23 de octubre de 2010

Reflexión sobre la felicidad o cómo al equivocarnos creemos haber acertado



Antiguamente decían los filósofos que “la felicidad nos espera a la vuelta de la esquina, a nos ser que vayamos nosotros a buscarla”. Es obvio que para ello hay que tener una especial predisposición para entender los dictados de la filosofía y su relación directa con la vida cotidiana de los seres humanos. Pero la verdad es que deberíamos preguntarnos qué es la felicidad o si lo que realmente creemos que es felicidad, lo es realmente o simplemente es una ilusión. Muchas veces la gente a la que amamos es sencillamente alguien imposible de amar real y cotidianamente --un amor no materializado--; otras veces la gente a la que más queremos puede que viva a doce mil kilómetros y no sea la que más cerca tenemos y a la que de forma social creemos que es quien más comparte o se asemeja a nosotros; en otra infinidad de ocasiones la gente que más nos llena es o no la más cercana y a veces nos une más (sentimentalmente) a quienes no piensan del todo como nosotros que a quienes comparten mil ideas contigo. (Podría decirse que, resumiendo todo ello, lo que descartamos es lo correcto frente a lo que escogemos o creemos escoger, que sería lo incorrecto) Esa es la reflexión que siempre han tenido los filósofos desde Sócrates hasta nuestros días. Decían hace algunos días en un artículo firmado por un experto (cuyo nombre he olvidado puesto que soy filólogo y no filósofo e hice una lectura rápida) que un porcentaje importante de parejas no se han casado realmente compartiendo todo el sentimiento de felicidad, sino por otra serie de cuestiones que creen ser la felicidad y que, por lo tanto, lo que de forma burda y rosa se denomina ‘media naranja’, es otra persona a la que uno no se ha acercado por diversos factores como la timidez, el miedo, la opinión de los otros y un sinfín de justificaciones (como hay siempre para todo). Por último, existe la reflexión, también filosófica, de que mucha gente piensa que la felicidad es aquello que ha conquistado en cierto tiempo, pero que no ha sido algo elegido (es decir, optar por dos caminos, por dos cosas...) sino sobrevenido. Y, en definitiva, muchas veces el error no es un fracaso vital, obvio, sino que genera una ansiedad frustrativa que nos hace pensar que haber pensado y optado mucho antes es más aconsejable que actuar por meros impulsos. Eso sí, todos tenemos derecho a equivocarnos y rectificar.

12 de octubre de 2010

Ídolos con pies de barro


¿Han oído alguna vez la frase “ídolos con pies de barro”? Imagino que sí y hablo de ella hoy para justificar que sigue de moda. Normalmente tenemos la fría costumbre de hacer ídolos a quienes no lo son; esto es, crearnos falsas expectativas acerca de una persona que no tiene ni entidad ni mérito: es, en definitiva, un falso idealismo, una falsa idealización. Escribo, claro está, en genérico, puesto no cabe decir “ídolos” e “ídolas”. Pues bien, como en toda época y como en todo momento de la Historia e Intrahistoria de cada país y de cada una de sus generaciones (y en nuestros días con mucha mayor razón), llegamos a creer que muchos de quienes nos rodean merecen la pena, tienen alguna cualidad o mérito que los destaque de los demás, que pueden servir de modelo, que destacan por algo positivo, etc.; aquello que en la primera filología y filosofía se denominaba “héroes” o “heroínas”. Hoy poco queda de aquello y me refiero a la gente que cotidianamente nos rodea, a quienes se dirigen a nosotros, a las personas de quienes conocemos su rostro y su forma de ser: son, más bien, antihéroes. Gente que influye (irrumpe en nuestro camino, más bien) como un flash en un momento determinado y que como el flash, a los pocos segundos se desvanece: creer que se es lo que no se es resulta un imperdonable error, pero aún mayor lo es creer que quien se cree es lo que realmente no es. Son, sencillamente, ídolos con pies de barro o ángeles caídos.

7 de octubre de 2010

Mario Vargas Llosa (Premio Nobel de Literatura 2010)


Por fin una muy buena noticia: Mario Vargas Llosa Premio Nobel de Literatura 2010.

6 de octubre de 2010

"Ser guapa, estar guapa"


¿Estar fea? ¿Ser guapa? Cotidianamente hacemos uso de expresiones que indican nuestra presencia física pero que, en mi opinión, depende de la mirada con que se vea y del estado de ánimo; por tanto, es algo subjetivo. Hablando por teléfono hoy con Mamen me decía “estoy fea”, lo cual es algo subjetivo (como he escrito) según su mirada; y psicológico, puesto que yo, por el contrario, siempre la encuentro “guapa”. Evidentemente los roles y los prismas del hablante son siempre distintos aún haciendo uso del mismo lenguaje. Pero, ¿qué es estar feo? Si atendiéramos a la sociología “estar feo” es verse distinto que otras veces, en las que uno “está guapo”. Una misma persona no puede estar fea o guapa, porque guapo o feo se “es” y no se “está”. Por lo tanto, Mamen es guapa, salvo que si un día sale a la calle sin peinar o con ojeras lo que puede es “estar poco arreglada” o “desmejorada”, pero no es “estar fea”. Es como cuando se dice que alguien “está bueno o está buena”, expresión figurada donde las haya (que siempre se refiere al atractivo y la belleza), dado que uno normalmente no prueba (a priori) a la persona que sí mira. Es la recalcitrante forma de ser, valga la redundancia, del verbo ser y del verbo estar. Ser es intrínseco y estar es extrínseco.

Ahí dejo hoy una foto de la actriz Adriana Ugarte, que podéis ver en La Señora (de TVE) y que también ha realizado teatro (La casa de Bernarda Alba, 2006). Reconozco que es una gran actriz con un excelente registro dramático.

4 de octubre de 2010

Musas de la amistad


Por lo general cuando a una persona le cambia el estado de ánimo, influido por algún factor externo, suele notársele. Siempre he defendido que las enfermedades del siglo XXI serán las que afectan a la sicología de las personas y cada uno deberá asumir no solo su propio psique sino el de quienes le rodean. Yo, por ejemplo, estoy dispuesto no únicamente a batallar con mi propia sicología, sino también con la de quienes yo mismo elija y ello excluye a todo el mundo o a todo el mundo que crea que debe ser escuchado. El lado de carga negativa que uno quiera recibir de otro o transmitir al de al lado debe ser el mínimo y con cuenta gotas. Por ejemplo, yo estaría dispuesto a soportar el mal humor de Ella, pero no de nadie más de fuera de mi entorno personal.

La amistad es, en mi opinión, un sentimiento mucho más profundo que el amor (suponiendo que el amor exista) y por lo tanto es un sentimiento más elevado que el amor. Querer y tolerar a un amigo o a una amiga (y distingo no por la moda absurda de dividir el genérico en masculino y femenino sino por la complejidad de las relaciones) es algo voluntario y más profundo, puesto que el amor se extingue y la amistad no. Pero, ¿qué pasa si se mezclan las dos cosas? Como hay varios tipos de amor uno puede sentir algo parecido al amor (y más fraterno) por alguien (por ejemplo, la de los ojos de mujer fatal) que al mezclarse con la amistad agarra mucho más profundamente que cualquier otra cosa. Lo que no sé es si la gente lo entiende así.

Hay muchos tipos de musa y la que más me gusta es Talía, que era en la antigüedad la musa de la literatura, aunque de forma concreta de la comedia y de la poesía bucólica. Hace ya algún tiempo que yo escogí una, realmente alguien de verdad a quien, literariamente, se idealiza para convertirla en personaje literario. Menos mal, porque recoger a una persona (Ella) en toda su esencia puede ser una arma de doble filo: o supera a la obra o la obra es imposible con ella. Lo peor de todo es cuando en ello se mezcla la amistad o desconoces cosas, porque puedes caer en la tentación de que la mujer de ojos fatales real es como tú la representas y no como realmente es. Al final son como las muchachas de Roy Lichtenstein (ver la imagen): perfectos retratos.

(Hoy es San Francisco de Asís).