26 de mayo de 2010

Más sobre Lengua

“Perder la cabeza” es una expresión que viene a decir dos cosas: 1) que alguien, por despiste, descuido o desinterés, ejercita poco la memoria y, por tanto, va a perder capacidad memorística y 2) que alguien, a sabiendas (y con buenas dosis de irreflexividad), admira o idolatra a otra persona (amor, líder, héroe, etc) ensalzando sus virtudes y rebajando a una mínima expresión sus defectos. La Lengua Española, a pesar de los muchos avatares y contaminaciones procedentes de otras lenguas, es rica en este tipo de expresiones de doble sentido. El otro día, escribiendo el “abstract” en inglés de un artículo mío, no caí en la cuenta de que “golpe de Estado” no existe como tal expresión en la lengua de Shakespeare, sino que se sustituye por la expresión francesa “coup d'état”. Esa es la riqueza de nuestra Lengua y una de las circunstancias de su crecimiento en número de hablantes.


Es muy posible que, ayer, hablando sobre las lenguas de España y la “normalización lingüística” que ejercitan las CCAA, pecase de injusto en la valoración de los años de humos que vivieron el gallego, el catalán y el vasco. Es preciso que aclare que, efectivamente, institucionalmente hubo un férreo control censor sobre el uso normativo de la lengua y con más mecanismos en el caso de la Literatura (y a pesar de la creación de revistas, periódicos e instituciones como la Academia Gallega, para el caso galaico), que perjudicó un uso normal de esa lengua especialmente en los núcleos urbanos más castellanohablantes. No obstante, la tesis que sostuve o quise enunciar es aquella que incide en que las lenguas romances (o no) cooficiales en España no murieron gracias a que se siguieron hablando (sobre todo en el medio rural, pesquero, etc) contra corriente. Y que, por ello, más que una normalización férrea (gramática, ortografía, etc.) también debería realizarse una normalización académica (asunción de nuevos términos, etc) que permita que esas tres lenguas se conviertan en elementos comunicativos preferidos por los hablantes, más que sugeridos por los mismos.

25 de mayo de 2010

¿Normalización Lingüística?


Entiendo por “normalización lingüística” que, en determinadas regiones, no sólo españolas sino también del resto del mundo, un hablante pueda desarrollar, con la misma destreza comunicativa, una absoluta competencia lingüística en dos lenguas. Esto mismo se denomina, comúnmente, bilingüismo, y yo creo que enriquece al hablante, por lo que siempre he defendido el bilingüismo español-inglés en aquellos centros educativos que existen en regiones con una única lengua oficial. Lo peor de ello es que en España hace ya demasiado tiempo que la lengua se ha convertido en arma política, bagaje indispensable entre próceres enconados que quieren marcar como diferenciador algo que, en realidad, aglutina o debe aglutinar. Es decir, que los políticos, en lugar de fomentar la cultura la censuran.

En tres regiones españolas (Galicia, País Vasco y Cataluña) la unificación peninsular bajo el reinado de los Reyes Católicos y, en 1713, tras la Guerra de Sucesión la subida al trono de la dinastía Borbón, el uso de la lengua propia de allí se vio menoscabado, pero nunca eliminado. Sencillamente, si hubiera sido eliminado habría desaparecido esa lengua y, sin embargo, han llegado hasta nuestros días con un interesante desarrollo y escasa contaminación procedente de otras lenguas (aunque sí del castellano). Lo que sí que cercenaron aquellas autoridades fue la plasmación de esas lenguas en obras literarias y, sin embargo, considero que la recepción castellana de las obras de escritores castellano-parlantes como Lope de Vega, Góngora, Quevedo o Cervantes hubiera ensombrecido cualquier obra española en otra lengua. De todos modos, salvo el caso de la lengua vasca, en las otras dos hay una rica literatura, salvo en el periodo comprendido entre los siglos XVI y XVIII.

Luego de todo ello vino la Reinaixenca, etc., y hasta nuestros días todo lo sabido... Ahora bien, cuando hablamos de “normalización lingüística” en términos absolutamente políticos veo una falta de conocimiento absoluta: por una lado es obvio que los habitantes de las tres antedichas regiones deben usar con normalidad ambas lenguas y, en caso de duda, la que establece en primer lugar la Norma Fundamental del Estado, que es la Constitución y no un Estatuto. Y ese caso es el español. Por otro lado, el uso va por caminos diferenciados, pues en los últimos diez años el crecimiento de hablantes, según las estadísticas medias, de las tres lenguas cooficiales, ha supuesto un incremento de 250.000 hablantes en cada caso (lento, a pesar de los esfuerzos), mientras que el español, cuya extensión es mayor por obvias razones transoceánicas, ha crecido 100.000.000, pasando de 400 a 500 millones y siendo ya la tercera lengua del mundo en número de hablantes. Es decir, que sustituir el bilingüismo por un aplazamiento no es más que empobrecer al hablante y no ir contra la lengua española, que crece más allá de planteamientos políticos. Cambiar el bilingüismo por la diglosia es un error que puede acabar con la propia lengua, como ya le ocurrió al Latín.

Eso no quita que yo defienda que en los centros educativos deba impartirse gallego, catalán y vasco; incluso no sólo la asignatura bajo ese nombre, sino algunas particulares como geografía de esa comunidad, literatura de esas lenguas, etc. Pero el español, las matemáticas, la física, etc., pueden muy bien impartirse en castellano o a la libre elección del estudiante. Es evidente que si bajo la dictadura no desaparecieron las lenguas cooficiales a pesar de la imposición, tampoco van a crecer ampliamente esas lenguas por mucho que se quiera imponer por decreto lo que el ciudadano debe adoptar de forma voluntaria. Otra cosa es que el ciudadano elija, porque si elige libremente el catalán, por ejemplo, será muy competente hablando en catalán.

10 de mayo de 2010

Polémica entre escritores


Dos artículos de Joaquín Leguina y Almudena Grandes en El País.
El pasado día 24 de abril Joaquín Leguina escribió un artículo en EL PAÍS titulado “Enterrar a los muertos” en el que desarrollaba una serie de argumentos que suscriben la inmensa mayoría de los españoles. Allí se basaba en cuatro argumentos sólidos y ponderados, como suele ser habitual en él, para justificar la mesura al hablar de la guerra civil: 1º que la Ley de Amnistía fue un esfuerzo de generosidad por parte de todos y no un paréntesis como quieren establecer muchos; 2º que en los dos bandos hubo canallas que cometieron actos criminales al socaire de ideologías o poderes que no emanaban mas que de sí mismos; 3º que algunos republicanos no deben incluirse dentro del homenaje a la gente de bien (García Atadell, por ejemplo) y 4º que, efectivamente, no todos los votantes y simpatizantes del PP son añorantes del franquismo. Creo que estos argumentos son fácilmente asumibles por cualquier ciudadano español republicano o monárquico, de izquierdas o de derechas. Pero... salió la voz discordante.

La magnífica (y politizada -lo cual no es impedimento, dicho sea escrito al caso, ni le resta calidad a su literatura) escritora Almudena Grandes, autora entre otros de “Las edades de Lulú”, sale al paso de lo escrito por el ex presidente de la Comunidad de Madrid (en otro artículo titulado “La condición miserable” en EL PAÍS también) hablando acerca de que Leguina era muy dócil cuando ejercía el poder ejecutivo en Madrid y poco más que ha variado su postura en la actualidad. Creo que la escritora no recuerda la indocilidad de aquel líder de la FSM que resultaba una china en el zapato de Felipe González, que siempre hablaba alto y claro (recuerden sus manifestaciones sobre Rodríguez Zapatero) y resultaba incómodo. El caso es que, estando yo en desacuerdo con Almudena Grandes, no voy a entrar en desmentir su postura política aunque sus argumentos no sean elegantes ni hayan sido pensados antes, como sería de esperar en intelectuales. Sí analizaré, por otro lado, la referencia a “Días de Llamas”, la magnífica novela de Juan Iturralde sobre la que hablé en mi Tesina Doctoral que me valió el DEA.

Dice Almudena Grandes que no conoce ningún caso parecido al que plantea el autor salmantino en la figura del protagonista de la novela. ¿Significa eso que la escritora opina que el argumento de la novela es pura ficción? ¿Significa eso que la escritora plantea que todos los que iban a las checas de Madrid si tenían apoyos salían vivos? Creo recordar que con posterioridad a 1937 ocurrieron muertes como la del protagonista de “Días de Llamas” en los dos bandos, por lo que le recomiendo un lectura sosegada de EL PAÍS del 4 de noviembre de 2007.

Ahora bien, aherrojarse el derecho a establecer quien traiciona o no traiciona a Luis Cernuda, acusando a Leguina de haberlo abandonado por aquel título de “Tu nombre envenena mis sueños” me parece fuerte, porque a nadie he escuchado ni leído, últimamente, reconocer a Camilo José Cela el haber hecho uso de “Papeles de Son Armadans” para que se escuchara la voz y se leyera la literatura del exilio en la España franquista. Eso sí, que se ofreció voluntario a los denominados nacionales... Creo que el leer, seguir y aplaudir la Literatura es consustancial al lector, al intelectual, y uno no traiciona, por ejemplo, a Federico García Lorca porque prefiera el creacionismo de Gerardo Diego antes que el surrealismo del granadino.