19 de septiembre de 2015

Viajando en bus


Acostumbrado al tren, pensé que viajar en autobús, aun siendo un trayecto corto, me resultaría tedioso. No calculé que la hora en que subía a él era la que utilizan todos los estudiantes de magisterio para ir a la capital; en un minuto nos habíamos sentado una treintena de jóvenes de todas las edades, con nuestra música a cuestas, nuestro móvil bullendo de whatsapp y cosas por el estilo. Tengo por costumbre, además de admirar el paisaje -novedoso para mí-, también a la gente que me acompaña: chicas con apuntes, mochilas, pantalones cortos aún -pese al cambio brusco de temperaturas entre la mañana y el mediodía-, músicas silenciosas que oímos todos por los auriculares de los demás, conversaciones sobre planes de fin de semana, algún comentario sobre cómo es tal o cuál profesor corrigiendo... Reconozco que los cincuenta minutos me resultaron escasos para tomar notas, dibujar rostros, pensar, mirar Internet por si habían nombrado docente a una buena amiga: y la nombraron, pero no cómo esperábamos. Ir de Guadalajara a Madrid me dio para terminar de contar historias, para envidiar la juventud de las estudiantes de magisterio y sus nervios septembrinos, para atisbar un paisaje que mezclaba el verde intenso con el amarillo secano... ahí me di cuenta de que lo que une el bus al tren son las historias humanas que de ellos salen. 

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