27 de junio de 2016

El Shock

Se supone que la ficción la pongo yo, pero la realidad estos días tiene tintes de novela negra; y no, no es que me haya encontrado a mi novia en la cama con la muerte, como dice el poeta; digamos que empiezo a perder facultades, o la noción de enterarme bien de las cosas: del tiempo que hace, de si una tía quiere que me declare o no, de si una certificación es gratuita o debo pagar cinco con veinte... o de si debo cruzar España para dar un beso, yo qué sé. Una vez en clase jugábamos a encontrar las diferencias entre el inicio de curso y el final: una mano se levantó tímidamente y entonces dijo: "ahora tienes canas, profe". Soy viejo o lo normal es salir a la calle a celebrar a la roja --no, por favor, no pronunciar E-s-p-a-ñ-a, que es perjudicial para la salud-- pero pasar de todo si se trata de votar sí, a eso es mejor no ir. Pero bueno, tal día como hoy, España, nueve de la mañana, veinte grados, verano, ausencias de personas que hasta hace poco veías cada día o con las que hablabas cada día, un café medio caliente o medio frío --o sea, na--, un libro con el que no puedo, una nota que no sale, un beso que me falta y otro abrazo que yo debo, la radio que se queda sin pilas, el agua caliente ahora molesta y el viaje al Nueva York de Paul Auster en el aire. Por la ventana, además del aire, asoman las quejas y dudas de la gente, los whatsapp que entran, las sonrisas que ya no te pierdes... pones música y te miras las manos, las que usas para coger la prensa. Y vas y dices... "¿A que vuelvo? A la mínima vuelvo y se acabó tanta mandanga". Y es que siento todo lo que escribo y escribo todo lo que siento.

25 de junio de 2016

Ausencia

Ayer, al despertar; fue entonces, al despertar. La ausencia de su cuerpo cerca; su olor apenas queda en mis sábanas, poco más; ella no está cerca y hay cosas que el whatsapp no solventa, como su mirada pícara, como su forma de decirme las cosas, así. Recuerdo el primer instante, con timidez, tanteando, como todo el mundo, el primer beso. A veces, cuando las etapas se abren o se cierran o, simplemente, cuando llega el verano las cosas cambian, pero a mí los instantes me resultan eternidades. Las conversaciones, los paseos, nuestras comidas juntos... ese tipo de momentos que vivimos y que a veces un viaje, un cambio de destino, unas vacaciones cortan abriendo un paréntesis. Todos, todos hemos sentido ese vacío innegable, esa sensación extraña de faltarte algo. Y mucho más, sinceramente, cuando despiertas una mañana y su cuerpo no está ahí -no es necesario decirle 'duerme un rato más'-. Intentas hacerte el fuerte, pero te das cuenta de que el día va a ser largo y duro cuando encuentras su cepillo de dientes en el baño y recuerdas lo que te dijo aquel día: "todo empieza cuando traes el cepillo de dientes".

16 de junio de 2016

La costumbre de votar



Es complicado entender los colores estos días en que parece que todo va a cambiar, pero nada se mueve. Subo al bus, o al metro; allí la gente lleva cara de cansancio, detrás de El País o El Mundo, parapetados quizás tras un libro. No voy a negar que me fijo en la juventud de la chica de leggins que pasea a su perro, como tampoco la de la señora que, sentada en un banco, da de comer a las palomas trozos de pan. Otra joven hace footing por el parque y una chica de allí intenta enseñar a su hijo a subir en bicicleta: es el país, antes llamado España, porque ahora ni la Selección tiene país, únicamente color. La gente normal y común de la calle, la que necesita médicos, profesores, policías, barrenderos, panaderos, vendedores de periódicos, periodistas, dependientes, cajeras, conductores del bus, camareros… personas, en definitiva, que viven, comen, ríen, lloran, gimen, besan, sonríen, necesitan dinero y un libro y una copa de vez en cuando y pasear y dormir y un café bien cargado o descafeinado ─según la tensión─ y una buena peli en el cine. Pero no, el Telediario pronostica calor o frío, el mismo frío de los debates, tan irreales, tan insulsos, tan llenos de lugares comunes que uno piensa en si merece la pena realmente tanto silencio; uno, insisto, cree que a veces es mejor un buen grito, millones de gritos de hastío que digan ¡No me jodáis otra vez! Al final Churchill tenía razón y un buen estadista es el que piensa en las próximas generaciones, porque estaría bonico tener que pensar en otras próximas elecciones.

10 de junio de 2016

Paredes de papel

En ese momento me acuerdo del boom inmobiliario y no puedo ni respirar... y es que además del sobreprecio, las cláusulas suelo, la hipoteca, el seguro de vida, la visita de la amante o de la amiga del pueblo, la vecina pone plantas en tu trozo de rellano. Pero no, eso no es lo malo porque existe algo que se convierte en una pesadilla las noches de insomnio: las paredes de papel. Cuando te metes en la cama y oyes al otro lado del cabecero al vecino de juerga con su novia -el lector permitirá omitir las risas, el chín-chín de las copas y demás pormenores-, te das cuenta de que no vas a dormir en toda la noche. El de arriba, que debe frisar los setenta, se tira pedos y ronca para todo el edificio; otro del piso de arriba, pero más allá, se ducha a las doce y media y se levanta a las cinco y cuarto, pues uno, que tiene el sueño ligero como el lector sabe ya, lo oye todo, despertador incluido. A la vecinita wallapoop del otro extremo del segundo, en el propio rellano, la deja el novio en el portal sobre las doce y media, pero tiene otro con el que habla a esa hora mientras sube en el ascensor y antes de entrar en casa, pues vive con sus señores progenitores que, al contrario que yo, descansan muy ricamente a esa misma hora; o igual es el mismo que, sin hartura alguna, aún quiere más. Podría seguir, así como quien no quiere la cosa, mientras uno ve la peli de La2 (El Crack 2, de Garci) el vecino del otro lado del salón ve 13Tv a piñón fijo: dale que dale al debate. A mí esto como que me pone de muy mal humor, pues puestos a llevarse la pasta, bien podía haber puesto aislante del malo el señor constructor; malo, insisto, pero aislante. 

5 de junio de 2016

Conversaciones de andén



Tampoco es para tanto ir de Núñez de Balboa a Avenida de América siendo el segundo metro más largo del mundo; ahora en verano, quizás lo más interesante para un escritor es observar: las caras de cansancio del que va a trabajar o viene; las pantorrillas perfectas de la chica que necesita unos días de playa; el apego al móvil de la mayoría… En el andén de la 9, frente al narrador, una pareja discute sobre sus mutuos cuernos: “me arrepiento de haberte amado”, le dice ella con acento del Sur de América mientras llora para los que la observamos. Pienso en la tenue línea que separa el amor del odio (y viceversa), como dijo el sabio. En el vagón, una mujer le pregunta al marido cuántos años tiene el padre (de ella): “cincuenta y cinco”, le responde el marido; “qué va, tan viejo no es”, reprocha después la dama. “¿Cuántos años tienes?”, inquiere ahora el esposo: “treinta y cinco” (aunque, sinceramente, aparenta sesenta con la luz del Metro). “Ponle que tuviera veinte cuando tú y te sale”, sentencia el caballero cual Pitágoras. Mientras espero al bus, una joven de pelo rizado, pantalón blanco y reloj de oro le suelta a otra por teléfono: “Es gilipollas, pero tiene pasta y nos deja su piscina”, mientras me escruta, así como si yo fuera el de la pasta y la piscina, que lo otro me lo evita el tiempo y la experiencia. Cuando media hora después observo el paisaje que divide Madrid de la Alcarria recuerdo a John Dos Passos y a Cela y me digo que antes que escuchar por la tele a los cuatro jinetes del apocalipsis prefiero al pueblo llano.