12 de octubre de 2010

Ídolos con pies de barro


¿Han oído alguna vez la frase “ídolos con pies de barro”? Imagino que sí y hablo de ella hoy para justificar que sigue de moda. Normalmente tenemos la fría costumbre de hacer ídolos a quienes no lo son; esto es, crearnos falsas expectativas acerca de una persona que no tiene ni entidad ni mérito: es, en definitiva, un falso idealismo, una falsa idealización. Escribo, claro está, en genérico, puesto no cabe decir “ídolos” e “ídolas”. Pues bien, como en toda época y como en todo momento de la Historia e Intrahistoria de cada país y de cada una de sus generaciones (y en nuestros días con mucha mayor razón), llegamos a creer que muchos de quienes nos rodean merecen la pena, tienen alguna cualidad o mérito que los destaque de los demás, que pueden servir de modelo, que destacan por algo positivo, etc.; aquello que en la primera filología y filosofía se denominaba “héroes” o “heroínas”. Hoy poco queda de aquello y me refiero a la gente que cotidianamente nos rodea, a quienes se dirigen a nosotros, a las personas de quienes conocemos su rostro y su forma de ser: son, más bien, antihéroes. Gente que influye (irrumpe en nuestro camino, más bien) como un flash en un momento determinado y que como el flash, a los pocos segundos se desvanece: creer que se es lo que no se es resulta un imperdonable error, pero aún mayor lo es creer que quien se cree es lo que realmente no es. Son, sencillamente, ídolos con pies de barro o ángeles caídos.

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