11 de diciembre de 2021
Las viejas cartas
29 de noviembre de 2021
En una gélida noche
Cuando el tren se deslizó lentamente por esa estación de provincias intuí que pasaríamos la noche tirados en mitad de la nada. La nive aún caía tímidamente y el frío calaba nuestros huesos como nunca antes. El jefe de Estación nos pidió calma y a continuación explicó la situación: más allá de los montes el temporal impedía seguir ruta. Sería cosa de una única noche y en la pequeña sala habilitada para los cinco o seis pasajeros había espacio suficiente. Me acomodé junto a la chimenea, al lado de una chica más o menos joven. Se presentó como adjunta a la dirección de una compañía de Bohemia-Moravia, no recuerdo bien. Hablaba perfectamente castellano y la noche se nos pasó entre libros, comidas, viajes y otras conversaciones más o menos amenas. En aquella estación rural, cuyo nombre era algo así como Bastilia, o por el estilo, nos dieron café, pastas y varias cosas más durante la gélida madrugada. Me gustó mucho su acento, pero también sus ojos me impactaron... Cuando llegué a la capital, con tiempo suficiente para enlazar con el avión a Madrid, adquirí un mapa e intenté comprobar el lugar en donde había pasado la noche: no aparecía. Pensé que el pequeño pueblo era poco más que una aldea, nada importante. Sin embargo, la duda o la sorpresa me atenazó cuando alguien de Información del Aeropuerto me explicó que la compañía anotada en la tarjeta de mi compañera nocturna de viajes no existía. Al subir al avión y escucharlo, apenas pude creer el mensaje del comandante: "Señores viajeros, la temperatura actual en Bohemia y Moravia es de treinta grados, propia del verano local. Abróchense los cinturones y...".
21 de septiembre de 2021
A contracorriente
Mientras espero, advierto ser el único que ha leído la indicación de la entrada ("máximo dos personas"), pues en el comercio debe haber, en ese instante, seis o siete individuos. ¡Qué más da! Además, en tiempos de dedo fácil y lectura radicalmente incomprensiva, tampoco sigo la corriente a las dos fumadoras que se ríen de la metereóloga Isabel Z. por no haber dicho lo que los memes dicen que sí dijo. Como suelo hablar con algún dato -a veces incluso con media docena-, la chica preguntó para los bomberos: "bueno, ya no como se apaga un volcán, obviamente, sino cómo
se apagan los posibles incendios que se puedan producir a su alrededor,
qué consejos les daría". ¡Qué sacaría con reíme de una persona que sabe más física que yo, por ejemplo! Sigo adelante con mi paseo, casi bajo la lluvia, saludando poco después a algunas personas, entre otras a una chica con El sí de las niñas en las manos; como me relaciona con la literatura, me explica que "está muy chulo", aunque su madre cree que los 8,74 euros que cuesta son un dineral, no así los 659 del móvil que se ha comprado tras el último, que se le cayó descuidadamente al váter. Al fin y al cabo, pensará, la Cultura está a un click de su dedo, ese del 40% de españolitos de a pie que no saben si una noticia es falsa o real o medio manipulada, por eso Reuters resalta con asombro que el estar informado cada vez va a menos, así como la indiferencia ante los ataques de la prensa. ¡Lo que estarán disfrutando algunos poderes fácticos! En esas, paro en el kiosko, compro el periódico en papel y me siento a leerlo, lentamente, tomando un café, porque la más de las veces sienta bien ir contracorriente.
28 de julio de 2021
Noche en el tren
Confundí mi billete y el tren partía en mitad de la noche, como antaño viajaban los jóvenes sin dinero, regresando a sus pueblos después de la suerte, el infortunio o la mili, yo qué sé... El andén estaba casi completamente desierto, más allá de las risas sinceras de dos estudiantes que habrían firmado esa misma cálida mañana de verano sus últimos exámenes del curso; el jefe de Estación fumaba, alejado, un pitillo necesariamente atiborrado de nicotina. Otra persona leía un best seller, el último de no sé qué famoso autor... Mientras, yo terminaba mi bocadillo de jamón y dejaba reposar el café con leche en un vaso de papel con tapón de plástico. El comboy entró diligente, ruidoso, iluminado, desierto: apenas unas pocas cabezas de perfil, como las caras de las monedas de antes, cuando además de paisajes europeos había en ellas líderes. Yo qué sé, era de madrugada en aquella estación de cualquier lugar de Castilla. Subí rápido, pues el pitidito de partida no perdonó ni los dos minutos que indica el billete que, por fea costumbre, suelo imprimir en papel. Me senté frente a la chica taciturna -o adormilada, vaya usted a saber si soy imparcial ahora describiendo- que resultó ser habladora, estudiante de letras, lectora como yo de Philip Kerr e inteligente hasta el paroxismo... Así el viaje, además de aventura, resultaba de inmejorable compañía. Paramos dos o tres veces en ciudades en duermevela y con la luz baja, perdidas entre las dos castillas y la capital del país. Cuando de amanecida me tocó bajar en una estación de La Mancha, cálida y ya medio despierta a voces, la muchacha dormía. La miré, me despedí en silencio y bajé. Poco más tarde, cuando buscaba en mis bolsillos la llave del coche, no sin antes interrogarme cinco veces cuál era la letra y el número y la zona exacta de su ubicación, me apareció una nota con un nombre, un teléfono y un "llámame, por favor".
13 de julio de 2021
Recuerdos
La tormenta casi nocturna nos impidió continuar el trayecto y, a un paso de la frontera con Portugal, tuvimos que parar y refugiarnos en el pequeño bar de carretera. Viajaba con gente totalmente desconocida, por lo que me senté solo al fondo, ensimismado en mis recuerdos. Cerca de allí estaba la cafetería en la que me encontré con ella la primera vez, en donde hablamos de mil cosas, especialmente de su creatividad artística. Después, como yo andaba errante, me invitó a descansar en su casa; fue cuando más constancia tuve de su personalidad, de sus palabras, de sus rizos, de sus tatuajes... Las estrechas calles del antiguo barrio judío donde vivía me dejaron el claro recuerdo de sus fotografías, ahora publicadas en revistas de medio mundo, como esa tan importante de Nueva York... Ahora, sentado en el bar, esa noche de tormenta, frente a un triste bocadillo de tortilla francesa y un café solo muy caliente, me vino el eco de su recuerdo... El eco de una de esas personas que, aunque hayas visto únicamente una vez en tu vida, han dejado un poso indeleble de alegría, como ella aquella otra noche de hacía ya algún tiempo.
Modelo: Paola García. Foto: Carmen Sánchez Lices.
28 de junio de 2021
California Dreamin
Con las prisas de un mal sueño corro hacia la taquilla e inserto la tarjeta de viaje: el tren apenas ha arrancado y subo de un ligero salto a la plataforma final. Camino por el pasillo, desierto ese domingo de verano en California y allí la veo... Agazapada tras un best seller de bolsillo y aislada del mundo por sus auriculares, la misma chica de siempre: solitaria, con un café del Starbucks entre las piernas. Coincido con ella casi cada día, como con esas otras personas a quienes no conozco, pero cuyos rostros ya me son familiares. Gente del mundo, tan importante para alguien como lo somos tú o yo... Algunos días se me queda mirando, con esa fórmula de atisbar la tranquilidad por viajar con gente habitual: un miedo menos. A veces me pregunto quién será ella; o quién aquel ejecutivo con el Times; o la muchacha con las bolsas del Mall en el viaje de vuelta, sobre las seis... En el fondo aquí somos todos gente solitaria, viajemos hacia Berkeley o hacia San Diego. Algunos días nos molestan los grupos de playa, con sus ruidos, sus tablas de surf y sus formas estridentes de llamar la atención... pero el tren es de todo, ¿no? Cuando voy a bajarme tengo la costumbre de mirar unos segundos hacia atrás, como diciéndole "hasta mañana".
30 de mayo de 2021
Mirar atrás
Me gustó volver a aquel lugar que tiempo atrás había representado un punto de encuentro para creadores, artistas y estudiantes. Donde las conversaciones seguían siendo ruidosas, aunque con mascarilla. Fui a la barra y pedí un blanco, muy frío; giré y vi pocos espacios vacíos: al fondo, una mujer de ojos expresivos y alegres manipulaba una cámara fotográfica. Educadamente le pregunté si podía ocupar la silla contigua, sólo un momento. Comencé a leer el diario, anoté algo en un cuaderno cuya tapa estaba ya casi suelta y, sin preámbulo me dijo: "es curioso que ya no me recuerdes". Me paré a pensar y por mucho que intenté apartarle mentalmente la mascarilla, no caí en la cuenta. Imposible. Se dio por vencida y me dijo quién era y de qué nos conocíamos. Me alegré, no miento. Nos pusimos al día más allá de dos o tres vinos y de la comida. Sentí la sensación palpitante de que el tiempo trancurría sin importarme, sin ruidos, más allá de esa forma de gesticular suya. Se nos hizo la noche y nos echaron casi a patadas del viejo sitio al que una avería del coche me había hecho regresar. Llegó el momento de despedirnos, sin inercias prolongadoras de la charla. Le ofrecí mi ayuda, me sonrió y se acercó; tras un profundo beso en los labios se fue diciéndome, a gritos y de espaldas: "muchos discursos, muchas promesas, planes de futuro... muchas cosas nunca cambian, mírame: siempre joven y siempre sin un sueldo decente ni estable... aposté por ser inmortal y la eternidad sólo es para nosotros, los pobres". Sonreí, porque la felicidad era eternamente suya...
Modelo: Paola García. Imagen: Sergio Fdez.
6 de mayo de 2021
La última tarde de algo
Quedar con alguien despierta emociones inusitadas, distintas de otras sensaciones vitales. Cada cosa, con su ritmo, mantiene los nervios de un tono distinto. Aquella tarde llegué al Gran Café de Oriente de Praga con la misma puntualidad de otros momentos; saludé de lejos a Anezka, una camarera conocida, con la confianza de tantas otras tardes atrás. Y me senté frente a ella, sentada en la mesa de siempre. Con el tiempo las personas perdemos intensidad, posiblemente, aunque debajo de la mirada distraída nos quede la ternura y el recuerdo de tantos momentos, incluidas las caricias, las sonrisas y los síes a todo. La rutina instintiva me hizo pedir el trozo de tarta de tres chocolates habitual, con el mismo café vienés de la casa. La conversación ni siquera existió: ni vibración, ni fluidez, ni interés siquiera. No sé qué pudo pasar hasta llegar ese punto, ambos, cuando tiempo antes habríamos dejado cualquier cosa para contestar el mensaje más inmediato del otro. Ella sonrió forzada, me preguntó con normalidad y yo anoté en mi cuaderno sus pasos de ese día. Al tiempo, ella fue sincera: "te vas mañana, ¿verdad?". No hubo ninguna tensión: "El vuelo sale mañana, sí". Sonó a la última tarde de algo imprevisto. "¿Me llamarás?", añadió mientras salía del local, despidiéndose de Anezka con la mano. "Quizás", le respondí, mientras caminaba ya en dirección contraria.
25 de abril de 2021
Otros caminos
La sala de conferencias del hotel de Praga resultaba inescrutable; mucho más porque yo llegaba tarde y no encontré el cartelito con mi nombre. Me senté al final, para evitar el inglés oficial; por culpa de las mascarillas apenas pude reconocer a nadie. Hubo algo de tertulia, ciertamente interesante, al final; luego, en la cena, junto a mí se sentó una antigua compañera. Reconozco que el tiempo hace mella en mucha gente y tengo para mí que es notable en la gente de literatura, de las humanidades en general. Hablamos mucho, incluso de las huellas que el rencor dejó en ambos a cuenta de viejas rivalidades, por los egos subidos de tono, por fallos de cuando todos éramos tremendamente jóvenes. Por eso me sorprendió la invitación a su habitación, que acepté con la naturalidad que da la madurez, supongo. Me sorprendió que su cuerpo aún estuviese lleno de heridas y de rasguños por la vida, pero lo reconocí a pesar de los años de silencio. A veces, lo bueno y lo malo ocurren cuando no nos corresponde y cuando lo recuerdas, tan sólo es el ruido del tiempo. Por la mañana, mirando los dos por la ventana hacia el Puente de Carlos, me respondió a las dudas tantas veces agarradas al estómago: "me faltaba una asignatura y tú llevabas otro camino".
4 de abril de 2021
Ojos sobre la mascarilla
13 de marzo de 2021
Pasos en falso