30 de junio de 2015

Maya y los días de verano

La primera vez que vi a Maya --"mi nombre se escribe como el de la abeja", insiste ella-- iba vestida de azul; después, siempre que la he vuelto a ver va pegada a su mp3, así como destapando una pasión musical que yo también comparto. Su acento del Este --creo que si Sabina hablase español en Praga, sonaría con la voz de Maya-- es tan sutil que su español me parece el primer idioma que aprendió. Da igual, el caso es que si uno se la cruza por la mañana, ella ya trae puesta la sonrisa, como si al sonarle el despertador le naciese el gesto y unos leves hoyuelos en sus mejillas. Cuando yo era algo más joven, a veces me cruzaba con alguien como ella solamente en el metro y en hora punta; entonces yo, que empezaba a dar pinceladas en estas cosas de las letras, imaginaba quién y qué sería cada cual. Esta tarde le decía a la interesantísima Alicia que mi universo literario está lleno de mujeres, como lo tuve en la Facultad o en las clases de idiomas, o en las novelas policiacas o leyendo poesía... Además de mi musa y otros temas, está Maya. Si olvido las cuatro o cinco veces que he coincidido con ella, se convierte en un personaje de novela: podría ser una heroína romántica, una espía, una hacker intrépida, una exiliada política o, simplemente, lo que es: una mujer hermosa que trabaja de ocho a dos en la oficina de enfrente, se sienta mal ante el ordenador --y acabará por dolerle la espalda-- y que con su acento hace que el saludo o la despedida sea, simplemente, un rato interesante de los días de verano.

28 de junio de 2015

En un vagón de tren

Una tarde de verano, camino de un examen, ella y yo. En el mismo vagón viajaban más jóvenes, sobre todo chicas, que dedujimos que iban en el mismo plan, por los apuntes, así que empezamos a creernos Sherlock y Watson, poco más o menos. Ella da varias pinceladas sobre mi Musa, que dice conocer, aunque yo no le he dicho nada sobre ella y aún permanece oculto el nombre, por ejemplo. El tiempo de espera previo dio para hablar de amigas comunes; de Menéndez Pidal y Lapesa; de la belleza, incluida mi teoría sobre ser guapa o atractiva; de Yolanda Castaño; de reírnos con el nombre de cafés Paquillo ('Paquiño', en gallego) y, en las dos horas manchegas siguientes, de escuchar de sus labios alrededor de unas veintisiete veces el "Juventud, divino tesoro, que te vas para no volver" (las chicas opositoras, de pantalón corto y muslamen nórdico, debían tener veintipocos), de Rubén Darío: ¡demoledor!, pensé que nos salía el Modernismo. Las chicas se cambiaron de sitio cinco o seis veces, según el sentido de la marcha; ella intentó hacer bien, una y otra vez, el selfie, hasta que salió sin el cable y sin cortarme la cabeza, como si quisiera eliminar competencia; por segundo viaje consecutivo, una señora dijo que la habían birlado la maleta -que ya es casualidad-... y así varias peripecias más de la vida en un tren de media distancia. A la vuelta, ya solo, cuando nuestra extremeña favorita se había diluido en su tierra y ella iba camino de Jaén, me quedó el consuelo de la compañía del día anterior; la tristeza de alejarme de ellas y la coincidencia de que las dos jovenzuelas -como las denominó a la ida- iban de nuevo en mi Media Distancia. Cosas del tren. 

24 de junio de 2015

Usted y yo

Usted, que habita entre mis letras y cobra vida en mi cuaderno de tapas verdes; Usted, que apareció de repente, como la tormenta de esta tarde y habita en los momentos de zozobra, que con sus gestos -pequeños o grandes- se sobrellevan la espera, la incertidumbre, los nervios o pensar al tiempo que el sentido del humor cambia de aquí para allá. Sí, simplemente Usted, como en todas las almas de quienes caminan por la calle ahora mojada tras el chaparrón: Usted. Qué sería de mí sin ternerla a Usted para contarle las cosas que caen por la realidad: como esas chicas de la calle pegadas al móvil, contándole a sus respectivos usted las cosas que les pasan: trágicas y cómicas; un suspenso o un aprobado de última hora; el grano de acné o el capítulo de la serie de anoche; la pelea con mamá o cómo la abuela ha soltado cincuenta pavos para el finde. Qué sería de la vida de los escritores, cuando atenaza la angustia el alma, sin un whisky de vez en cuando y sin Usted. Sin su sonrisa y sin su caminar pausado, viniendo hacia el lugar en que estoy o marchándose después de su magnífica conversación. Usted, que además habita en letra impresa, inspira mi creatividad y pende de un hilo -de silencios y de voces-, como antes hubo quien pasó por el camino de Lope o el de Bécquer, quizás por la vida del genial Galdós. Con una salvedad: Usted siempre es en presente y tiene una sonrisa puramente cosmopolita.

21 de junio de 2015

Viajar en tren

Es el día escogido para viajar en tren: mientras nos adentramos por La Mancha hacia Ciudad Real, nuestra extemeña favorita hace lo mismo hacia su Extremadura natal. Los trenes van llenos de mochileros, como nosotros, con apuntes y libros en la mano camino de la hora de la verdad. Primero ella se estremece ante la velocidad del AVE: "Paco, qué miedo, a mí me gustan más los trenes de antes" y yo, que recuerdo los años ochenta, tengo por lo de antes aquel rápido que unía Albacete con Madrid en ocho horas infernales. Lo bueno de esto es la conversación y los whatsapp, que es mucha cosa cuando atenazan los nervios, las dudas y las incertidumbres. Volvemos y, mientras duerme ella, intercambio la mirada con la muchacha de mi derecha, que además de muy mona me recuerda a alguien de no sé dónde...; un señor extremeño con destino a Barcelona, a sus noventa años, dice a gritos que va a ver a los hijos y especifica que bien de mañana estaba ya en Castuera (Badajoz) cogiendo un tren; la señora de detrás grita al interventor que, o le han robado la maleta o se la ha dejado en Alcázar de San Juan; total, que el entretenimiento está asegurado. Mi compañera despierta, me roba la revista del periódico y me lee el horóscopo: el de su novio recomienda una analítica; el suyo, que va a tener un finde romántico el día del examen ("¿A que nos sale el tema del romanticismo", le digo yo) y el mío, que me echo novia o, en su defecto, que me dedique a tener bebés ("No estudies más, tú a tener hijos", se ríe la filóloga). La chica del asiento de la derecha ríe también y coge su maleta para ponerse en pie: "Señores viajeros, próxima estación, Albacete-Los Llanos".

18 de junio de 2015

Entenderse con la mirada

Ayer fue un día de rebelión de las musas: Belén dijo que la suya estaba harta y Elena que primero es la inspiración y después viene la musa; Almudena confesó que ni siquiera tiene 'muso'. Las dos primeras, que son creativas y rabiosamente jóvenes, llevaron el tema hasta su estado de Whatsapp. Ayer fue, también, el día en que comprendí que hay gente a la que jamás lograré entender y que, sin embargo, hay otras personas a las que con sólo mirar a sus ojos fluye la comunicación: quizás eso debí haberlo visto -nunca mejor expresado- antes y me hubiese ahorrado cabreos y pérdidas de tiempo. Como estoy contento con mi Musa, cuya mirada siempre me ha parecido hermosa, incluso detrás de sus gafas de sol, no me queda más remedio que relativizar: crear -a partir de una persona en mente o sin ella- es complejo, tanto como relacionarse con alguna otra gente. La vida es un singular vaivén de incertidumbres, sufrimientos y necesidades de afectos, con ciertas dosis de alegrías, que nos lleva de un sitio a otro; el papel en blanco es una terapia maravillosa, un mundo por venir... Esto lo sé porque fue mi mirada, literaria quizás -o más bien-, la que se dio cuenta de que me entiendo bien, o quiero entenderme bien con ella, cuando la vi desaparecer, caminando de espaldas; en ese momento comprendí lo que es tener una Musa, entenderse con la mirada y lo necesario que es el papel en blanco. 

16 de junio de 2015

Adoptar una Musa

Transitaba detrás del fantasma de una decepción vital cuando apareció alguien a quien escribir. Dicen que, antiguamente, a eso llamaban musas y a mí, como a Picasso, su presencia me llegó cuando estaba despierto y trabajando. Aquella tarde de otoño pensaba que no estaría mal que la lucha fatídica entre la realidad y el deseo -sobre todo la parte bonita del deseo: la de soñar despierto- tuviese el perfil femenino de una Musa. Había dejado de creer en el ser humano, hasta que ella supuso que aún quedaba la prórroga:  no sé si alguien oyó mis lamentos, no sé si en alguna parte mi insatisfacción creativa encontró eco, no sé qué fue... pero allí estaba. Como para Lope o Espronceda, como para Cernuda o Luis Alberto de Cuenca había alguien a quien escribir: con una sonrisa, con el eco de sus pasos, con su timbre de voz, con una gran conversación... Es cierto que la Literatura, sin ficción, no tiene mucho de real: sin verosimilitud -que decía Galdós- no habría ni historia ni homenaje... sin ella tampoco. Reconozco que hay flashes que me llevan a poner negro sobre blanco cosas que pasan, con protagonistas femeninas, que son más inteligentes, más creativas, más sensatas y, como decía Paul Auster, son las que cuando la cagamos los hombres lo arreglan todo sin desplancharse. Cientos de historias con su eco no habrían nacido ni se habrían leído -miles de lecturas- sin la presencia de la Musa: con sus días grises y soleados, detrás; con su mejor o peor rollo; con su silencio o griterío... Y es que, sin mi letra ni su música, ni ella ni yo existiríamos aquí y ahora.

11 de junio de 2015

La esencia de sus cosas

Salgo de casa y, muchas ocasiones, parece como que la veo ahí esperando, con su singularidad; con la esencia que la hace tan diferente como admirable. Algo dentro de mí me dice que no: está en otro lugar y en otras cosas. Únicamente recuerdos, pensamientos... esa lucha constante entre la realidad y el deseo -de una sonrisa, de un café, de un saludo, de un par de besos- que nos mata desde aquella generación del '27. Anotando en el cuaderno de tapas verdes esas realidades, que jamás querría olvidar, echo en falta que nunca he narrado la primera vez que la vi -con su mezcla de flash fotográfico y de irrealidad: no me lo creía- y anoto en un post-it que debo hacerlo cuanto antes, no vaya a ser que entre la dichosa oposición y el inglés se me olvide algo. Hay quien puede pensar que esta forma de decir no es más que un relato de variaciones sobre el mismo tema; otras voces, menos atrevidas y más sensatas, dirán que no es otra cosa que una lucha interior entre la realidad y la materia novelable... y, en definitiva, es que su forma de mirar, con su voz o su postura al sentarse -por citar de memoria-, no es más que se juntó el pan con las ganas de comer: yo buscaba musa y ella se puso delante. Allá los ríos de tinta que quedan por ser corridos...

3 de junio de 2015

Irse para volver

Como un relámpago, cuando los momentos cambian y los días son más largos, así me lo dijo: "toca cambiar de lugar, pero no de olvidarnos, porque quizás muy pronto -quién sabe en qué momento- volvamos a coincidir los dos, aquí mismo o en otro lugar". El anuncio cayó como un mazazo para mí y con la misma sensación de vértigo recordé el primer día en que me crucé con ella, sin saber quién era ni cuántas cosas acabaría sabiendo y hablando con ella, de aquel modo... Aquel flash jamás lo olvidaré y para el caso de que algún día yo no tenga memoria, en un cuaderno queda escrito: quizás sea ella quien lo lea, quizás algún hijo suyo, quizás... Parece que suena a despedida y es, sencillamente, que por un tiempo sus pasos y los míos no llevan el mismo camino, pero sí el mismo ritmo y la misma lírica, como la poesía. Intuyes que el verano lo remueve todo, los tiempos, cada instante, la dichosa oposición... pero sus manos permanecen en instantes vividos y también su mirada y su forma de sonreír hasta en los momentos más complejos. Reconozco que al principio me quedé helado, hasta que me repuse en cosa de minutos: tú eres el de siempre y nunca te rindes, mucho menos por el hecho de que tú estés en Boston y ella en California; existe la sencillez de un tren, la inmediatez de un avión y la rapidez de un whatsapp. Eso sí, ese es el momento en el que te das cuenta de que debes dejar de ser humano para ser valiente y decidir que, por mucha gente que vaya y que venga, ella debe permanecer: es un pequeño lujo de la vida. La realidad, como dices, siempre deja en segundo plano al deseo, solo que yo me niego, porque si hace falta cruzaré por fuertes y fronteras -como el poeta- y subiré los escalones de la vida hasta volver a cruzarme con ella: y es que esta vez es, únicamente, un irse para volver.