me saltó una chispa que sólo recuerdo haber vivido antes ante la poesía de Lauren Mendinueta. No voy a hablar de que Fátima es un genio de la poesía porque aún debe tirar versos a la papelera así como brindarnos otros más brillantes que los que nos ocupan, pero sí es un valor prometedor que nos dice que hay poesía más allá de mis antologadas Yolanda Castaño, Ana Merino, Vanesa Pérez-Sauquillo, Elena Medel, etc., en España, o que Lola Arias, Marcela Collins, Eunice Shade, Alexandra Tenorio y otras de allende el Atlántico. La versatilidad de su poesía estriba en que se maneja tan bien en la estrofa corta como en la larga, si bien echo de menos que sus cualidades pasen a configurar, algún día, un sonoro romance o un sáfico soneto. Pero puesto a analizar lo que tengo delante, el trabajo empleado en el ritmo del verso corto se traslada a la musicalidad y sonoridad del verso más largo, actuando con el mismo interés poético en ambos casos. Fátima tiene una teoría y estética que se va definiendo -imagino que habrá escrito cosas que yo no he leído- en el día a día de su trabajo (y esto es una especulación) y en el transcurrir de sus versos. Pues bien. Ahí queda el nombre de Fátima y espero que suene tanto como sus versos. Versos de los que doy fe en este post.
SILENCIO
SILENCIO
!Schss, ¡no hagas ruido!
Cierra los ojos,
Ahora, aspira.
Aspira este espeso silencio.
¿Sientes su vaivén?
Es la hamaca de la soledad.
¿Lo hueles?
Es el olor mezclado de los pueblos.
Abre los ojos.
Ya puedes expirar.
Expirar los gritos inaudibles
de quienes sufren y nunca vemos.
Expirar este llanto
que se ahoga en mi garganta
© Fátima Fernández Méndez
Cierra los ojos,
Ahora, aspira.
Aspira este espeso silencio.
¿Sientes su vaivén?
Es la hamaca de la soledad.
¿Lo hueles?
Es el olor mezclado de los pueblos.
Abre los ojos.
Ya puedes expirar.
Expirar los gritos inaudibles
de quienes sufren y nunca vemos.
Expirar este llanto
que se ahoga en mi garganta
© Fátima Fernández Méndez
No hay comentarios:
Publicar un comentario