30 de septiembre de 2015

Una sonrisa hiperactiva



Entras en el lugar, a media luz y allí está ella. En ese primer flash la chica te sonríe y te pregunta qué vas a tomar; con la obviedad del lugar, la hora y el instante; pides un café… pero tras su mirada hay algo que te llama la atención y, sobre todo, su sonrisa: esa forma de sonreír, mirando detenidamente hacia tus ojos, que te hace sentir tímido. En fin, decides decir quién eres, tu nombre y varios datos más: “total, será un momento”, piensas. De repente ella te dice su nombre, Irene, que te suena a algunos más que suenan exactamente igual: en La Mancha, en Madrid, donde sea. Mientras vas a mandar un whatsapp a Extremadura, Albacete o Andalucía, para saber de las personas que hay que saber… ella te deja hacer, pero cuando pasa frente a ti (en uno de sus instantes de hiperactividad: tecleando las comandas, sirviendo cafés a diestro y siniestro, algún que otro sándwich, sosteniendo el horroroso cubo rojo o lo que sea) te pregunta alguna cosa suelta. Pero… uno de esos días, tras la rutina de las cuatro de la tarde, descubres no sólo algunos retazos leves y difusos de su vida, no únicamente sus ojos o su forma de mirar o de sonreír, sino su memoria de Sherlock Holmes. Con tanta gente que pasa por ese mismo sitio que ocupas y ella recuerda qué día entras a trabajar una hora más tarde, así que no te queda más remedio que ir a desayunar ese otro día, aunque sólo sea para comprobar que no es un mero espejismo, que es una chica absolutamente real; que es, sencillamente, una chulapa de Madrid en otro lugar del mundo mundial.

26 de septiembre de 2015

Una chica en el café y otras miradas...


Atardecía en Madrid y en un café del barrio de Salamanca, desierto a esa hora, había una joven estudiando: la única clienta del local. Yo iba hacia el Retiro pensando en la chica que, todas las tardes de Guadalajara, me sonríe mientras me pone un café y me pregunta cómo me han ido las clases del día; esa misma chica que, mientras yo le comento algo, es capaz de hacer mil cosas a la vez y escucharme sonriente. Iba, igualmente, pensando en el silencio de alguna gente: extremeña en La Mancha, gallega en Andalucía, otra gallega en Canadá, gente de mi pueblo... cuando recordé los tiempos en que iba a la Biblioteca, únicamente por ver a las chicas que allí estudiaban y que, después, hacían un descanso para tomar un café. Apenas me concentraba, pero me daba tiempo a escribirles algunos poemas o leer algunos artículos complementarios al tema que tocase. El caso es que, cuando miré hacia esa cafetería, pensé en lo difícil y complejo que debe ser concentrarse en un bar, con sus ruidos, sus conversaciones, su ambiente... una cosa es que la chica que te ve todas las tardes tenga un hueco para hablarte y otra estudiar la vida y obra y milagros de Lope de Vega, por ejemplo. Y, sin embargo, literatura, inspiración y bares son parte de una misma historia. 

19 de septiembre de 2015

Viajando en bus


Acostumbrado al tren, pensé que viajar en autobús, aun siendo un trayecto corto, me resultaría tedioso. No calculé que la hora en que subía a él era la que utilizan todos los estudiantes de magisterio para ir a la capital; en un minuto nos habíamos sentado una treintena de jóvenes de todas las edades, con nuestra música a cuestas, nuestro móvil bullendo de whatsapp y cosas por el estilo. Tengo por costumbre, además de admirar el paisaje -novedoso para mí-, también a la gente que me acompaña: chicas con apuntes, mochilas, pantalones cortos aún -pese al cambio brusco de temperaturas entre la mañana y el mediodía-, músicas silenciosas que oímos todos por los auriculares de los demás, conversaciones sobre planes de fin de semana, algún comentario sobre cómo es tal o cuál profesor corrigiendo... Reconozco que los cincuenta minutos me resultaron escasos para tomar notas, dibujar rostros, pensar, mirar Internet por si habían nombrado docente a una buena amiga: y la nombraron, pero no cómo esperábamos. Ir de Guadalajara a Madrid me dio para terminar de contar historias, para envidiar la juventud de las estudiantes de magisterio y sus nervios septembrinos, para atisbar un paisaje que mezclaba el verde intenso con el amarillo secano... ahí me di cuenta de que lo que une el bus al tren son las historias humanas que de ellos salen. 

12 de septiembre de 2015

El truco de la vida


El otro día me crucé con ella: me saludó y se fue con la velocidad del rayo a otra parte... Iba vestida con una elegancia tan sublime que me turbó, aunque lo que mejor la adornaba fue su sonrisa, nacida de la naturaleza de habernos visto por sorpresa, sin quererlo ni pretenderlo. De pronto, mientras caminaba hacia una oficina de Correos para certificar algo, empecé a sentir que el verano se acaba, con sus sorpresas, con su gente, con la chica sonriente que conocí por sorpresa y que además de beber té vive en Alcobendas; con la lejanía de la chica extremeña y la filóloga gallega, allá a cientos de kilómetros; con los cientos de mensajes y de fotografías que entraron y salieron. Ese mismo día, metido en un cercanías, cuando una joven de pantalón corto subió en Alcalá Universidad, la sensación fue a más: aquellos septiembres de exámenes, de reencuentros, de reinicio de clases; el septiembre de los atentados con la incertidumbre de si al final podría ir o no a Estados Unidos; los veranos en que dejabas atrás cosas a medio, que nunca serían nada... todo ello me vino a la mente minutos después de ver a Maya con su pizza camino de casa. Y pensé que aunque hay quien se esfuerza en borrar los recuerdos, los buenos y los regulares deben permanecer, porque de lo contrario no seríamos nosotros sin mirar hacia el punto de partida para entender que el de llegada, por fuerza, ha de ser disitinto.  

6 de septiembre de 2015

La foto adecuada...

Reconozco la pasión oculta por la fotografía, por ese instante que recoge y que, pase cuanto pase, dice más que mil palabras. Hoy buscaba un fondo de escritorio para el ordenador; algo o alguien que, cuando trabaje con él, me facilite un recuerdo: uno pone cosas que lo llamen, que le digan. No ha sido fácil, porque con el tiempo uno se vuelve más exigente y, además, la fotografía gana. Y es que hay gente como Claudia o Sabina o la extremeña ahora perdida no se sabe dónde que siempre salen genial; hay artistas como Elena o Laura que saben sacar lo que hay que sacar... Tengo cientos, quizás miles, de fotos en papel y digitales; todo ordenado, pero yo soy de los que mira de vez en cuando todo ese mundo; creo que sería capaz de escribir una historia para cada fotografía... reconozco que podría explicar algo en cuatrocientas palabras, pero con una instantánea se deslizan historias al por mayor, pensamientos, mundos y vidas por decir y por relatar. Y es que el mundo sigue huérfano de cosas por decir, de palabras que representen voces que quieren gritar y no pueden. Todo lo que una mirada dice a la cámara: el salto de un charco, una ciudad de fondo, el abrazo de un grupo que posa... ahí frente a ti, en la frialdad del papel impreso o de la electrónica de tu ordenador, construye vida. Y cuando perdamos la memoria, el recuerdo de nuestros pasos será una fotografía del pasado.

2 de septiembre de 2015

Mirar el horizonte

Lo confieso: me gusta mirar el horizonte... Cada asunto que se cruza conmigo, cada persona interesante que se acerca, me abre un abanico de posibilidades para crear, para creer que existe el Arte, que la Cultura tiene aún un porcentaje de futuro. Hoy iba en un cercanías de Guadalajara a Madrid respondiendo un mensaje de una extraordinaria extremeña cuando he recordado a Gema Álvarez, en esa foto de Laura Muñoz Hermida en blanco y negro: mirando al horizonte. La gente subía y bajaba del tren (una chica peleándose con el novio inmaduro; una mamá vestida para el AVE cuyo bebé escuchaba música en el móvil; otra chica, al lado, que miraba el multazo que la ha caído por beber whisky en la vía pública...), cuando un resorte interno me ha llevado a la promesa de cuento a raíz de esa foto, con el pedazo de mirada de la modelo: ahí, en blanco y negro; el edificio abandonado, por donde un día deambularon miles de personas, ahora poblado por los claroscuros de la imagen, las piernas veraniegas de la mujer que llena el objetivo... si me pongo puede ser una mujer fatal, la que desarma al detective del Nueva York de los años cuarenta; o una chica que sabe sentarse con estilo, hasta en un edificio desvencijado y a punto de ser derribado; tampoco me importaría poner su imagen de portada en una novela o en un disco de música pop de cantantes que saben bailar, no sé... Ahí ando, rayándome con la imagen mientras me digo que la chica de Extremadura no puede conocer sólo un edificio en Guadalajara, que debo arreglarlo mientras pienso en cómo le digo a Laura & Gema que hagan más fotos. Es como el estrés de septiembre... 



© Imagen: Laura Muñoz Hermida. Modelo: Gema Álvarez. 2015.