27 de octubre de 2008

Luis Garrido Martínez

Luis Garrido Martínez (Madrid, 1926) es una de esas figuras literarias que pasan de puntillas, para no hacer ruido, por los manuales de Literatura. Tuve la fortuna de conocerlo allá por 2004, cuando pasé por su librería de la zona más humilde del barrio de Salamanca. Luis es un escritor autodidacta, hecho a sí mismo de lecturas bien asimiladas y prosa bien pergeñada por su inquietud literaria. De joven, mientras era cartero o electricista, apuntaba en una libreta, con letra redondilla, futuros proyectos de novelas y algún que otro drama teatral. La guerra civil fue para él el eje de su vida: por un lado rompió su familia y sus esperanzas de desarrollo personal, pero aunque él no comparta conmigo esa opinión, nos regaló un excelente escritor. Ya es memorable su novela ‘Los niños que perdimos la guerra’, editada en varias ocasiones y cuya lectura moral es que todos los niños de su tiempo perdieron la guerra; todos. El magnífico talante del escritor que es Luis Garrido le ha hecho ser amigo de variados escritores, poetas, políticos; entre ellos mi muy estudiado Fernando Vizcaíno Casas, de quien Garrido llegó a escribir su mejor biografía. La prosa de Luis Garrido es sincera, bien construida -él jamás ha estudiado nada de sintaxis-, con unos personajes perfectamente reconocibles en la sociedad; su barrio, el de Salamanca, es el microcosmos literario en el que transcurren las acciones de sus obras. Pero… ¡ojo!... no es el barrio que pinta Manuel Longares en ‘Romanticismo’, es el otro barrio, desde el que se oía el fusilamiento de los represaliados por el franquismo en los años cuarenta; el barrio en el que los porteros eran clave de la sociedad; el barrio pobre de Salamanca, el que se ocultaba a las señoras ricas de la ‘milla de oro’. Garrido tiene otros enjundiosos libros como ‘El caballo del malo siempre era blanco’, ‘El hombre del abrigo largo’, ‘La guerra civil se hereda’, etc. Parece que debemos mirar al siglo XVI para encontrar en nuestras letras autores autodidactas, hombres que dan a la luz de la imprenta obras literarias basadas en la experiencia y el aprendizaje de lo que somos, es decir, de lo que leemos. Luis Garrido, entre los siglos XX y XXI, es uno de ellos. Además de todo eso, y aunque no sea muy neutral el crítico que esto escribe, Luis Garrido es mi amigo. Un doctor en Filología aprende cada día de aquello que Luis guarda en su interior y, como buen humanista, comparte con todos los que nos acercamos a la trastienda de su Librería.

26 de octubre de 2008

El vicio crítico



El valor de la palabra escrita es incuestionable provenga de donde provenga y se realice con el sentido que se realice. Gracias a Internet se está produciendo una eclosión de la crítica literaria que deriva en un mayor conocimiento de los autores en boga o en el rescate de los nombres de siempre, pero afortunadamente con una mayor enjundia crítica y valor reivindicativo. ¿Por qué soy crítico? Únicamente no porque colabore con varias revistas literarias de varios países, sino porque mi perfil filológico más que un maestro, que también soy (y no profesor porque me gusta enseñar a los alumnos la Literatura y la Vida), me ha convertido en un crítico con nuestra Literatura. Es aquello que se denomina el vicio crítico (Vid. Miguel García-Posada, ‘El vicio crítico’, Madrid, Espasa-Calpe, 2000) y lo es más si además te apadrinan nombres como Miguel García-Posada, Francisco Caudet, Luis Alberto de Cuenca, Joaquín Leguina, etc. Yo, sin embargo, acepto que todo el mundo colabore en la tarea crítica, no como desafortunadamente ocurre entre los miembros del gremio, excesivamente corporativistas y trabajadores dentro de un círculo concéntrico. Como siempre he intentado rescatar nombres que merecen la pena se me denomina anticanónico. Verdaderamente la tarea crítica está pensada para que la realicemos todos y que la pluralidad de voces críticas nos permita un mayor conocimiento de nuestras letras. Echo de menos, por otro lado, y sin que tenga hilazón con lo anterior (puesto que jamás pondría en duda la alta capacidad analítica de ambas), que, por ejemplo, las webs de Fátima Fernández Méndez o Lauren Mendinueta recojan críticas sobre nuevos nombres que ellas mismas conocen y con los que comparten en algunas ocasiones eventos; su mirada crítica sería interesante para ir conociendo las relaciones entre poetas. El valor de sus webs es altísimo y referente y por ello las reto a sacar de su fuero interno el vicio crítico que llevan dentro. También echo en falta que en www.literaturas.com saquen más literatura de aquellos que yo denomino los nuevos nombres o nos traigan a colación aquellos que las antedichas poetas rescatan del olvido, porque a veces en España desconocemos algunos valores seguros de allende los mares. El crítico debe estar dispuesto a enjuiciar la literatura de un autor y de un tiempo, pero no con benevolencia. La crítica debe ejercerse con la neutralidad que exige el valor exegético de unas letras impresas con una intención comunicativa y lúdica, y en nuestros tiempos estamos cayendo en el error de sacar a la luz todo lo que consideramos bueno: a nuestros amigos, nuestros libros favoritos y aquello que nos gusta. Por ejemplo, detesto el modo de escribir que tiene Javier Marías y el endiosamiento en el que ha caído, pues habla ‘ex cathedra’ cada vez que los plumillas de ‘El País’ lo sacan para que no patalee... Debería realizar yo, y esto es una autocrítica, un post en el que enjuiciara con perfil crítico y filológico porqué la copia de William Faulkner que es Marías es inferior al original. Y como eso todo. Hace unos años el valor de la crítica teatral de Alfredo Marqueríe era incuestionable, aunque injusto a veces, pero en nuestros días la crítica descafeinada es lo que se lleva. Aún no he leído una critica sobre Andrea Cabel en España y, eso sí, afortunadamente ‘ABCD’ se hizo eco de Lauren Mendinueta pero no de su magnífico libro ‘La vocación suspendida’. Eso es. Tampoco hay que separar al escritor humano y relacionado con un entorno y en una época de su obra: no sería justo separar al Borges vanguardista y conservador del Borges poeta y narrador, pero sin caer en el grotesco morbo de inmiscuirse en la vida privada de un autor que lo es puertas afuera de su casa.

25 de octubre de 2008

Tzvetan Todorov


Tzvetan Todorov (Bulgaria, 1939) es uno de los más grandes intelectuales europeos y de nuestro tiempo. El año pasado fue para mi uno de los más duros que he podido tener y en un momento de desazón recurrí a un libro suyo que ‘robé’ de una biblioteca privada. Ante mí apareció entonces el gran pensador que ha sido merecedor del Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales de 2008. Un gran estudioso de la sociología de la lengua y, por tanto, de la Literatura. Todorov ha publicado este 2008 ‘El miedo a los bárbaros’ (Galaxia-Gutemberg). Ese ensayo nos pone de manifiesto cómo en Europa, rotos los moldes del antagonismo entre Occidente-Oriente (tomando este último por los países del Este europeo), nos enfrentamos a la inmigración como los nuevos bárbaros. Un lúcido trabajo que recomiendo a todos para salvaguardar los principios del europeismo frente al anquilosamiento de las ideologías y los estereotipos. En caso es que el gran pensador que es Todorov y los quebraderos de cabeza que me dio tener que estudiar en la carrera a sus seguidores y no a él, tiene bien merecido el premio que los españoles le damos por estos días. La Literatura, en definitiva, puede y debe ser un compromiso personal del escritor con la sociedad a la que pertenece el lector (y esto es mío a partir de Todorov) y por tanto un medio de desarrollar una sociedad. Estas y otras cosas dice Todorov y yo lo secundo con gran interés. ¡Felicidades!

21 de octubre de 2008

Saber ignorar...


Es imprescindible saber elegir con quién desayunar; con quien beber y con quién tomar una copa... ya lo he venido escribiendo todos estos últimos días... pero también es necesario saber a quien ignorar... sí, saber a quién ignorar o de quien pasar. La gente tiene por costumbre aceptar o rechazar amistades con la misma facilidad con la que se entra o se sale de Facebook o de Tuenti. Pero la amistad, como el amor, es cosa de dos, y hay que saber luchar y apechugar con ello. Dice Gracia Iglesias que la amistad es algo difícil y que cuanto más das luego más dura es la caída; y tiene toda la razón. Siempre he considerado a la amistad como un sentimiento, una hilazón al otro más fuerte que el propio amor, pero también la caída es dura. Tanta gente que pasa por tu vida y en un momento determinado se va sin decir adiós, cerrando la puerta atrás sin justificación alguna. Por ello, cuando suena el móvil o cuando se produce una comunicación extemporánea con alguien hay que saber a quien ignorar. Por ejemplo, Ana Such y Analía Polanco son dos amigas de El Corte a las que me gusta saludar todos los días; me apetece hablar con ellas e incluso bromear... otra veces, hay personas a las que me apetece ignorar. No quiero llegar a la necesidad de tener que exclamar ‘¡Gilipollas!’ después de una llamada, pero me apetece ignorar a una determinada persona... quizá sea porque se lo merece; quizá sea porque soy injusto, no lo sé, pero hay que saber teñir un tupido velo de silencio entre otra personas y tú. No todo el mundo te aporta algo positivo en la vida y no por rechazarlo eres injusto; incluso haces una obra de caridad cristiana si lo ignoras, además de mantener tu mente sana. Hay que escoger con quién te vas a tomar una copa, con quién desayunas y a quién le regalas las chocolatinas que ponen con el café de la mañana (eso va por ti, Ana, que ya te las doy de dos en dos...) y, por ello, por salud mental, es necesario tener claro a quién ignorar y por qué ignorar... es cuestión de decisión y yo estoy decidido desde hoy a aportar algo a los demás y a que los demás me aporten a mi.

18 de octubre de 2008

Saber hablar, saber callar...



Saber hablar es tan importante como saber callar. Hoy me he dado cuenta de que mucha gente desaparece de la vida de otra persona por no hablar, pero por eso no hay que dar por hecho que se sepa saber callar. Hay mucha gente que desaparece de los lugares en los que habita en el más absoluto de los silencios, teniendo esto por bueno, pero si ese más absoluto de los silencios no se produce después de un acertado comentario, pues no hemos hecho nada. Cada día que pasa saber hablar no es saber expresarse; saber expresar las ideas y opiniones que tiene cada uno, sino que saber hablar cada día se ha convertido en un ejercicio de gritos y de llevar la razón sin dejar que el otro se exprese. Es como una nueva máxima: ‘vivimos en democracia, luego te dejo que opines pero se hace lo que me dé a mí la gana’. Esto es, la democracia orgánica de Francisco Franco. Por mi actual trabajo veo cómo hablo a la gente que no escucha y luego toma la decisión en función de su opinión personal, no según el criterio que yo le haya marcado; algo que, por cierto, evitaré con los alumnos pues para mi el lenguaje da autonomía pero es instrumento de comunicación, no de enfrentamiento como hacen los partidos políticos nacionalista. Pero... ¿qué quiere decir hoy Francisco? Dos cosas. La primera es que la gente toma decisiones sin hablar con los demás; se evita la comunicación y el arte del silencio se convierte en un dardo envenenado para tomar decisiones.... La segunda cosa es que no sabemos comunicarnos. Ayer leí un pequeño debate sobre los judíos españoles expulsados de España en 1492. Alguien opinó pero a la contrarréplica de la administradora del Blog el opinante siguió en sus trece: o sea, que pasó olímpicamente de enjuiciar la opinión verbal de la administradora. Ahí es donde toma conciencia el no saber cómo comunicarse o dar la razón al silencio. Sigo pensando, ante las ausencia, que hay que saber hablar pero también hay que saber callar.

16 de octubre de 2008

Quedar para comer; quedar para desayunar



Considero que quedar para comer tiene algo de reunión social, pero que es íntimo y personal. La gente está acostumbrada a quedar a comer por razones de trabajo, algo que se denomina ‘comida de empresa’, que es tan absurdo como las reuniones de Navidad con los compañeros del trabajo. Quedar para comer debe ser una elección inteligente, libre y que nos permita convertir ese momento de ingestión en un momento de comunicación con el otro o con los otros; comer con quien no eliges es un error, resulta desagradable, a veces tan poco interesante como quedar con alguien sabiendo de antemano que la ‘quedada’ es inútil o insulsa. Me gusta quedar para desayunar, como recomienda mi amigo el filósofo Ángel Gabilondo. Escoger a alguien con quien empezar el día frente a un café, con animada y escogida conversación es una buena manera de hacer vida social. ¿Por qué en ciertos trabajos se impone la comida de empresa? Intentan mezclar lo personal con lo mercantil buscando la comicidad necesaria para formalizar el negocio cuando la ingestión de un alimento, por necesidad fisiológica, es tan importante e íntimo y personal como ir al baño (y que se me disculpe la manera de señalar). Yo rehúyo las comidas con quien no elijo, aunque quede tildado de antisocial o de raro, porque me gusta elegir comensales, mesa, mantel, conversación y, si se tercia, pagar la cuenta porque elijo invitar sin necesidad de tener que justificar ‘gastos de representación’. Pero yendo a lo escrito, quedar para desayunar es una nueva variedad de digestión social más adecuada a nuestro tiempo, aunque rara en España. Las TV del país nos ponen sus famosos ‘desayunos’ con comentario de actualidad. Cenar; quedar para cenar es algo más íntimo, intelectual y adecuado para el ‘face to face’ con una persona con la que conversar o aclarar una cosa, pero quedar para el desayuno es el momento del día en que la energía te hace más fuerte y te anima a conversar con identidad e interés. Así pues, quedar para desayunar…

13 de octubre de 2008

Lo mal que hablan los políticos: lapsus lingüístico


Ayer escuché a un Consejero de una Comunidad Autónoma (de la que da igual el nombre y el color político) que estaba contento de que la ‘mujer se haya incorporado con fuerza a la Guardia Civil’. Yo no entendí bien eso de ‘con fuerza’. Puedo llegar a comprender y a defender con todos los argumentos de Ley del mundo que la mujer se incorpore ‘por derecho propio’ al Cuerpo de la Guardia Civil, pero la expresión, a parte de incorrecta en mi opinión filológica, demuestra la poca capacidad expresiva del barbado Consejero. De esta forma habrá que aceptar lo de Guardia ‘Civila’, para apartar el genérico del camino lingüístico y acercarlo al nivel de la calle. Las mujeres que pertenecen a la Guardia Civil lo hacen ‘por mérito’, ‘por capacidad’ y ‘por reflejo de la sociedad’, en la que el 50% de la población es femenina. Por tanto la Guardia Civil y el Ejército deben ser mixtos. ‘Con fuerza’ debe hacer referencia en la mente del mencionado Consejero a la incorporación ‘en gran número’ de la mujer a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Bibiana Aidó tuvo un lapsus con aquello de las ‘miembras’ que José Bono ha subsanado al retirar tal expresión del Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados, pero tuvo después, en rara connivencia con el Partido Popular, el acierto de hacer retirar aquel nefasto y machista anuncio de las ‘croquetas de mi Mari’. La ‘fuerza’ de una abigarrada costumbre hace que todavía parezca normal que en nuestra sociedad la mujer deba estar ‘por derecho natural’ en la cocina, cuando ese ‘derecho natural’ la debe poner en la Guardia Civil, por ejemplo. Con esto voy a que posiblemente el ya susodicho Consejero esté acostumbrado a la figura clásica de la mujer ‘en la casa y con la pata quebrada’ y no supo cómo expresar que en el día de las Fuerzas Armadas la mujer, afortunadamente, se ‘ha incorporado en gran número y por reflejo social al Benemérito Instituto’. Lenguaje político.

5 de octubre de 2008

El amor como tema de la literatura



El amor es un tema habitual de la literatura. Desde las ‘Serranillas’ del Marqués de Santillana hasta la poesía de Ana Merino o Lauren Mendinueta, pasando por Pedro Salinas, el amor es un tema constante en la literatura. Quizá es ese sentimiento que a los intelectuales, o los que pretendemos serlo, nos invade más tiempo en nuestra existencia, en nuestra capacidad de reflexión y en el ciego entendimiento de la vida. Me gustaría proponer que se conjugue la capacidad de mezclar el amor con la poética literaria; es decir, que un escritor o escritora, o un crítico (que no sea ese señor de la Complutense tan renombrado y tan sinvergüenza), hable de la capacidad de llevar el amor a la literatura. Por estos días yo me debato entre la melancolía y la plenitud filológica, dejando a parte mi faceta política que, en tiempos de crisis, no sirve de nada como la de ningún otro prócer. He empezado a analizar una reciente edición de ‘De los nombres de Cristo’, en esa prosa maravillosa que tiene Fray Luis de León. Algo así echo de menos sobre el amor, un estudio que aglutine la capacidad de amar que tenemos, con las meteduras de pata que lleva aparejado el amor y la capacidad de plasmar ese sentimiento en la página en blanco. ¿Verdaderamente amamos a quien amamos? Una de las más importantes escritoras catalanas del siglo XX, Mercè Rodorera, amó a un hombre casado, sufrió por ello, y por el desamor hacia su marido impuesto por la familia, pero plasmó el amor que sentía hacia Barcelona y hacia otra persona con una intensidad desaforada. Es como el título del poema de Pedro Arturo Estrada (que me llega a través de Lauren Mendinueta), ‘el rostro oscuro del amor’. Y es que yo pienso que el amor, aunque no se crea, tiene un rostro oscuro; un lado vil y egocéntrico; una pura desafección de la amistad y una erosión del alma. Quizá por eso, porque es nocivo a veces y también adictivo, nos llena tanto y lo necesitamos plasmar literariamente. ¿Por qué no lo hace en uno de sus artículos en prensa Fátima Fernández? Ahí queda. La literatura tiene que dar cuenta por qué Dios, la Muerte y el Amor, así, con mayúsculas, es un tema recurrente, igual que en la filosofía. Incluso el desamor, como en Bécquer, es importante motor de páginas de versos. ¿Qué tendrá?