12 de marzo de 2017

El autobús rural...

Ana es una estudiante de un pueblo pequeño; coge todos los días el bus para ir al Instituto, en Albacete, ya que para ella sola no hay transporte escolar. Mañana cerrada, algo lluviosa; en la parada del autobús de línea está también Deogracias, anciano que va al Hospital a que le hagan una placa y Marta, que va con su madre, anciana, a renovar el DNI. Cuatro, que deberán tardar un rato aún, pues el coche de línea pasa por otros dos pueblos igual de pequeños que este, "en vías de extinción", según dice Ana. Sube también una periodista joven, con su cámara en ristre y le van contando: Ana cree que cuando acabe el módulo en el Instituto se irá a Valencia, con una prima; pero Deogracias alega que cuando él y su difunta iban a la capital, el autobús se llenaba la mitad por lo menos... "ya ve usted lo que es para una persona que no sabe conducir". El vehículo entra en la Estación y la periodista se va a la compañía, allí le dicen que es deficitaria y que en breve se replantearán quitarla. "A ellos -piensa la periodista- les da igual que el gobierno haya asfaltado y ensanchado la carretera, o que esos pueblos sean pequeños, pero que entre todos sumen quinientos o seiscientos habitantes, un número que hay que tener en cuenta". Claro que... ella no estudió números, se tiró por letras... Me llama y le explico que esas compañías tienen subvención oficial que cubre las pérdidas, que tampoco es para que lloren tanto y que así también trabaja cualquiera: si ganan pasta, para ellos, pero si no, subvención el canto y a veces los autocares se caen a pedazos. En todo caso es el hecho de que la gente es un número y que, además, algunas zonas se quedan sin habitantes, a veces por la desidia de no intentar planes alternativos. Ana come en Albacete, porque luego tiene un trabajo de media jornada y la vienen a recoger su padre o su hermano mayor, ya que la única hora de regreso en bus le va mal. La periodista le inquiere y ella, después de masticar un trozo de hamburguesa regada con un trago de coca-cola, le dice "bueno, si hubiera trabajo, yo me quedo allí que es mi pueblo, aunque los findes me venga a Albacete o me vaya a Valencia". 'Buena idea', pienso yo, aunque mucho hablar las autoridades pero el trabajo para los jovenes...

5 de marzo de 2017

Sin ocupar su aire

Algo pasa, más allá de que se esté produciendo un contrasentido: toda una generación está viviendo peor que vivieron sus padres, a su edad actual y pese a que el mundo avanza; algo pasa, pienso, para que no sea sólo un eurodiputado ultra quien se despache contra las mujeres con ese intolerable e inaceptable tono de hace cien años... Empiezo a recordar cómo algunas veces he entrado en el local en que había quedado y allí estaba ella, con una copa de vino en la mano, o con un café si era la mañana... Recuerdo sus ojos; tengo nítidas sus miradas. Hablo de poetas, de estudiantes de letras, de profesoras de alguna lengua, de compañeras de clase... Ahora caigo en que lo que cambia desde los noventa a hoy, además de la edad es el desparpajo, la sonrisa, la locura con la que la genialidad de tantas chicas de artes y letras fluye; pero aquella capacidad de hablar mientras se encendían un pitillo o nos servían la segunda, o la tercera, permanece en todas ellas... Te dirán que aprendieron de mí de cuanto les dije, les recomendé o les pregunté: fui yo quien aprendí de ellas, por eso me sentaba ante sus letras y sus artes, ante sus ojos, para aprender... Algunas veces acabamos tarifando, como es propio de los egos filológicos (incluso alguna vez se ha producido el helador desprecio de la indiferencia, que se debe tomar como una opción del ser humano), otras acabamos enlazando tal amistad que podía derivar en explicar en endecasílabos una receta de cocina, si nos poníamos. Me paro a pensar y anoto que ayer hablé con dos mujeres que andan tras sus versos, me contaron de otra que baila como los ángeles y alguien estaba saturada bajo una pila de papel por corregir y anotar... Algo pasa si no entendemos esta vida (a veces jodida, claro está) de miradas, besos, adioses, quejas, principios y finales... No es sencillo explicarlo, pero tampoco imposible: nadie puede respirar el aire de nadie, salvo el de uno mismo.