31 de octubre de 2012

Por casualidad


Sí; fuiste, eres y siempre serás mi más bonita casualidad.

Pues sí, claro, como en la vida de todo el mundo.

25 de octubre de 2012

"La cajera de mi Banco"


Los literatos -da igual que escribas o simplemente seas profesor...- decidimos ser pobres cuando nos seudounimos a las Letras, pero de vez en cuando hay que ir al Banco. Está claro, a mirar si tu editor te ha ingresado algo o si Hacienda te ha devuelto la milésima parte de lo que has pagado de más o a protestar la nueva comisión que se han inventado. Este ejercicio no es habitual, pero hay que ir, insisto: in situ se discute mejor. Aquella mañana me fijé en Ella porque no sólo es hermosa, sino además infinitamente competente o, al menos, una de las personas más competentes con las que me he cruzado... Así que, como el que no quiere la cosa y por indicación de los titulares de todas las cuentas mancomunadas de la familia, decidí hacerme cargo de las gestiones en esa sucursal, en concreto. Y aprendí matemáticas: había una fila única cada día, la cual se bifurcaba en dos al inicio, para que te tocase la ventanilla uno o la dos, esta última la de Ella. Así que hacía mis cálculos para que me tocase con ella y, como uno es de letras, la primera vez metí la pata. Pero espabilé. Y desde entonces casi siempre me toca su ventanilla -ahora sí que estarían orgullosos de mí mis profesores de matemáticas-.
 
Me parece una chica estupenda y eso lo voy viendo con las conversaciones que nacen de la gestión que se realiza y con algunas otras más en el lugar del desayuno en que, esta vez sí, coincidimos por azar. Ya sé su nombre, su procedencia, alguna cosa que hace en los ratos libres y uno, claro, para quedar bien -vestigios de mis años del Instituto madrileño en que estudié- regala sus cuentos; vamos, las antologías: al menos la mejor de ella. No es caso de que parezca ramplón, de Paul Auster para arriba. Ya se sabe, además, que hay que causar buena impresión pues aún arrastramos fama de bohemios y en algún caso algo hay de verdad. El asunto es que el mundo está lleno de gente estupenda ahí, con la que te cruzas cada día, con la que hablas de cosas nimias, con la que compartes unos minutos que son tan importantes como otros y en este caso Ella se aparece con un perfil de persona estupenda. Tan sencillo como ir al banco y alegrarse el día, sobre todo su llueve como hoy.

18 de octubre de 2012

"Su abrazo"


A ti, que no puedo decir tu nombre...

Había olvidado esa sensación, desapareció con ella hace tiempo; quizás el olor del café en la mañana era lo único que me quedaba de aquel tiempo, nada más. La monotonía del día a día, las actividades cotidianas de cada uno de eso momentos mecánicos era lo único que tenía en mente hasta ahora, hasta esta sorpresa, hasta que la he visto. Ese nuevo rostro, la sonrisa, el acento tímido de sus palabras, la cadencia de las cosas, todo cuanto la rodea; incluso esos ojos que me miran fíjamente alguna vez. Todo eso me ha recordado viejas sensaciones, viejos tiempos, viejos brazos y situaciones; que no lo son, ella es otra, por tanto lo nuevo, lo desconocido, lo fascinante, lo por venir. Y de repente he sentido unas inmensas ganas de abrazarla con pasión, con fuerza, con tesón.

15 de octubre de 2012

"Una fiesta gafapasta"


A la Peña "Los Zumbaos", por acogernos en su casa

Una fiesta gafapasta se organiza, por ejemplo, tomando un café una tarde cuatro personas (pongámosles seudónimo: Víctor, Esther, Alexandra y un servidor); es sencillo: ocurre, se lanza el teletipo por whatsaap y en escasos segundos ya está la cumbre del evento en marcha. Así, Víctor dice: "que sepáis que en este momento -insisto, unos segundos más tarde- ya seremos siete". En fin, que uno se anima y cree que la cosa revival, vintage o como se le quiera llamar (dependiendo de tu tribu urbana a la que se pertenezca o, incluso, si no se tiene, que también es importante) puede salir bien. Así que queda para organizarse "el sábado", por ejemplo, que tampoco es cosa de montar un evento un martes, más que nada porque te amargan la existencia "La prima de riesgo...", "Las encuestas dicen que Romney sube..."; o el que te sale por peteneras señalando que "la Escuela de Idiomas", "Mi madre que me ha dicho que le lleve al zapatero..." -inciso o digresión: dice la prensa que el zapatero de mi pueblo con esto de la crisis se está forrando- y todo eso.
 
Ahora bien... Llega el momento de la adquisición de las gafas. Nos vamos, por ejemplo, el citado Víctor, al volante; Alexandra, de copiloto; y un servidor -que es el narrador de la historia y espectador gafapasta- de visita a Chinalandia. Tres eurazos del ala por gafa; en total treinta gafas... Alexandra que intenta ágilmente regatear un descuento mientras nos dice que el niño del chino de la tienda sabe más español que don Ramón Menéndez Pidal (indignado en mi filológico fuero interno, me oigo decirle... "¿a que le pregunto al dichoso crío cual es el complemento directo de una oración chunga -por ejemplo una subordinada sustantiva, o adjetiva, o subordinada de complemento directo-?"; "No que me rayo", responde ella) no consigue sacar el descuento ni que nos den algo por la jeta. Por cierto, que finalmente nos llevamos descaradamente dos encendedores y unas pegatinas con la bandera de España (eso un servidor, que es el narrador) mientras que seguro que el chino nos tomó una foto con cámara oculta para ponerla entre la de los más buscados de China. Estoy seguro.
 
Pero... realmente lo de la fiesta gafapasta es la gente -estupenda-, las conversaciones (se descubre, por ejemplo, que el J&B tiene cero grasas, cero proteínas, cero carbohidratos; vamos, ideal para la dieta; o que en La1 han puesto Don erre que erre de Paco Martínez Soria), la improvisación musical, las fotos que hundirán en el futuro nuestra reputación y parte de la de nuestros hijos, las vestimentas (tengo claro a quién daría un primer premio), el buen rollo. Insisto, todo esto improvisado... aunque se lo perdieran finalmente María José y Vanessa, porque quisieron.  

9 de octubre de 2012

"Pasó el tiempo"


Yo qué sé qué hora era y qué andaba haciendo, sólo recuerdo que cuando habitaba la Facultad era noctámbulo: hasta las tantas y con cinco horas, como nuevo. Alguien llama: al teléfono de casa, que entonces eso del móvil no se llevaba... "Pon la dos", dice el interlocutor -lo mismo da la dos que Telemadrid, no recuerdo-. Allí aparece una entrevista interesante a dos poetas; la una consagrada, la otra novel -a los escritores habría que ponerle la L como a los conductores de dieciocho años- y me fascina. Todo, pero la joven me llama la atención porque dice cosas que me llaman la atención, porque nació el mismo año que yo -que ya es buena cosecha- y porque estudia lo mismo que yo. En fin, lo que uno hace: se va al día siguiente a buscar cosas de la poeta y aunque tarda algo más de uno lo consigue; en eso el protagonista no cambia. Ahora el paso del tiempo se viene una de estas noches -ahora es insomnio, no club de noctámbulo- y lo recuerdo todo con nitidez, con sensatez, con solvencia, con cariño -si se permite- y entonces digo, "joder, si tampoco hace tanto tiempo".

5 de octubre de 2012

Joaquín Leguina


Acaban de conceder a Joaquín Leguina el Premio José Luis Sampedro en el marco del Festival de Novela Policíaca 'Getafe Negro', un galardón merecidísimo porque novelas como Tu nombre envenena mis sueños, Las pruebas de la infamia y Por encima de toda sospecha, entre otras, entran dentro del género y están estéticamente trazadas con ingenio, maestría y agilidad. Tengo para mí -y lo he defendido muchísimas veces desde hace ya once años- que Joaquín Leguina es uno de los escritores más llamativos de nuestros días y fiel seguidor de esa tradición española -afortunada para las páginas filológicas de los manuales de literatura- de políticos que se dedican con solvencia y fortuna a las letras, entre los que cabría destacar a Larra, Cánovas o Azaña, o como aquel segundo del Ministerio de Instrucción Pública maurista que se llamó José Martínez Ruiz y al que conocemos por Azorín.

La literatura de Joaquín Leguina es singular, intensa, interesante -muy interesante- y fresca; obras que van más allá de la trama y que se aderezan de ingenio, de ironía, de paisaje, de escenas magistralmente dibujadas; con una prosa sutil y periodística; historias que no dejan indiferente; paisajes reconocibles y bien trazados; personajes con un gran calado literario y narrativo. Obras que entretienen y, sobre todo, que dicen.

Disfrutamos mucho con la literatura y, a veces, además, tenemos nuestros autores de cabecera; aquellos a los que recurrimos de vez en cuando para sacar algo nuevo de sus obras cada vez que las releemos. A mí eso me ha pasado con Pérez Galdós y con Cela -que también tuvieron su ramalazo político- y, más recientemente, una y otra vez, con Leguina. Prueba de ello su último libro, muy recomendable: El camino de vuelta (La esfera de los libros, 2012); una suerte de memorias y visión crítica del PSOE en los últimos treinta años. No se trata de un libro al uso, porque la pluma, la sinceridad y la razón están al servicio de una mirada nostálgica, en cierto modo, de una parte importante de la Historia de España que todos, más o menos, aún recordamos.

Supongo que Leguina tendrá sus lectores, así como detractores y seguidores -en este último grupo me encuentron así como en el de los lectores, lo cual no es incompatible, obvio- pero no deja indiferente a nadie con lo que dice y con lo que escribe. Además, la frescura de sus páginas, el encanto de la mirada sobre el tiempo pasado, la perspectiva de los personajes, el Madrid leguiniano tan significativo y reconocible, nos hace ver en él a uno de los autores más intensos de nuestras letras de hoy y a un intelectual como los de antes, lleno de recursos, de anécdotas y de lecturas.

Merecido premio, repito.

4 de octubre de 2012

Gente que va y gente que viene


Del mismo modo que vino (de la nada, de repente, con el súbito impacto de la sorpresa) decide irse y desaparecer de esa otra vida con la que se había cruzado. Esta es la razón de ser de la existencia, el toma y el daca de los instantes, de los momentos, de los caminos... Gente con la que te cruzas y se queda y gente con la que compartes un tiempo, breve o largo -según lo mires-, y se va por donde vino... Fuese y no hubo nada, como dijo el clásico. Detrás queda lo compartido, los sentimientos, lo profundo (muchas veces el amor -recuerdo las rupturas, no sólo las mías, también las de otros-) que al principio es brillante, algo más tarde es tenue y finalmente no es nada: silencio, olvido, recuerdo quizás alguna noche de insomnio. En el abismo quedan las cañas compartidas, los silencios, las conversaciones, las risas, las discusiones, la nada... La vida va detalladamente dando cumplimiento a los dictados de la Fortuna o de quien sea y, finalmente, juega a traer y a llevar como el viento a gente que pasa por tu vida dejando huella: unas dolorosas, otras más alegres; todas de aprendizaje. Pero es instintivo mirar alrededor y ver que quedan muchos otros, algunas caras ya viejas de tan conocidas que siguen construyendo el día a día. Salvo que seas un canalla la vida no te retira el saludo, sino que a veces lo pronuncia cinco minutos más tarde. Hay máximos que te traen y se llevan a la misma gente varias veces, porque el ser humano, en el fondo, es débil y temeroso, por eso tiene sus creencias, aunque sea en Snoopi. Pensando en algunas que se han ido voluntariamente simplemente les deseo buen viaje y que les vaya bonito, con la posdata de que, a poder ser, no se crucen más conmigo.