25 de diciembre de 2014

"Cuento atípico de Navidad"

"Estos días afloran muchas emociones -dice quien camina junto a mí-; buenas y malas, no te creas". En la calle, la algarabía es enorme: abrazos, villancicos, copas... te fijas, de reojo, en algunas personas: hay quien, hasta en Navidad, saca a pasear miradas arteras. Tú sigues a tu rollo, porque, en definitiva, te apetece poner buena cara y no es preciso seguir a nadie si no te merece la pena. Pero... tienes en mente a otra gente que no está en ese lugar e instante: esa persona tan cálida y llena de pasión; a ella, que destila ilusión y que, además, te lo hace notar... quizás eso recompense viejas miradas que no merecen la pena. Sí, ella sí que merece la pena, aunque justo ahora esté a kilómetros de ti. Sigue la tarde y pides otra copa; saludas; vacilas una conversación; otro alguien te da un abrazo, otra persona un par de besos, pero tu mente no está del todo aquí: está en la palabras que te manda... De pronto, te llega un whatsapp suyo y lo lees, con la ternura que se merece y todo lo que hay junto a ti, de repente, se queda en silencio, o como en sordina. A lo mejor esta Navidad te ha traído como regalo una persona con la que tienes mucho de qué hablar y, de paso, se lleva por un tiempo -o para siempre- antiguos nombres que están cayendo en el olvido. Sonríes y miras la foto navideña, en la que parece que la firma es una sonrisa: justo lo que vas necesitando, una sincera sonrisa.

20 de diciembre de 2014

"Olores de pueblo"

El día amanece soleado y decido darme una caminata, acompañado de mis propios pensamientos e incertidumbres y de la música de un mp3 que no tiene relación alguna con el entorno... De repente, me vienen olores del pasado: de aquellos tiempos en que yo era pequeño y por estas calles habitaban personas nacidas en el 1900 o antes. A las cebollas que servían para la matanza, para hacer las morcillas que apadrinaban un año entero las despensas de las familias o al pan recién amasado a mano, en pleno siglo XXI y para lujo de todos, en una panadería cuya ventana da justo al camino que yo sigo... Al guiso que alguna mujer mayor está realizando unos cientos de metros más adelante y que me recuerda a los que mi abuela preparaba para un regimiento entero de convidados -algunos, de piedra-; o a la colonia clásica que lleva una mujer muy mayor, a quien saludo porque me conoce por el periódico... Ahora los pueblos huelen y son y aparecen y suenan de distinta forma; no tienen aquellas estampas clásicas de olores de hogar, en donde se cocinaban todas las cosas: desde menús hasta frustraciones en silencio, desde dulces de Navidad hasta lágrimas de frustración. Cuando llego a casa, después de todo eso, decido recoger estos olores que quizás en un tiempo, breve, ya no existan; como aquella gente de entonces, que dio paso a esas chicas de ahora que huelen a vainilla a la hora del café.

14 de diciembre de 2014

"Las agendas del pasado"

Suele ocurrir en días como este, lluviosos y de soledad necesaria; te viene a la memoria un algo como de sopetón y te lanzas sobre una agenda vieja de hace algunos años, anotada totalmente, buscando en ella cómo fue aquello o cómo se llamaba no-sé-quién... Mientras no aparece lo que necesitas aclarar en tu memoria -quizás has cumplido años hace dos días y el tiempo pasa-, comienzas a extrañarte de cosas que habías olvidado totalmente: gente que conociste y ya no frecuentas... que viste en el cine esa peli que te gusta tanto y que han pasado por la televisión docenas de veces... que tal escritor estuvo hablando contigo de la novela de posguerra y, de paso, te estampó su firma en su último libro de entonces... que escribiste un mail a... y no sabes si lo respondió... o que en un mismo año estuviste en Córdoba y Granada y Bilbao y Vitoria y Albacete y... resulta que tú pensabas que había sido todo eso en años distintos. "¿De dónde sacaba entonces la energía?", te preguntas ahora que hasta hacer una 'mini-maleta' -esta expresión se la copias a una viajera que te la dijo el puente pasado- te cuesta una barbaridad por las medidas y los contenidos... En fin, que en un día soleado te largas al campo a hacer deporte o a tomar un café -y te cruzas con gente- y no te pasa; esto pasa los días lluviosos en que caminas en soledad a por el periódico oyendo únicamente tus propios pasos o te paras a mirar por la ventana el solitario mundo de ahí afuera y caes, como siempre has pensado, que tienes agendas en el cajón y las abres y te das cuenta que todos los días nos pasa algo.

8 de diciembre de 2014

"Letras a quien no las lee"

Apreté el paso, pero me detuve ante una pintada que decía: No dediques letras a quien no las lee... Llegaba tarde al desayuno de trabajo y ya fue imposible quitarme esa frase de la cabeza; me senté al final de la sala y, mientras los demás hablaban, recordé cuántas veces había enviado mensajes sin respuesta y esos otros mensajes, a través de lo escrito, que siempre te dejan la incertidumbre de si habrán sido leídos y entendidos... "Despierta, tío, que ha acabado esto", me dice una chica morena que ha estado sentada a mi lado. Empiezo a caminar hasta mi mesa de trabajo, pensando en los silencios del mensaje no respondido; en la ausencia de sentimiento en algo que se ha leído y no se ha comentado; en el trabajo que lleva pensar y terminar un texto que llegue a otro; en convertir las letras en un medio para decir cosas -las que gustan y las que no-; en definitiva, transmitir lo que yo siento. La chica, que es nueva, me escruta y vuelve a hablar: "eso de que a veces escribimos letras a quien no las lee es cierto, aunque peor es que sean leídas cuando ya es tarde", reflexiona mientras me enseña su móvil, sin respuesta a un whatsapp que mandó hace dos horas. Creo entonces en que tiene razón, en que no es lo peor ponerte ahí a escribir lo que quieres que lean, sino escribir a quien usa el silencio como respuesta, situándose en una cómoda situación de indiferencia. Me paro a pensar en qué escribir y es entonces cuando me pregunto para qué dedicar letras a quien no las lee.