30 de abril de 2011

Ernesto Sabato (1911-2011)



Se ha ido. Casi cien años de lucidez; un memorable e inusitado escritor. Un gran intelectual argentino, el padre de esa estupenda y magnífica novela titulada El túnel. La noticia me coge de sorpresa, de viaje y de casualidad, lejos de los volúmenes de sus obras que adornan atesorando mis estantes, pero que consultaré para que no habite el olvido de un grande de las letras; una parte necesaria e importante de la Historia de la Literatura Universal, en lengua española. Él, Borges, Bioy, Ocampo...

24 de abril de 2011

Los días y las cosas



Galdós y Clarín, en el siglo XIX, describieron genialmente el mundo rural de la España que les tocó vivir. Yo, en el siglo XXI, vivo en el medio rural español. Algunas cosas no cambian, otras sí: es obvio el progreso, el desarrollo, las nuevas tecnologías, los parámetros normales de Europa...; sin embargo, otras cosas siguen en el mismo sitio en que las dejó la Generación del ’98. Vivir en el medio rural supone una enorme calidad de vida y una extraordinaria relación humana (y, así mismo, si la relación es mala la cercanía la empeora: a nadie se le descuida que uno se cruza más fácilmente con quien no quiere ver), pero conlleva un precio, sobre todo un precio psicológico que únicamente se salva huyendo del medio durante un tiempo... y eso es lo que me planteo brevemente en unos días, creo, al ir a la Villa y Corte, lugar en el que uno pasa desapercibido y en el que el caminar primaveral ayuda a meditar. Como tantos escritores, el mejor sitio es el Parque del Retiro, en el que la naturaleza aderezada de contaminación construye un microcosmos inspirativo. Hay que irse del desgaste de los días; de las medias verdades a medias y las mentiras que se convierten en verdades; de los juicios a priori y de los comentarios al albur de una copa en un pub; de la indiferencia con que le pagan a uno la ayuda o el consejo; de las meteduras de pata con las cosas y con las gentes (sonrisa teatral); del peligro de encariñarse demasiado con lo que uno no sabe cierto si debe o no debe encariñarse (y, ¡ay peligro!, mucho más si es una persona); también del círculo vicioso de la cultura autodidacta, porque hay que ir al cine y al teatro y a recitales y a almuerzos con intelectuales a escuchar y aprender (porque uno nunca es el ombligo del mundo como ya dejó clara aquella novela del mismo título de la mano de Ramón Pérez de Ayala); y, claro que sí, porque la Villa y Corte ha sido la cotidianidad de uno durante veintiún años y algo queda, desde las personas a los lugares y los recovecos, que todo hay que sumarlo. Y porque también hay que pensar y tomar decisiones, o pensar más aún sobre las decisiones tomadas en la soledad de la noche y hay que comentarlas con los que siempre han escuchado, precisamente para que digan algo, especialmente lo que uno no quiere oír. Por eso y porque un viaje abre la mente. Pedí ayuda y consejo y apoyo a gritos y me vi solo, diría un poeta, y al escuchar sólo el silencio hay que ir al ruido que produce esa ciudad de cuatro millones y medio de seres de todos los tipos. Todo este plan contando con que el trabajo me lo permita.

5 de abril de 2011

Contra la inmensa minoria


Sólo los muy necios se creen imprescindibles; sólo los muy mediocres creen que sus ideas son únicas y universales; sólo los que carecen de principios no cumplen nunca sus palabras. Y sólo los cementerios están llenos de imprescindibles. Es consustancial a cualquier sociedad, y mucho más si esta es desarrollada, que en todas partes haya gentes retorcidas y con probada doblez de miras. Siempre ha existido eso mismo y generalmente son aquellos que gustan del poder o la dirección por el poder y más si hay intereses económicos en medio. Esos son los que, llegados a este punto, configuran la sociedad y esos son los que contra ellos deben girar los intelectuales, sean estos de izquierdas o de derechas. Tengo para mí que el valor de las personas es saber estar en su sitio, ser fieles a las ideas y principios (los que los tengan por el mero hecho de haberlos adquirido, no de vivir de ellos) y cumplir con la palabra dada. Algo que en la España Imperial del siglo XVI (con sangre, sudor y lágrimas) era el valor del honor que, más tarde, configuró en sus dramas Pedro Calderón de la Barca; y que hoy apenas vale. Hoy queda poco de aquella huella, independientemente del magnífico ensayo que sobre el escritor y dramaturgo madrileño citado ha escrito mi amigo el genial profesor Jesús Pérez-Magallón, de McGill University en Montreal (Canadá). Está claro que la gente esa que se considera imprescindible no lee y lo poco que lee es el libelo que él mismo o sus conmilitones perpetran contra la sociedad, pensando que lo primero y principal es su pellejo y su modus vivendi. Podemos llamarles lo que queramos, que ellos harán oídos sordos, pero lo que realmente son (para toda una sociedad que espera soluciones y caminos) es gentuza.

3 de abril de 2011

"Una amiga judía"


Imagino una furtiva historia de amor en el Berlín previo a 1938. Dos judíos, chico y chica, subidos en la azotea de un edificio plagado de cruces de David realizadas con pintura en la fachada... Están agotados de tanto insulto y de tanto terror y de una Humanidad que no estuvo a la altura de las circunstancias para prever y prevenir las consecuencias de aquel malévolo enfermo mental que todos conocemos, con ese bigotillo ridículo y su socarrona sonrisa, rodeado de corifeos que le palmotean y que le hicieron llegar al poder en las elecciones de 1932. A lo que voy: los muchachos miran desde lo alto una ciudad hundida, ajena a Hindemburg y al periodo de entreguerras. El deseo, el amor, la supervivencia, el olor físico del miedo y del amor atenazan a los dos, hasta que deban salir huyendo y pierdan detrás de si las tierras de Alemania. Me viene a la cabeza porque tengo en mi mente la figura eterna de una judía norteamericana que conocí hacia 1999 o algo así, aquella figura sonrosada que me embargó algunos días. Y lo recuerdo porque vienen elecciones y la mitad de quienes se presentan son tan pusilánimes inútiles como Chamberlain y Daladier; porque no hay una figura sentada en una silla de ruedas por culpa de la polio, como Rooselvet, que invada de esperanza los corazones de quienes aún somos jóvenes; ni tampoco existe la figura resistente y adherida a un puro, como Churchill, que nos prometa “sangre, sudor y lágrimas” y más tarde nos dé el futuro de la Libertad. Pero tampoco encuentro los brillantes ojos de mi amiga judía norteamericana que me permitan enamorarme por un momento de un sueño. Todo está aún por hacer, a medio camino entre la decepción y las ganas de futuro.