29 de septiembre de 2011

"La urna de Suárez"


Con Suárez había futuro; ahora no lo sé.



Ahora que dicen que hay crisis, según para quién, porque algunos viven de maravilla con sueldos, sobresueldos y abusos. Los jóvenes, esos, esos sí están vapuleados y sin rumbo; pero, qué más da, mientras haya dinero para coches oficiales... Ahora, ahora que dicen que hay crisis, que hay que gastar poco y recortar... "Miren ustedes que aquí se ha despilfarrado mucho". Yo no, yo no he despilfarrado, yo he trabajado toda mi vida, como el que más, y he pagado mis impuestos como el que más. Que es lo que pasa en este país, que si eres honrado te parten el alma y el espinazo. La madre que los parió.


Ya no compro el periódico, porque la última vez la tensión se me puso en las nubes. Estos tíos y tías se creen con derecho a todo. A ver si salen y ven que hay gente que pasa hambre y es Cáritas la que da de comer; a ver si ven que no hay joven que se case porque no puede pagar ni la boda ni la casa; que tienen a una generación en el paro y las demás diezmadas. Uf, recortes y sacrificios; eso hacía yo con ellos: sacrificarlos y a la mierda, a su casa, a ver cómo se las arreglaban sin el coche oficial ni la secretaria ni la VISA ni el teléfono ni el mamoneo de comidas y besos, muac oposición que tenemos que aprobar que nos subimos el sueldo, que ya pagarán los parados... Jajajaja... Menudos cabrones... A trillar, en agosto, los mandaba, sin agua, como antes.


Llega el día de las elecciones y entra un viejo en el Colegio. El hombre viene tímido, con bufanda y gorra calada. Saluda. "Oiga, su señoría, ¿es aquí donde se vota?", dice. "Sí, claro", responde el de la mesa.


"Entonces, ¿cuál es la urna de Suárez?".

26 de septiembre de 2011

"La presentadora del telediario"



Desde que soy un adulto responsable, en la medida en que un tipo de letras es responsable, me fijo mucho en las penurias que anuncia el telediario; qué se le va a hacer, alimentan el morbo y luego a mí eso me sirve para escribir, o en el bar para decir "anda si esto sigue siendo la España profunda", mientras la parroquia habitual bosteza ante el partido de fútbol o los toros.


Tenía que participar en aquel programa de debate sobre los efectos de la lectura en el lenguaje de la calle. Vamos, un rollo que no se iba a tragar nadie, pero como siempre anda uno tieso se deja ver y se gana unos eurillos. Dos o tres escritores, algún periodista, el académico que sentencia el último y el presentador, que cuando más lúcido estás manda irse a publicidad y te quedas pasmado viendo un anuncio de detergente o de un coche, de esos que sale una señorita casi sin ropa y que no sabes qué anuncia. Reclamos machistas, of course.


Iba corriendo por el pasillo y vi a la famosa presentadora del telediario, pero no le di importancia: su cara me sonaba ciertamente de verla cada sobremesa en la pequeña pantalla, con esa dicción perfecta que tiene y el remate emotivo del final de la noticia, antes de dar paso a la imagen. Total, que me fui al plató y no le di más importancia que la de haberme encontrado con ella. Y cuando todo aquello hubo concluido, me volví a casa.


Pasé mal la noche. La muchacha me vino varias veces a la cabeza, me quitó literalmente el sueño. Me quedé en blanco. Intenté recordar y la única respuesta fue que únicamente la había visto en la televisión. Hasta que... El subconsciente en duermevela me hizo recordar una joven que vivía en mi edificio, a principios de los años 90; una chica espigada, delgada y con algunos granos de pubertad en la cara... Alguna vez hablaba con ella en la tienda de golosinas, pero un año de aquellos su familia se mudó y no la volví a ver. Ahora era la presentadora del telediario.

25 de septiembre de 2011

"Esos oscuros años de dictadura"



Cuando vi aquella niña llorar mientras corría, en el puente, supe que uno no puede ser insensible ni al terror ni al ocaso de la civilización. De un lado del puente los nazis, del otro los comunistas soviéticos; y en mitad de Polonia, lo mejor de una sociedad que iba a sucumbir de manos de unos y de otros. Ya sabe que la ideología mete en la misma cama a cualquiera, por eso, por encima de la opinión está la independencia y por esta se lucha.


Estaba allí enviado por Arriba, cubriendo la ocupación nazi de Polonia; pero cuando acudí al puente sentí una espeluznante desolación. Estudiantes, niños, ancianos, mujeres, militares derrotados; todos, todos andaban allí, heridos de muerte, con el orgullo escondido. Los nazis me dieron miedo siempre, con esa superioridad que acabó por fin en abril de 1945; los rusos, esa chusma estalinista que dominó media Europa durante setenta años: aquellos cabrones que surtieron al continente europeo de miedo y de muerte, aquella gentuza que quitó de enmedio a una generación de gentes que no hábían hecho nada; aquellas botas negras que destrozaron la vida de tantos y tantos jóvenes.


Se acabó aunque algunos fantasmas de hoy sigan fieles -y les rían la gracia- a los criminales que asesinaron a tanto europeos, gente que amó, que sintió, que lloró, que rió, que era exactamente igual a mí, un reportero del Arriba que había ido a cubrir una noticia. Miles de ojos llenos de terror, mujeres corriendo; aquella dama que preguntaba por su marido, un comerciante de Varsovia. La niña aferrada al cinturón de su madre... Y de fondo el terror, los fusiles de los soldados. Lo peor de la Historia.


Ahora que ha pasado el tiempo recuerdo la promesa que me hice entonces a mí mismo: ningún político, ninguna ideología, merece la pena si de antemano no respeta al otro. Yo sólo creo en las personas, sobre todo en los jóvenes que como aquella niña tienen toda la vida por delante.

23 de septiembre de 2011

"Es el tiempo, que pasa"

A todos los de 1977.


8.45 am, suena el despertador. Una música techno adereza el despertar y salto de la cama con una otoñal pereza. Mientras me miro en el espejo del baño acuso el paso del tiempo; todo empieza cuando uno pierde parte del cabello, pero ahora han salido unos elegantes reflejos blancos o grises; las canas, no sé si de tanto estudiar o porque aquel 1977 empieza a quedar sepultado en el baúl de la Historia, en el foso del recuerdo. A las chicas no les ha pasado lo mismo, pero la serenidad de sus rostros y otros efectos delatan que se unen a mí en el coro de la madurez; no somos jóvenes, lo reconozco, pero tampoco viejo.


La cama está ya vacía y reconozco que me gustaría tener algún hijo que llevar al Colegio; preocuparte por su catarro o por la varicela; pero lo único que sustituye el empeño es la veintena de adolescentes de Secundaria que presiden las clases. Menos mal que sus tonterías me despiertan del todo, del muermo, del paso del tiempo; y los secundo diciendo que yo era mucho más torpe que ellos cuando adolescente: "en mis tiempos no había móvil ni tuenti ni internet, así que si te gustaba alguna compañera te armabas de valor y a declararse a la cara", me oigo decir mientras ellos me ponen cara de guasa y más interés que por el Sujeto y el Complemento Directo.


Pero al mediodía regreso a casa. Sí, sí, allí está todo, mis libros y la prensa, las películas, el recuerdo de la gente, que ahora comparece en Facebook, pero esa cama sigue vacía (ya somos tan adultos para darnos cuenta de que hay que romper la soltería, que no aguantamos al jefe, que nuestro matrimonio no va bien, que no tenemos un duro para viajar, etcétera). Lo reconozco, algunas de mis nuevas amigas tienen diez años menos... ¿y a dónde voy yo? No me apetece hacer botellón, no me va su música; claro, ellas ven al amigo que te da el consejo que buscas pero nos separa un abismo... Hace diez años que dejé la Universidad y catorce que salí del Bachillerato. En ese tiempo todo el mundo ha cambiado, sí, no hay mas que mirar las fotos del Facebook. Al menos veo a alguno más gordo que yo y me felicito por no tener tripa cervecera; pero no hay ruido de niños en casa.


Mira que aún me quedan cosas por hacer en esta vida, y locuras, ya lo sé. Entonces me doy cuenta la importancia que doy al Telediario, y al Tiempo, aunque la señorita que lo da me tape Castilla-La Mancha y no sepa si va a llover o no mañana. El móvil no refleja ya la actividad de antes, quizás porque todo el mundo se serena, y el correo no es mas que de bancos y cajas de ahorro; en fin, cargos de tarjeta. "Cuando yo tenía vuestra edad me escribía a mano", digo a los alumnos, que resoplan. En eso están pensando ellos, en escribir.


Tengo un sueño en que mi subconsciente satisface mis imperiosos desvelos, pero al despertar, con la puñetera música, ya no salto con tanto vigor. Hay días, a pesar que soy más perezoso que un oso, que me despierto antes que suene la radio. Me miro en el espejo y cuando veo el paso del tiempo me digo que es el momento de dejar de ser joven y empezar a ser maduro.

22 de septiembre de 2011

"Estar a todo"




No siempre que suena el teléfono atiendo la llamada, por mucho que se diga que podemos estar a todo, por mucho que nos hayan entrenado para atender varios asuntos a la vez; ya lo dice el refrán español: "el que mucho abarca, poco aprieta". Así que el otro día, cuando estaba en el despacho y únicamente me acompañaba Mary, la secretaria, decidí rechazar la llamada de Charlize Theron. En fin, es obligado aclarar que me llamaba por temas profesionales, nada más, porque alguien como yo apenas puede permitirse unas pintas en Murphy's y algún que otro café del Sturbucks. Y Charlize debe tener unos gustos algo subiditos; de precio, claro.


El mundo está lleno de trapos sucios que detectives y abogados hemos de sacar a la luz o de tapar; ya se sabe, fraudes al seguro, a Hacienda; cuernos y dobles vidas; etcétera. Un aburrimiento, por eso me recluyo en mitad de la nada, o en mi cabaña del White River, entre Vermont y New Hampshire, o en La Mancha, aunque en este último lugar uno no pasa desapercibido tan fácilmente.


Llené el depósito del Ford viejo y me decidí a pasar el fin de semana en la casita del río, acondicionada como en los años ochenta, con vídeo VHS incluido. Por este tiempo empieza el frío y se está mejor junto a la chimenea. Al pasar por Hanover, para salir por Whest Wheelock hacia Vermont, me paré en el super que hay junto a la gasolinera, el que lleva el tipo ese tan serio. Iba a compra el USA Today cuando la vi. "Joder, no puede ser", dije poco discretamente.


Charlize Theron iba en mi busca. Será lo que sea, pero no deja de ser una clienta del gabinete, así que no es ético que nos mezclemos fuera del contrato. "¿No dijiste que me ibas a hacer la comida de mañana?", dijo un poco borde. "¿Yo?", respondí sorprendido. "Sí, tú, que me dijiste que hacías la paella que te cagas", añadió con esa saber estar que tienen las estrellas fuera de cámara.


Eso me pasa por haber sido cocinero antes que detective. O por bocazas.

20 de septiembre de 2011

En defensa de la Educación Pública



Defendemos la Educación Pública todos los que estamos comprometidos con la sociedad y con el futuro, a través de la transmisión del conocimiento, con el afán de hallar en nuestros jóvenes una generación con proyección de futuro. Y da la casualidad de que la inmensa mayoría de quienes estamos comprometidos con el futuro tenemos un amplio bagaje formativo e intelectual, adquirido en numerosísimos casos -la inmensa mayoría- en la Escuela Pública.


Cada mes necesitamos entre 40 y 50 millones de euros para pagar los salarios de los parlamentarios y ejecutivos autonómicos españoles; salarios que van a parar a políticos escasamente formados y carentes de entidad intelectual suficiente para dirigir nuestros asuntos. Ellos son, además, los que demonizan al profesor y menosprecian al interino, y lo hacen sabedores de que aunque haya crisis cobrarán tres veces más que un profesor funcionario interino a tiempo completo y cinco veces más que un profesor funcionario interino a tiempo parcial. Hablamos de profesores, que han de tener una titulación mínima, un curso de aptitud pedagógica y una oposición aprobada, frente a cargos públicos cuyo mérito está en ser fiel a un líder, sin exigencia alguna más.


Un profesor interino debe tener, como decía, una titulación mínima que lo capacite para impartir una determinada especialidad; un curso de aptitud pedagógica, obligatorio (y que en la actualidad es un máster de un año de duración más la práctica) y una oposición que consta de entre tres y cuatro pruebas. En Secundaria los temarios están alrededor de las 5.000 a 7.000 páginas y las pruebas prácticas (Programación Didáctica y Unidad Didáctica) deben acreditar una suficiencia docente que debe entender en metodología, programación, diversidad, evaluación, plan de lectura, legislación vigente, etc. Algo que, de hecho, demuestra que el profesor (interino o fijo) tiene una capacitación más que demostrada para pisar el aula. ¿Tienen todos los dirigentes educativos la capacitación suficiente para dirigir la enseñanza en nuestro país? ¿Trabajan los parlamentarios españoles más de 37,5 horas semanales?


Se ha demonizado últimamente al profesor hasta la saciedad en tertulias y columnas de prensa, en cartas al director y en programas de radio; lo cual critico porque el periodista ha de estar informado por encima de hacer méritos que les lleven a un determinado puesto después de lo que ocurra en las elecciones del 20-N. Se ha escrito, pues, que no vestimos adecuadamente (Sostres, en El Mundo), que no pasa nada porque no haya interinos (San Sebastián, también en El Mundo), que los interinos entran en el Cuerpo a dedo (Carta al Director en un diario que ahora no recuerdo -pero prometo buscarla-), etc. Todas esas absurdeces que retratan a la prensa y a la sociedad: mal le irá a un país que ataca a sus maestros.


Lo peor de todo quizás, después de tomar medidas políticas y puramente economicistas en el campo de la Eduación Pública (lo cual es un error, pues desde los últimos años sesenta ni la Dictadura llegó a tanto), es el tono, la falta de respeto a unos docentes que sabemos lo que ocurre, no necesitamos el pensamiento único de los partidos políticos para entender las cosas. No es de recibo que los dirigentes digan que sólo trabajamos 18 horas, no es de recibo que se nos mande callar y trabajar (como se hizo en julio en Madrid), no es de recibo que se nos compare con agresores y delicuentes, ni es de recibo que se nos diga que estamos politizados (¿Quién politiza al que se queda sin trabajo?). Se pueden hacer cosas, se puede explicar las cosas que se hacen, pero no se puede faltar al respeto.


Estoy convencido de que se deben producir dimisiones, en esto coincido con los líderes políticos, pero debe dimitir quien no entienda de Educación (y no son los profesores, que son quienes la construyen diariamente) y quien no sea capaz de escuchar a la comunidad educativa: da la casualidad de que serían dimisionarios todos los dirigentes educativos. El que solo ve votos en el horizonte haría bien en irse ya a su casa y dejar paso a quienes crean en España defendiendo la Educación Pública.


No hay derecho a que se invierta más en gasto político que en Educación. Primero está el futuro de los jóvenes, que es el de España, y después todo lo demás.


Si tengo que elegir, lo tengo claro: estoy firmemente al lado de los profesores y de la Enseñanza Pública.

18 de septiembre de 2011

Judith Torrea




Hay que ser muy valiente y hay que amar profundamente la profesión de periodista para ser como Judith Torrea. Por eso la admiro tan profundamente, desde que los periodicos me dieron noticias de ella y de la ejemplar labor de denuncia que hace desde la frontera con México, especialmente desde Ciudad Juárez. Hay que ser muy valiente y hay que ser ejemplar para denunciar con valentía, como Judith, todos los abusos que se comenten allí y las desapariciones interminables que se dan (esencialmente de mujeres jóvenes), muchas veces con la inacción policial y con la frustración del paso del tiempo en vano.



Recuerdo la sonrisa de Judith cuando vino a España a recoger su premio en 2010 y la entrevistaron en televisión: pocas personas me han resultado últimamente tan interesantes; tan aderezadas de decencia y de profesionalidad. Y, ojo, que ella se juega la vida luchando con la palabra en favor de sacar a la luz lo que es, sin lugar a dudas, un atropello entre las fronteras de Estados Unidos y México. Basta echar un ojo a su Blog (http://juarezenlasombra.blogspot.com) para ver la claridad de ideas, el compromiso con un periodismo puro y elegante, con la sociedad. Por eso la admiro. Ojalá en estos tiempos de tribulación todos fuéramos un poco como ella.

17 de septiembre de 2011

"Con la mochila a otra parte"



"No vuelvo jamás", me oí decir a mí mismo cuando abandoné el pueblo. Mi negocio había fracasado y tenía deudas con el banco y con algunos lugareños. Por si fuera poco, en los últimos años la mayoría de la gente conocida abandonó el lugar camino de Alemania. "Allí hay trabajo y se ganan buenos cuartos, Juan", me dijo mi primo, el último verano, cuando había vuelto por el pueblo para ver a la familia. Yo no, yo me quedé.


¿Para qué iba a irme? ¿Para que el dictador se quedara aquí para los restos? No, yo proseguía con mi fábrica de harinas y con mi granja de cerdos. Pero vino la peste porcina y un tipo de Zamora se llevó dos camiones de piensos que jamás me pagó. Ahí me dejó, plantado, con el pufo, y yo sin un duro. "No seas tonto, Juan, y vente a Alemania", me escribió el primo. Pero yo no. Estaba también Ella, aunque sé que no me quería: 'el que la sigue la consigue', oí decir a los chiquillos enamoriscados de la escuela. Y lo creí, absurdamente.


El día que llegó el coche negro de Madrid lo supe: la cosa era ya gorda. "Don Juan, el Banco Pirata le ha embargado la casa, la pieza de tierra del vadillo, la nave de fábrica y los muebles de todo", me comunicó el notario. Sólo me quedaban varios trapajos de ropa y la mochila. Así que, a la noche, cuando no me vio nadie, me fui; pero eso sí, pasé por su puerta y le dejé una flor. Daba igual que supiera quien había sido. Uno quiere porque sí y ello es irracional.


Ahora lo he visto. Peña, el candidato a presidente del gobierno, lo ha dicho claro: "hay que recuperar los pueblos abandonados para el turismo, son un pedazo de historia en mitad de la nada". Y yo le voy a votar.

15 de septiembre de 2011

"La mirada atrás del maestro"



Hubo un tiempo en que por sus calles había vida; en la escuela se formaba cada mañana una nítida algarabía, mientras la maestra pasaba lista; los perros corrían incesantes de lado a lado buscando acomodo. Las mulas llevaban la carga desde el campo y el cartero conocía a cada vecino por su nombre completo y, desde la estación, sabía quién tenía buena o mala fortuna: el novio desde el Servicio o Hacienda, "que viene el señor Recaudador". No, no añoro aquellos tiempos que no viví, pero que me cuenta María desde su butaca de la Residencia. "Mis hijos vienen los domingos, me llevan a misa y comen conmigo en el restorán del pueblo", me dice cuando sabe que no grabo.


España se había quitado el polvo del siglo XIX y se desperezaba en el XX. Las mujeres murmuraban mientras lavaban en el río y se contaban cuán hermosos eran sus hombres, y fuertes, y buenos. Alguna no decía nada, viuda o porque el marido le daba mala vida; pero en ello no se metía nadie, aunque ojalá hubieran visto estos tiempos en que les echamos el guante a esos hijos de Satanás y se cagan.


Cuando Paco llegó de maestro estaba ya la República. Entonces había una sola escuela mixta y él ayudaría a María con las clases; bueno, mejor con los críos, que eran más revoltosos. No había tenído novia y María le parecía una diosa de la fortuna. Hablaban mucho, aunque ella tenía ya novio (aunque nada formal ni serio) y él, él jamás le dijo nada. El pueblo, que era muy pobre, se fue despoblando y cuando llegó el treinta y seis apenas quedaban en la escuela cinco chiquillos y dos nenas. Poco, así que María se quedó y él, él tuvo que ir a Marruecos, a Tetuán, a donde lo mandaron. No hubo despedida, pues se fue de noche para no tener que mirar atrás un pueblo casi desierto.


Cuando se lió el Movimiento Nacional él se puso de su lado; a ver quién era el guapo que no lo hacía en Marruecos. Tampoco le costó mucho, lo mismo daba, decía, pues no supo ni entendió nunca de política. Estuvo en Guadarrama y en Teruel. Llevaba en la guerrera un 'detente bala' y la foto de María, que tomó prestada, o robada, de cuando el fotógrafo fue a la escuela en el treinta y cinco. Pero un día una bala, ya casi tomando Madrid, le atravesó el corazón y el alma.


"Yo creo que Paco sí me quería, sí, pero no lo volví a ver y mira que lo busqué", dice ahora María con su lucidez. Yo, que sí sabía que el maestro había caído en acto de servicio no le iba a dar el disgusto de descubrile la verdad. Pronto se verían. "Creo que lo hicieron alto cargo", le dije por complacerla.


"Mira que yo lo quería, pero él jamás me dijo nada, de lo tímido que era. Lo busqué dos o tres años después de la guerra, pero no apareció", añade María mientras me enseña la foto de Paco que robó cuando pasó el fotógrafo por la escuela, el año treinta y cinco.

14 de septiembre de 2011

"El coche 'tuneao'"



Cuando me hice observador de la realidad nunca pensé que nos invadiría el mundo choni, porque más o menos hacia mitad de los años noventa del siglo pasado (¡Ay, el siglo pasado!) creí haberlo visto todo con aquel invento de la ruta del bakalao (así, con esa grafía), la corrupción, etcétera. Pero no, resulta que no lo había visto todo. Así que el otro día salí de casa con la finalidad de sacarme de encima el muermo del mal de amores (que se dice cuando, en mi caso, una joven te dice nones porque le da la gana o porque se ha fijado en otro) y mientras caminaba, observando la realidad, como dice mi jefe ("John, un buen detective ha de seguir dos premisas: mirar y observar", literalmente es la regla number one de mi jefe), oigo de fondo un estruendo. Y me quedo patidifuso.


El sonido se acrecentaba paulatinamente, en la misma medida en que se acercaba a mí. Pensé que podían ser los tanques enemigos que nos invadían, una nave espacial que aterrizaba en medio de la ciudad, un terremoto grado cinco en richter, o algo así. Pero no. Era un coche tuneado en cuyo interior se hacinaban un cani al volante, su respectiva choni, y detrás tres gruesas damiselas (por llamarles algo: es que gordacas, gordinflas o gordinflotas dicen que es despectivo), todos ellos aderezados de piercings en demasía, que en su momento debieron convertir en millonario al piercinero (digo yo que si el que está en la cocina es cocinero, el que planta en tu cuerpo los piercings es piercinero... ¿o no?), camisetas de tirantes guarripeich (¡Madre mía como los hubiera visto el pijis de Hércules Poirot!); y por si fuera poco bailaban al son de la música, probando la suficiencia de la amortiguación del vehículo, el cual, dicho sea por añadir, después de eso pasaría bien pasada la ITV.


Pero... ¿y el ruido? Pues nada, que llevaban los miembros de la cohorte choni la música a tal volúmen decibélico que todo el barrio, e incluso la ciudad, y mira que es pequeña, se enteraban de los lamentos, llantos y gemidos de Kamela. ¡Ay!, y yo que creía que lo había visto todo.

13 de septiembre de 2011

La poesía de... Luna Miguel




Cuando decidí ser filólogo, un tipo de letras, allá por el pleistoceno de los años noventa, sabía de antemano que iba a ser pobre, pero no me importó porque de mayor quería ser como aquel premio Nobel que interpreta Paul Newman en El premio; bueno, quizás no quisiera llegar a tal grado de alcoholismo (no como Ilya Ehremburg, por supuesto), pero de vez en cuando, confieso, he escrito alguna línea bajo los elegantes efectos del whisky. Hace un rato caminaba por el campo, en La Mancha, pero no como Don Quijote: yo visto camisetucha, esparteñas (warripeich) y pantalón corto, que es lo que aconsejan los médicos que baja el peso, el colesterol y no sé cuántas zarandajas más. Y en ese campo, al atardecer, en el ocaso, me surjen algunas de esas cosas que luego plasmo blanco sobre negro. O me acuerdo, of course, de alguna mujer fatal que me haya dado calabazas o que haya sido conmigo más mala que un dolor de muelas del juicio. O simplemente de aquella filóloga que había leído tanto y que se emborrachó conmigo una noche de invierno, durante un congreso, en Santiago de Compostela. Y en esto que mientas caminaba me venía a la mente un auténtico mundo de letras. Alguien me dijo este verano algo así como "bebes más whisky que Hemingway" y me quedé tan estupefacto como cuando Unamuno oyó al cerril de Millán Astray felicitar a la muerte. Y me han venido a la mente versos de Bécquer y de Yolanda Castaño, pero de esta última con esa dosis que me da al mezclar admiración y lejanía. Como si hubiera conocido a Manuel Machado en el París que habitaban otros muchos, incluída la sífilis prostibularia. Por eso soy de letras y porque se conoce a gente estupenda. Ser de letras es leer a Luna Miguel, que tiene una mirada de mujer fatal (y ojo, que todo el mundo sabe que yo amo a las mujeres fatales, con esos interminables cigarrillos, esos indescriptibles ojos y esa dosis de mala leche que Dios les ha dado) que me vuelve loco (con el permiso o sin él de todos y todas los respetables que la leen como yo y que la siguen en el Face). Así que sí, que ser de letras es ser pobre, pero conocer gente de todo tipo, y sobre todo leer a toda esa caterva que hace Historia con las letras, sean de derechas o de izquierdas, borrachos o fumadores, abstemios o gente de mal vivir. Eso que digo, el Paul Newman de El Premio:
 
 
 
"Tal sitio no se lo recomiendo, señor, porque van señoritas poco formales", dice el recepcionista.
 
"¿Cómo ha dicho?", corta Newman.
 
"Se lo apunto, señor, para que sepa que no tiene que ir", añade el amable recepcionista.

9 de septiembre de 2011

"El extraño suicidio de María"



En mi corta carrera como detective privado he aprendido por norma que quien avisa de que se va a suicidar no lo termina por hacer, simplemente llama la atención. Por eso, aquella mañana fría, en el despacho de la Gran Vía, decidí no prestar mucha atención al caso que me traía aquel ejecutivo aderezado de un pinganillo en la oreja, ademanes pijos y mucho dinero, como si el dinero pudiera comprar el alma de su novia. Vamos, de la que era su novia aquel día.


El caso es sencillo: el ejecutivo pijo se había liado con Ruth, su rubia secretaria en el banco (pongamos que un banco cualquiera, para no dar pistas: ya se sabe, el secreto profesional) y la novia, María, enterada del affaire, y como veía su mundo hundirse, había amenazado, vía sms (hasta para eso sirven las nuevas tecnologías, ¡uf!) con suicidarse. "¡Menuda tontería!", dijo la secretaria del despacho (Aclaro: somos doce o trece detectives, que a mí no me da para ir por mi cuenta). "Ya, pero conoces a la gente... parece que hay ojos que se enamoran de legañas y ya sabes que no se ve más allá de las legañas", le respondí; o pañuelo que se enamoran de mocos. Pero... como acepté el caso porque el jefe me dice un día sí y otro también que no doy ni golpe ("Ahí en Albacete pegándote la gran vida y Madrid lleno de casos, que para nosotros no hay crisis", me advirtió en su última llamada) me puse en marcha y salí a investigar a la tal María.


Morena, bien puesta y sonriente todo el tiempo, al menos eso es lo que vi cuando me hice el encontradizo con ella en el Centro Comercial. Simulé leer El Mundo mientras tomaba mi capuchino, así que con la excusa de una pequeña mancha que le hice adrede... "No tiene importancia, de verdad", dijo. A mí no me pareció muy hundida, vaya. Y menos el sábado cuando estuvo bailando en plan Ibiza en Serrano 43. La tía se metió entre pecho y espalda tres o cuatro gin tonics.


El lunes, bien temprano: "Paco, la que tú decías se ha tirado por un barranco y está muy mal". Una cagada profesional, ya se sabe, todo eso que no sale en la tele ni en las películas. Me fui al barranco, al hospital, vi al novio (que, dicho sea, me puso cara de perros), hice algunas de esas averiguaciones que no se pueden confesar y me fui a ver al jefe, que me dijo, con su humor de mil demonios: "¿Qué tienes?":


- Pues que si María muere, el cornudo, encima, hereda una pasta de un seguro de vida.

6 de septiembre de 2011

"La chica del tren"



"Ave destino Madrid, andén siete", dice la mecanica voz de la megafonía en la estación de Albacete-Los Llanos. Me quito el mp3 y sujeto con fuerza el portátil, que llevo en mi mochila marrón, que ha debido realizar unos 25.000 a 30.000 kilómetros en viajes. Subo al vagón número ocho, en la cola, asiento siete be y justo en el a se sienta una de esas chicas monas, que se esconden detrás de una montura de gafas negra, gruesa, de alguna pasta. Lleva bombachos y está delgadísima, pero ese aire intelectual la define, la hace atractiva. Ni se inmuta cuando me siento y saco El Mundo y me pongo a leer. Al fondo, una película española protagonizada por Eva Santolaria.


De vez en cuando, mientras observo el paisaje de la provincia de Cuenca, la miro y aspiro su olor, dulzón, como el de las pijas del barrio de Salamanca. Ella escribe, porque debe ser poeta o profesora o algo así. Viene de la playa, o algo así, porque está muy morenita. Saca el móvil: "no puedo, este finde estoy ocupada", pero se queda sin red y cuelga. Sabe que la observo, lo nota: se me ve que soy escritor porque tomo notas y leo, después del periódico, a Somerset Maugham. Igual que yo sé que es una intelectual de izquierdas, por cómo viste, por cómo habla, por cómo mira, ella sabe que yo soy un curioso impertinente indefinible, que viste de Springfield. Me impacta que sea atractiva: no es guapa, pero como si lo fuera, porque resulta atrayente hasta el mínimo detalle de llevar pintadas de colores distintos las uñas de los pies.


Entonces me digo: tú lo que necesitas es una chica así, intelectual, frágil, inteligente (más que yo, seguro), ácrata. No hay nada mejor que dos polos que no se atraen, opuestos, sin nada común. ¿O sí? ¿O no?


Y entonces pienso en el verano pasado y me digo: mira que te conformas con migajas cuando puedes comer caliente.

2 de septiembre de 2011

"Insomne"



Cuando duermo mal o, sencillamente, no duermo, al día siguiente necesito doble dosis de café. Cafeína en vena. "Ready or not", The Fugees, y Times Square en toda su grandeza. Esa calle de la City es el icono del cosmopolitismo, toda esa gente que pasea, como en la foto en que Nixon, antes de ser el presidente, pasea en soliario. El 31 de diciembre se congrega la gente y da paso a un nuevo año. Esa calle, en definitiva, es como otro sueño, como el sueño que el insomne (como yo) no tiene.