29 de diciembre de 2013

"Good bye, 2013"


"Nene, que lo malo va con la racha, no con el calendario", dice la mujer mayor que barre su puerta con una escoba que, seguramente, compró en los años setenta. Estás escuchando, algo después del inusual saludo, una conversación de café en que una madre y una hija hacen planes para el año entrante: el gimnasio, ahorrar para las vacaciones, estudiar inglés -mira que todo eso te suena a lugares comunes de todo el mundo- y más... Es el momento de creer, piensas, que lo malo se irá según el reloj de la Puerta del Sol nos traiga el año nuevo. Nunca caemos en que todo depende de la actitud, del empuje, de cambiar manías... no, es como si el nuevo año trajera rachas de suerte, así en general y para todo el mundo: como una campaña electoral. Tú, sin embargo, has hecho planes para cambiar cosas, para realizar otras nuevas, para dar importancia a unas pocas personas y olvidar a la mayoría de quienes no te dejan un buen poso de café. La vida es así y, al 2013, que no ha sido un buen año en general -ni para ti ni para casi nadie-, le piensas tender un puente de plata para que se vaya y no vuelva. Goog bye, 2013.

28 de diciembre de 2013

"Sonidos del silencio"


El nacimiento de la mañana da lugar a cientos de historias, entre una mitad de la gente que se despereza y la otra mitad que aún duerme. Ese silencio que te permite la creatividad y, al mismo tiempo, comerte la cabeza ('no merece la pena', resuena en tu interior, pero no la sacas de la cabeza). Es el sonido del silencio; en el que te das cuenta de cómo la mayoría de la gente va a su puta bola -pero, ¿esto no era una sociedad?- y hace uso de la indiferencia o de la excusa para subvertir las obviedades más extremas. Lo mismo da que te halles en la cola del pan o en la de supermercado, lo mismo da... Lees flipando cómo quien no responde a los whatsapp pone en su estado que le molesta la gente que no responde los whatsapp; observas cómo quien te debe un dinero que le prestaste, porque -según creíste- era urgente se cruza de acera para no saludarte; observas cómo aquella persona que te ha pedido opinión y consejo y ha llorado en tu hombro está ahí al fondo, sin saludarte, pensando que es mejor que la gente no sepa nada, de que la has ayudado tú... Es como si la jodida y eterna crisis, además de la falta de pasta hubiese traído el hastío, la indiferencia, la mala educación, el no saber estar... Crees estar preparado (o preparada, según quien lea) para entender una sociedad que, al final, te rindes y reconoces que no entiendes. Tú debes y tienes que estar presto para lo que sea, tú debes poner la cara positiva y la energía para sacar las castañas del fuego de los demás; tú, como si únicamente la unipersona configurase la sociedad; y los demás han de recoger los frutos: hay días -como dice un amigo tuyo- que están prestos a acostarse contigo, a amarte profundamente; otros, sin embargo, te odian y lo dicen por lo bajo en los cafés. Son esos sonidos en el silencio que ha traído la puta crisis, o tú así lo crees.

27 de diciembre de 2013

"La maldición"


"Sufrirás por una mujer", te recuerdan que dijo la vieja aquella cuando pasaste junto a ella, ignorándola, en el parque del Retiro. Bien está que tú no creas en esas cosas, pero los que estaban allí, en ese instante, lo creyeron a pies juntillas: dicen que sus ojos intensos irradiaban negatividad. "Las maldiciones no existen", te repites frente al espejo cuando vives en zozobra; "y si alguien pudiera echarlas, yo las desharé con mi incredulidad, mi tesón y mi poca vergüenza", prometes acto seguido consolándote, sin duda. En todos tus viajes, en la vida y milagros que te rodean, te has cruzado por la vida con chicas que han pasado a ser tus amigas, poco más; algunas de ellas viven ahora a saber dónde, porque hace años que les perdiste la pista: ni el Facebook ese puede ya traerte las sonrisas aladas de esa gente que, aún hoy, será eternamente joven. Cuando se sentó frente a ti aquella psicoanalista y te escuchó, sólo pudo producir una frase que sería parte de la maldición si tú la creyeras: "chaval, tú sólo te fijas en las más complejas o en las más indiferentes", sonrió y se quedó tan ancha. ¿Para eso le pagaste sesenta euros? No, no puede ser... ni existe esa maldición ni Harry Potter tampoco, lo tienes claro ("chaval" -resuena aún su tonto irónico-). El caso es que si no se cree en el amor, tampoco se puede sufrir por amor, justificas tú en la clase mientras explicas a los chavales el complemento directo -no sin cierta dificultad- y es entonces cuando, al detectar el misterio, se produce el silencio de quien crees que debe decir algo y ya empiezas a caer en que si no existe la maldición, se le parece mucho.

26 de diciembre de 2013

"Un cuento de Navidad"


Exijamos lo imposible.
París, mayo de 1968.
 
Lo imposible. Por estos días las palabras, con aderezos de alcohol, se llenan de propósitos de enmienda, de sueños llenos de fecha de caducidad. Algún beso pretende ser, en su brevedad y con sabor pasión, la esencia de algo más, que quedará en nada (cuando despiertes te darás cuenta de que metiste la pata). Has pensado siempre que cada uno debe ser como es, porque los cambios son siempre en una mínima esencia (y tú, como eres de letras, no sabes medir esa mínima expresión). Los ciclos de la vida van con uno mismo, con la forma de mirar, con la intensidad de amar, con la deferencia del saber estar (quien sepa estar, claro está); con el empuje de ser consciente de que la vida en un paso tras otro cada día (una mirada, una sonrisa, un gesto, un beso cuyo amor debería no extinguirse en el recuerdo de los dos que se lo dan; siempre que, claro esté, se crea en que el amor existe, que va a ser que no...); o con el salir a la calle y dar la mano a todo el mundo sin distinción. Tú siempre has pensado que la impostura de querer ser mejores sólo por un día tiene una esencia que se va tan pronto como viene y... sin embargo, todos albergamos como niños la esperanza de que todo cambie: ¿acaso no está lleno de esperanza ese beso que diste a quien otros días pretendes olvidar en lo más profundo? ¿Acaso no cree la gente que su nuevo ciclo empieza en el 2014 y será ahí cuando se case, tenga el hijo, encuentre el trabajo o viaje a-no-sé-qué-parte del mundo por fin? ¿Acaso no es ahora cuando siembras los recursos que más o menos hacia el verano darán sus frutos? (o no, todo el mundo dice dejar de fumar, de comer chocolate o de pagar a Hacienda y sólo le dura hasta febrero) . En ese fondo que no vemos, somos niños, porque nunca hemos dejado de creer en la suerte, o la fortuna, o los milagros o lo que sea (yo qué sé, el Horóscopo mismo): sabemos que es puro teatro, pero queremos el final feliz... Y quien diga que no, miente. El 2 de enero nos daremos cuenta de que seguimos siendo los mismos y, aunque pensemos que es un fracaso, es toda una victoria.

22 de diciembre de 2013

"No nos rendimos"


Dicen que los sagitario, como tú lo eres, nunca os rendís; dicen, además, que por muy mal que vengan o vayan dadas el empuje lo sacáis desde la adversidad. Cuando dicen, algo de verdad tiene que haber detrás de lo dicho. El paseo de esta mañana después de un mal sueño tenía la intención de despejarte: la gente anhelando que un poco de suerte en el sorteo les arregle media vida, porque la otra media está ya jodida para mucho tiempo; las peleas de celos que, en mitad de la noche, oíste desde la cama y te desvelaron a las tres y pico...; la señora mayor que apenas puede andar ya y que un día fue ágil; los silencios de quienes se quieren y nunca lo dicen; las miradas de cansancio en mucha gente que un día se equivocó; el hambre soterrado de quienes no se atreven a pedir un pedazo de pan, ahora que son días de dispendios... los miles de sueños que se truncan pese a que es en diciembre cuando nos proponemos todo aquello que apenas cumpliremos al pasar enero... ¿Te atreverás tú a confesar quien es la musa? ¿Lo sabrá ya ella tras las pistas de cada cuento en que su presencia es la esencia? Un día pensaste que tu ayuda podría ser útil; otro día, lejano y distinto, pensaste que lo mejor es permanecer en el olvido y construir tu futuro; total, con todo lo que te queda por hacer... Y, sin embargo, en días como hoy, quizás por la gripe, piensas que hay que hacer algo, que hay que moverse, que no nos merecemos esto... y resuenan en ti las palabras de otro sagitario que venció: "Nosotros nunca nos rendimos".
 
(Este relato está dedicado a Melissa D. Siverio, que se tomó la foto que lo ilustra en Madrid, ayer, inspirada en el arte fotográfico del ruso Murad Osmann y en cuanto aquí se escribe).

20 de diciembre de 2013

"Lo que nos queda por decir"

 
Como a todos, te quedan siempre muchas cosas por decir. ¿Cuántas veces piensas en que quieres o tienes que decirle algo? ¿Cuántas veces imaginas su rostro ante lo que le dices, con la emoción de una sonrisa, de un guiño cómplice, del conocer entre vosotros? Parece mentira que en la era de la comunicación haya silencios que dejan las cosas a medias, que un mensaje -de móvil, o de whatsapp, o de correo...- no sea capaz de suplir las muchas cosas que tienes que contar; la emoción de unos ojos que te miran y a los que tú miras también. Son silencios que sobran, calma innecesaria, porque la vida es pura palabra y a ti, además, todo lo que no sea hablar no te dice ni la mitad de lo que manifiesta la lejanía. ¿Cuántas veces te ha alegrado el momento una mirada, un gesto, un guiño? ¿O su forma de decir sin hablar? El lenguaje no hablado venció tu timidez cuando creías estar perdido, ahora son las cosas aún por decir. Conocerse por lo que tengo que decirte... y escucharte: la emoción de escuchar lo que tienes que decirme, porque cada historia tuya es un pedazo de vida y cada pedazo de vida es el momento que habitamos, el aquí y el ahora, ¿o no? ¿Cuántas veces no te habrán dicho 'se me olvidó decirte...'? ¿Cuántas? Claro que yo, entre la realidad y el deseo, entre la ficción que dice y la realidad que enmascara, hablo en relatos, pero ¿acaso no es más hermosa la palabra en tiempo real? En español, o en inglés o en francés, ¡qué más da! Porque nos falta tanto por decir, hay tanto que decir, es tan necesario que nos digamos... es tan hermoso decirnos.

19 de diciembre de 2013

"El silencio del tiempo"


Cuando era pequeño me decían que era muy observador, lo cual me ha servido de mucho al escribir; lo que acontece a tu alrededor es el mundo, la vida en estado puro, aunque algunas de esas escenas sean únicamente llanto. Más tarde aprendí que hay que tener un plan b para todo proyecto: ese día, la víspera de las vacaciones de Navidad, el coche no me arrancó; uno puede tenerle mucho cariño, pero hay que estar a punto. Y como debía hacer muchos quilómetros para ver a mi musa, decidí coger un avión. Me encanta volar; de hecho, de haber tenido que servir lo hubiera hecho en el Aire, en Albacete. Llegas a los inmensos pasillos de un aeropuerto en vísperas de algo importante y puede que esté todo a rebosar de gente o, como justo ese día, absolutamente vacío. Ni siquiera habían abierto las cafeterías, de tal suerte que decidí seguir anotando cosas en mi Moleskine verde. Vi a una chica a lo lejos, pero no me fijé demasiado: en mi mente estaba la musa, a la que vería y tenía que ordenar las mil y una cosas que siempre quiero decirle y que nunca le digo. Siempre; supongo que algún día lo haré, porque no está bien hablarle sólo mediante cuentos. Al poco tiempo esa muchacha y su maleta de ruedas fueron oscilando entre Iberia, Aerolíneas Argentinas y la compañía checa de vuelos que no sé ni pronunciar... Mientras en la agenda iba escribiendo algunas cosas que tenía que comprar allí, en donde ella me esperaba, se acercó un poco más la mujer de la maleta y fue entonces cuando reconocí a una de mis antiguas compañeras de clase en la Facultad. Los tiempos de la Biblioteca (yo me compraba todos los libros, pero la vida social se hacía allí y en la cafetería), los tiempos en que había que ir a comer al Pabellón B de la Autónoma con la gente de Erasmus; las mañanas del tren petado en que tú ibas contra la ventanilla hasta que la masa bajaba en Nuevos Ministerios; el tiempo en que perdiste la timidez cuando ganaste las elecciones a la Junta de la Facultad derrotando a los del Sindicato de Estudiantes... Ella, ahora distinta, diferente, cambiada en definitiva, estuvo allí... Quisiste decirle algo, pero recuerdas que ya no os habláis: debió pasar algo que os hizo tomar posturas opuestas. Tan sencillo y tan absurdo como dos personas en la terminal de un aeropuerto, sólo dos, que no se hablan.

18 de diciembre de 2013

"Cruzar media Europa"


Tu ventana refleja un tímido sol de invierno; enciendes el teléfono móvil, que durante toda la noche ha permanecido apagado y buscas el mp3 con la intención de ponerlo mientras preparas el desayuno. Tiras prensa ya añeja y es en ese instante cuando suena el tono del móvil que ha permanecido en silencio las horas del sueño: alguien te escribe "te esperamos en...". Al rato tú vas y ellos están hablando de varias cosas; te necesitan para confirmar algo que explicas por experiencia, pero una de ellas tiene cara de sueño y de llanto. Termina la improvisada reunión y al ir a tomar un café dos de ellas van contigo. "Me ha dejado, se ha ido a vivir a Holanda; y no es eso lo peor, es que no me ha pedido que lo acompañe, el muy cerdo", va diciendo alguien tras de ti. Te enseñaron (una persona que fue parte del Cuerpo Diplomático, además) que el undécimo es no estorbar. Tú, como si el caso no fuera contigo. Pensando en otros temas y por no ser muy rancio le dices algo así como que el mundo no termina, reponte mujer y lugares comunes de esos... No es tu amiga, no la tienes tan tratada como a otra gente, prácticamente no la conoces, todo eso. Has decidido que te vas a lo tuyo, que es lo que toca y punto. Hasta que, mirando hacia a ti, una de ellas comenta: "es que todos los tíos sois iguales, el mejor colgado por...". Ibas a decir algo, pero eso generaría malestar y, además, tú quedarías mal. Entonces has recordado aquella vez que fuiste hasta una ciudad de Centroeuropa simplemente para ver a una chica; o esa otra en que te hiciste seiscientos quilómetros en un sólo día para felicitar el cumpleaños a otra chica; o cuando esperaste una hora de reloj a otra amiga simplemente para cenar o cuando demostraste que es más importante una buena cena que ver un partido de fútbol... Las de este cuento, siguen despotricando y ahí sí, te levantas y pagas: "Míralo, se va; si ni siquiera es capaz de decir quién es la chica que hay detrás de sus cuentos...". Así creen que te nacerá la rabia y dirás el nombre: sonríes y anudas la bufanda, te vuelves hacia las dos y respondes: "ella tiene la inmensa suerte de que hay alguien que le escribe todos los días". Ponen cara de póquer y zanjas: "yo, antes y ahora, cruzaría fuertes y fronteras por una chica". Y te vas pensando "eso por decir que todos somos iguales".

16 de diciembre de 2013

"Amores de barra"


Mientras proteges tu garganta del frío intenso, la otra gente habla de un pasado de ayer mismo. Salen temas en los que introduces la cuchara de tu opinión, corta y nada intensa, a veces y a desgana. Es la frustración de la enfermedad leve que traen los fríos; pero, alguien comienza a explicar una ruptura y se alarga lo indecible en metáforas, adjetivos, indiscreciones y hasta algún taco, a modo de adjetivo calificativo para el otro o la otra -qué más da llamar que salir a abrir-. Callas, te miran; así, como a un bicho raro: "no, no; yo jamás he dejado a nadie", dices. Sonrisas de "anda ya" y demás posturas de incredulidad. "A mí me han dejado siempre", añades; ya, en ese punto que es casi como una petición de perdón. Tampoco esos son temas de barra de bar, sigues creyendo; tampoco esos son temas más que para los íntimos, te han dicho siempre; y, siendo tú, ni eso. Es en ese punto cuando todo el mundo habla de lo que se mejora, de lo que se pierde; de los pros y de los contras de cada momento de la vida y de cuánto una persona o dos o cinco pueden andarte el camino hacia un lado o hacia otro. Historias, en definitiva, que no hay que profundizar. "Oye, ¿y tú qué hiciste en ese instante?" Te quedaste frío porque otros decían haber llorado; semanas sin salir de casa; frustración porque no se realizó el viaje previsto; el piso que se queda sin comprar; la boda -quizás- que se suspende o no llega a plantearse... Tú piensas que sigues siendo un inmaduro sentimental y la gente se sorprende porque tu respuesta es atípica: "Mira, yo tenía diecisiete años cuando el primer palo", dices, un poco harto del tema. "¡Anda! Yo con diecisiete quería ya irme a vivir a Murcia con mi chico y bla, bla, bla...", añade alguien. Sois cerca de diez. Entonces haces memoria de tus diecisiete... hace tiempo ya y ha llovido mucho. Como al vulgo hay que darle gusto, les dices la verdad: "Tenemos un serio problema; yo nunca he querido ser como la inmensa mayoría que ni siente ni padece". "¿Y eso que quiere decir?", te dice alguien presumiendo de mucha más madurez que tú por sus rupturas declaradas al público. "Pues que el futuro no se escribe en el pasado; a mí no me importa ya una mierda lo del Instituto, porque lo mejor será ahora o está por venir seguro". Flipan. Protestan porque no te tomas en serio lo que preguntan. "No siento placer con el dolor de flagelarme, siento placer por y con otras cosas", añades y anudas más la bufanda, que hace frío y duele la garganta.

13 de diciembre de 2013

"En el instante de su muerte"


Ahora, tras tus pasos, me vienen los ecos de aquella historia... Ella esperaba encarcelada el momento de su ejecución: así de cruel fue su realidad. El final estaba escrito, como el que meses antes su propio marido hubiera sido fusilado también, simplemente por haber sido un hombre de bien. Sí, había llegado la Victoria, ni la paz ni la concordia ni la reconciliación ni leches: 'a sangre y a fuego'. En esas horas de desolación, con los nervios atados al estómago (tal como se me atan a mí cuando algo importante me concierne), ella pensaba en sus hijos, qué sería ahora de ellos, tan pequeños algunos; una se le había muerto allí mismo, incluso, de hambre, de miseria, ante la indiferencia de esa gente cruel y malsana que no era capaz de conjugar ni la paz ni la piedad ni el perdón. Y en él..., ya muerto: en el primer beso que le robó cuándo jóvenes y en eso que ella sintió en el estómago; en la primera vez que durmieron juntos y sintió el calor del cuerpo de su hombre (quién sabe si ella sabía que otro muerto, Federico García Lorca por más nombre, plasmaría eso mismo con poesía); también en la primera discusión, en sus manías, en su risa...; en el día en que nació el primer chiquillo o en todo lo que él trabajó para sacar a tanta gente adelante. En su hombre..., que se lo han robado esos... Ahora, allí, en ese lugar, con los llantos por lo bajo y los rezos entre dientes, con la certeza del final inmediato, bien sabe todo el mundo que injusto (¿Pero de qué arrepentirse? ¿De quererlo a él? Ninguno de ellos sabe cómo era; ella sí lo sabe... para lo bueno y para lo malo y... se lo mataron, le quitaron la vida que se le salía a borbotones). Allí, ella sola, qué pensarán los chiquillos... qué va a ser de ellos, ahora; con esta gente que la va a llamar algún día a las seis de la mañana, con la premura del rocío, para matarla. Dentro de algunos años la gente sabrá que por querer dar de comer a unos hijos o a unos obreros o que el pago del trabajo sea lo justo, no se muere y entonces su muerte no habrá sido en vano. Que por querer a otro no se muere. Dentro de un tiempo la sangre que va a derramar ella ante el pelotón de fusilamiento dará el fruto de gente nueva y lista y hermosa y esta gente nunca más volverá... Ahora, tras tus pasos, después de su muerte, me viene su Memoria, que pongo en mayúsculas porque es digna y grande, como ella lo fue.

12 de diciembre de 2013

"Calor de apoyo"


Hay cosas que no aprendes estudiando; hay otras cosas, además, que no se te quedan aunque te las digan: aprendes tú (como yo he aprendido de la adversidad, como todos han aprendido de sus errores...). Lo bueno que tiene salir a la calle, perderse entre la multitud o entre la minoría; o hablar con las más ancianos es que, además, eso sí es aprender de la experiencia. Y ella, la amiga en la que piensas mientras esto escribes, lo que necesita es el calor del apoyo: que al llegar a casa, su esfuerzo diario se vea recompensado con el interés que muestra una pregunta; ella, además, la chica de quien hablas, merecía encontrar algunos días sobre la almohada una rosa, como compensación por el peso de su casa; ella, la muchacha hermosa de quien escribes, merecía de vez en cuando el beso que le dé calor a los momentos duros de su infancia o de su adolescencia; ella, en fin, lo que necesita es sentir (con una mirada, con una sonrisa, con un guiño y... hasta con un whatsaap en mitad del día o de la noche)... Pero ese pasado no es un pasado absoluto; ese pasado es la fuerza de un presente que se le viene encima. Cuando una puerta se cierra, se abre una ventana, aunque sea la del baño (como te dijo un día Alexandra y os partisteis los dos por tan señalada estancia de la casa). Nada será igual, seguro... lo cual, necesariamente, le será bueno.

9 de diciembre de 2013

"Huir"


La mañana ha nacido muy pronto y tú te has levantado con la necesidad de un café fuerte mientras te ronda por la cabeza algún verbo irregular en inglés; es entonces cuando te lanzas a salir a la calle, pese al frío. Una nueva semana en la que has decidido que todo sea distinto: total el tiempo va a pasar y a pesar exactamente igual. Por muchas promesas vanas que te hayas hecho a ti mismo para no hacer caso de nada ni de nadie, es muy difícil que tú te abstraigas siempre de la realidad. Hubo alguien una vez que te dijo que lo habías sorprendido: "creí que eras un niño pijo insoportable y has sido el mejor jefe que he tenido nunca, te pido perdón", te espetó una noche de sinceridad, con una copa en la mano. Ves al fondo a la chica de algunas otras veces -que no sabes exactamente los años que debe tener pero que ronda los treinta-. Es tímida y, pese a que no la conoces de nada, siempre que te ve saluda. Lleva algunos libros en su mano, pero no ha ido a clase, porque está ahí sentada, con cara de problema gordo. Tú, que siempre te sientes pequeño frente a una chica y que siempre (últimamente) has tardado en confiar en ellas -a cuenta, bien es cierto, del daño que te hicieron que no fue poco-, le hablas cuando ella se sienta junto a ti en la cafetería. Ha entrado con la necesidad de decir algo: "Necesito pedirte una consejo", te dice inmediatamente. "¿A mí? Si no nos conocemos...", le has respondido. "Tú a mi no, pero yo a ti sí: estás en Internet y te he visto muchas veces en el periódico", dice mientras empieza a tomar su café con leche humeante. Flipas. "Pues... ¿tú dirás?", aciertas a balbucear. "Necesito salir de aquí, perder de vista a mis padres, al imbécil de mi novio y al... de mi ex también; necesito irme de aquí, al menos durante un tiempo", comienza a decir, pidiendo que no la interrumpas, por si se le olvida lo que va a decir. "Tú has vivido en otros sitios y habrás conocido a otra gente interesante, ¿dónde irías?", insiste. Coges un papel y un boli y anotas un par de cosas (Buenos Aires y  nombres a los que recurrir); ella te mira después con ojos de sorpresa: "es un buen sitio para encontrase a uno mismo", le dices. Tú, sin embargo, te irías más al Norte, para huir de cuanto sientes.

8 de diciembre de 2013

"La segunda oportunidad"


Es hoy cuando sientes más temor a que, entre otra persona y tú, queden cosas por deciros; antes, en la frivolidad del tiempo que podías perder como te diese la gana, jamás caíste en ello. La tarde que recuerdas sobre esa despedida terminó al subir al autobús, en un Madrid que palidecía de intensidad; nunca debiste imaginar que sería la última vez que os ibais a ver así, de esa forma, con esa complicidad que sólo puede nacer del momento. Alguien, algo más tarde, te dijo sin que quisieras creerlo: "volverá a aparecer; hay gente que tiene la costumbre de aparecer por la vida de otro dos veces". No prestaste atención alguna, aunque te había enseñado muchas cosas, entre otras Literatura en la Facultad: hay veces que eres tan soberbio que te permites el lujo de ser escéptico. La otra mañana estabas en la estación de AVE de una ciudad de La Mancha; esperabas que llegase un tren, mientras, como los yanquis, bebías un café en un vaso de plástico; fue entonces cuando viste a esa persona caminar por la calle. En ese instante sentiste la nerviosa necesidad de correr hacia ella, de recuperar todo lo que se fue perdiendo desde la tarde de Madrid hasta el cruel invierno de Castilla; por una vez en tu vida paraste para preguntarte algo ("¿A dónde vas?") y la realidad te dejó descolocado. La decisión final fue fácil de tomar: "A mí jamás nadie me ha dado una segunda oportunidad", te respondiste, mientras esa persona se iba alejando, adentrándose en la ciudad que veías cada paso más lejana.

6 de diciembre de 2013

"Otra gente..."


Con la lluvia ácida esa tan fina que está cayendo, cuando la monotonía -piensas- lo invade todo, hay flashes en los que cuanto ocurre te acaba sorprendiendo: no es lo esperado lo que te fascina, sino cuando acontece cerca de ti lo inesperado. Tú estás ahí, escuchando siempre los mismos mensajes en el contestador del teléfono fijo; conectado a las misas web de prensa de cada día; saliendo a la calle a tomar el mismo café negro y malo de cada mañana, mientras buscas inspiración o una noticia; o, por enésima vez, escuchando las mismas cosas -tonterías- de la misma gente en el mismo sitio. Te cansa, bien lo sabes, la redondez de lo mismo: lo circundante de lo cotidiano, lo poco original de lo de cada día... Hasta que un instante, así como si fuera uno de esos thriller que te ves algunos aburridos domingos por la tarde, estás en un sitio en el momento en que te han dicho y se te cruza alguien que es esa otra gente que tú ni esperabas que existiese ni ya tenías esperanza de que apareciese... "¿Tanta era la decepción en que habías caído?", se te oye preguntar por lo bajo. Y empiezas a responder que ahora no, que hay gente maja, que vale y que merece la pena que comparta el mismo mundo de lluvia ácida en que tú y los demás vivís y te vuelves a preguntar -ahora ya con cierto acento de indignación- por qué los periódicos y las radios y los telediarios esos que te producen hipertensión no hablan de gente así. Vale que tú lo fías a esas primeras impresiones -eres la excepción-, pero las primeras impresiones en que enjuicias a alguien son como ese momento en que la moneda sube y tú tienes la esperanza de que salga la cara o la cruz que has elegido: ese instante mágico en el que a pesar de todo y gracias a esa otra gente que nunca antes habías conocido, piensas que es bonito seguir creyendo en el ser humano. Y quien diga que no ha sentido esto mismo alguna vez en su vida y, más hoy por hoy, miente.

5 de diciembre de 2013

"Perderse"


Y si esa ciudad fuera el lugar en que tus ojos se fundieran con los míos, ¿qué dirías?

4 de diciembre de 2013

"La musa"


Como todos los demás, tienes tu musa; sólo que, un día prometiste que jamás desvelarías su nombre... es el espacio entre la realidad y la magia de la Literatura y no todo es confesable. Antes, que sepas, no tenías alguien a quien pintar cuerpo y alma y risa y llanto... pero, hace relativamente poco tiempo, un día inesperado, como son todos los sueños que una vez han de hacerse reales, surgió como esas ideas que acompañan las noches de insomnio. Alguien te dijo una vez que, como perteneces al siglo XXI, tienes que pintar la realidad -sobre todo esa realidad que nadie quiere ver- y, para ti, ella tiene que ser el punto de partida de la hoja en blanco, del sueño por realizar, de la emoción por emitir. No es tan fácil, te lo confieso, porque las musas te invaden, te poseen, te enamoran, te desbordan en la obra... lo que dices puede ser ficción, pero el rostro, indudablemente, es de ese alguien... y un día alguna persona desentrañará todo lo que de ella hay. Por ahora, es el silencio con vestido rojo, en mitad de un campo austríaco, de nuevo con las uñas pintadas del color favorito; aunque su sonrisa, su mirada, la forma de sus manos, el tono y el acento de su voz, su forma de andar y la emoción que siente ante lo que la rodea es, sencillamente, tuyo; lo pones tú y el lector se deleita, mas únicamente ella se sabe detrás de esa y de otras historias. Es la magia de escribir, mientras se escucha Let there be ligth de Mike Oldfield de fondo; y de empezar cada pedazo de vida con su sonrisa. Alguien dijo una vez que "si un escritor se enamora de ti, nunca morirás" -porque, esto ya lo pones tú, cada línea, cada emoción, cada lector, cada pedazo de mundo en el papel... será eternamente ella-. La musa.

3 de diciembre de 2013

"La carta que debí escribirte antes"


Ayer, ya anochecido, mirando esa foto de Murad en la que estamos, tú y yo, en Berlín. De pronto, tú quizás lo sabes... te recordé. Cuándo fuimos rojos tú y yo, cuando nos invadía la necesidad de comernos cada rincón del mundo, cuando me importaba más mirarte que escucharte; quizás -insisto- ya lo sepas o, quizás, no haya cambiado aún nada. Las uñas pintadas de ese color vivo que me gusta tanto, te lo confieso y los vaqueros que te sientan tan bien... Te pusiste la gorra roja y, mientras tirabas fuerte de mí, ibas hacia la Puerta de Bradeburgo; sabías que si no me arrastrabas pronto, yo iría tras la bandera yanqui, posiblemente para comprarla por los dieciocho dólares que vale. Nos conocíamos poco; qué suerte hubiera querido tener yo de saberte mucho antes, de tener constancia de que alguien como tú existía en algún rincón de España; habría ido a buscarte hace tiempo, te lo prometo... Claro que, pensándolo bien mejor para ti, porque yo antes era mucho más indeciso y, pese al barrio de Madrid que me define, más introvertido y más tímido aún y menos creativo y menos egocéntrico -de eso ya te has dado cuenta; tú eres muy observadora-; los que nacimos el doce de diciembre tenemos dos pasiones: tú y yo. Pero... ahí estás, amiga mía, pasando entre esos dos mundos -occidente vs muro-: mucho más valiente que yo, porque me arrastras aunque te presentes tímida. Hacía frío, pero te negaste a recoger el cabello: siempre suelto, libre, como las ansias de libertad que teníamos, que tenemos, que tendremos siempre... claro que me obsequiaste con esa manga en la chaqueta vaquera, el guiño a mis americans; yo te regalé ser yo mismo, exactamente como debo ser, como soy.  Lo sabes: "quien se mete contigo, amiga, es como si se metiera conmigo" y pobre del que tenga que comprobarlo... No es fácil mirar la foto, una vez más, por si no estás tú en ella, sin que seas tú la protagonista; por mucho que la mire, no pierdo la percepción de ti: pasarán los días y mucho más tiempo, pero tu huella se queda. Hay quien dice que eres una ilusión, un sueño que terminará cuando mi despertador suene cualquier día, pero si algo tiene la magia  de escribir es que, por mucho que te vayas, eres la musa que jamás dejará de ser. Ahí estás... en mitad de esa plaza, tirando de mi, en el momento en que más te necesitaba, como si en serio los sueños pudieran hacerse realidad.

2 de diciembre de 2013

"Atarse..."


Uno de esos días: te levantas en el mismo instante que el Sol sale y, al mirarte en el espejo, te das cuenta de que hay ya alguna cana -no será por el paso del tiempo: es por los momentos duros de tu vida-. De fondo has puesto una canción, mientras tu casa huele a un tenue té que adereza los compases y sonidos de Losing my religión; te trae a la memoria el recuerdo de alguien, como le pasa a todo el mundo cuando una canción le llega al estómago. Te vas al teléfono y compruebas las llamadas perdidas y los whatsaap que durante la noche y parte del amanecer te ha ido llegando. Y, mientras te vistes, te dices que eres tú; que es el momento de empezar a creer en que, sencillamente, estás en el mejor momento de cuantos han pasado para ti... Sólo que no caes en que la rutina te ata a las cosas cotidianas: a lo bueno de todo lo pequeño, a lo malo de todo lo grande. Lo supiste hace ya años: por mucho que tú y otros como tú estudiéis o seáis muy listos; por mucho que haya por ahí mucha niña mona en cada fiesta, la sabiduría reside en las arrugas de esa gente mayor que toma el mismo Sol de tantas décadas... Mucha rutina, mucho dolor, mucha sonrisa, mucha indiferencia, mucha frialdad; silencios que son como mentiras; contradicciones; puertas cruzadas y sin cruzar; besos que nunca se dieron; que no te calles nunca la verdad... por muchos momentos fríos que hubo o que hay o que quizás -es la puta verdad- haya, todos los nudos gordianos, dicen esos viejos, se cortan con una espada de acero. Borrón y cuenta nueva, como toda la vida.