22 de abril de 2017

Torres más altas...

España es un país de incrédulos... y es que el tiempo nos había susurrado al oído caerán. Volemos a un pasado de hace pocos años: allí ellos, pisando fuerte, con la arrogancia del poder y la soberbia de la ignorancia; aquí nosotros, pagando la crisis. Se les veía venir, el perfume que exhalaban ya olía a podrido y en el camino dejaron un reguero de gente útil, muchos de los cuales, sobrevenida la crisis, tuvieron que emigrar: ingenieros, arquitectos, profesores, médicos, enfermeras... gente normal, de esa de la calle, hijos del trabajo, gente que sabe qué es el mérito y el esfuerzo y que no llevan apellidos rimbombantes de familias de cuando las calles eran de tierra, ahí es nada. Tuvieron sus minutos de telediario; guapos, sonrientes, engominados, entaconadas... Pero nos lo decía el olfato, solo que alguna gente creía que el tiempo iba a fallar en este caso, pero se barruntaba: como aquella vez que esperaban que un mafioso de Chicago cayera por sus delitos y la pista estaba en los impuestos; ahora, sencillamente, era cuestión de mirar en otro lado, de preguntar a una víctima, porque esos individuos tan soberbios siempre creen que el que está enfrente es una mierda, hasta que acaban durmiendo en duro, lloren o no lloren. El tiempo es como aquel viejo de un pueblo de Castilla que salió y le dijo al nieto "cógete una silla y siéntate a esperar el cadáver de tu enemigo pasar por tu puerta, pero no te olvides la paciencia". Eso que Calderón llamó justicia poética; justo Calderón, el padre del conservadurismo español. ¡Qué cosas tienen en España!

17 de abril de 2017

El lugar de una ausencia

Entro en un lugar, un café o un centro comercial -me es indiferente- y parece que la veo allí, de espaldas, como esperando que yo llegue. Algún resorte que mueve la ausencia e implica que parezca que está allí quien realmente está a cientos de kilómetros... Dicen que por ahí, en el mundo ese que aún no hemos recorrido del todo, existe alguien parecido a nosotros; lo cual yo descarto, pero un parecido, así como un aire rubio a ella sí puede ser... yo no hice el mundo, ni lo entiendo... El caso es que uno va caminando por la Gran Vía, o Sol, o cualquier calle de provincias -pongamos por caso la calle Ancha de Albacete, que no se llama así, pero por entendernos- y parece como que la veo... entonces echo de menos mirar sus ojos, pararme en sus manos, el eco de su voz... no sé, esas cosas que entonces fueron cotidianas y que ahora son recuerdo, instinto y poesía. Claro que eso es así cuando la distancia no es olvido, sino pausa, un esperar a ver de nuevo, cuando sea, donde sea, como sea, con la venida del tiempo, con el fulgor del deseo de volverse a ver... Siento ganas de acercarme a ver si es ella, aunque no lo hago porque, en este caso, la incertidumbre alimenta las ganas de volvernos a ver... así que no caiga el telón, si no es ella.

15 de abril de 2017

La barra del bar

La soledad: a veces, esa gente busca un rato de soledad... Cuando entré en aquel sitio y me situé en la barra del bar, la reconocí inmediatamente. Una actriz famosa, autora además de un poemario solvente, con cierto interés literario. Estaba sola, bebiendo whisky. Pensé que esperaba a alguien, de esas veces que se llega antes y vas esperando con un Martini en la mano. Saqué mi cuaderno y fui leyendo despacio, anoté otras cosas: yo también busqué estar solo. Alguna vez nos miramos fíjamente, quizás recordando aquella noche en la que, tras una representación de aficionados, ambos nos fuimos a cenar juntos con el resto del elenco en un bar interesante de Vallecas, poco más. Sacó una novela y leyó, mientras un camarero silencioso le servía una Texas Burguer. Mi timidez me ha hecho perder el tren muchas veces, pero aquella noche me acerqué a saludar, pensando en que me mandaría a la mierda por molestar o que, de repente, entraría en el sitio una persona que rompería el embrujo. Fui. Copa tras copa, paseo, risas, conversación... hasta que nos dieron las cinco y ambos habitábamos en el mismo hotel de la ciudad.

2 de abril de 2017

Tiempos de posverdad

Me ha ocurrido varias veces que la joven que me sirve el café, o un vino, se sorprende porque le dé las gracias, acostumbrada como está a que le suelten toda clase de impertinencias y onomatopeyas. Claro que soy de aquellos que quedaban, entre finales de los noventa e inicios de este siglo, en el Café Comercial -antes de su cierre y reapertura-; mis compañeras de Filología y yo íbamos por la cosa literaria; además, allí me reuní con poetas que empezaban y que hoy tienen ya su nombre y premios... No hace tanto, pero ciertas tribus urbanas -y sus réplicas rurales- lo verán como en el Pleistoceno, detrás de sus tablets, sus debates en la Red y demás apelaciones a la posverdad -entérense que ya no existe decir verdad o soltar una trola-; ahora empiezan con matices, algo así como la demagogia de entonces, que a los universitarios nos daba alergia. Estaba hablando de la joven a la que yo, como cliente, le doy las gracias porque se pasa no sé cuántas horas de pie en la barra por un sueldo que habría que verle en nómina, si está dada de alta, claro. Los de la Red gritan a veces que decir "buenos días", "por favor" y "gracias" a una camarera es querer ligar con ella y se quedan tan a gusto. Es este mundo de la posverdad en que todo el mundo debate en las redes, la monta, se crean alarmantemente noticias falsas, etc., eso de leer, ser educado, caminar, sentarte a escuchar a alguien, conversar... en fin, queda como anticuado. La afectividad, el mérito, el esfuerzo, la lealtad y hasta los besos y los abrazos han sido sustituidos por los 'me gusta' fáciles de las redes, constantes, permanentes, ubicuos; a veces, incluso, no se dice la verdad sabiendo que no se dice para que aplaudan otros. No hago eso y hace tiempo también que no voy a ciertos eventos, precisamente porque yendo con mis compañeras al Comercial aprendí a escuchar, a contraponer ideas y opiniones -aunque generaran polémica o malas caras- y uno ya no tiene tiempo para hacerse de menos con estas cosas. Una noche de antes de la posverdad regresábamos un grupo de universitarios a casa tras una cena de aquellas eternas y, tras una hora de caminata por el Madrid de entonces, parecía que habíamos descubierto la verdad, la literatura y hasta el amor... claro que nos separaban centímetros, a lo sumo metros, nada de ordenadores ni conspiraciones mediáticas.