27 de agosto de 2017

Por encima del hombro

En todos sitios, imagino, hay gente así; bueno, gentecilla; es más, gent... La estirpe esa de la persona altiva -chulitos o chuleras de toda la vida- que mira por encima del hombro, de la que siempre te preguntas tú cuál será el mérito que se atribuye para ser así; porque mirar por encima del hombro es una forma de vida. Cuando se sale por ahí lo ves claro: siempre hay alguien que, en su fuero interno, establece cómo es otra persona: las perras que tiene en el banco y, obviamente, influida -o influido- por los dioses del Olimpo establece también los cánones de belleza; digo yo que esto es el efecto secundario de la posverdad, el hipsterismo, la televisión basura y el populismo rampante. Vaya, que toda esa gente que clasifica, estratifica, separa o, simplemente, mira por encima del hombro nunca son científicos, premios nobel, deportistas de élite... no, no, suele ser el mundo choni, el colectivo ni-ni, la pandilla de los tontos del pueblo -o del barrio de la ciudad, según-, etc. Es más, me paro a poner ejemplos y hay que ser muy valiente -o valienta, ahora que se dice así en la tele- para ir de listo suspendiendo todo, de pija sin un duro y de guaperas.... uf, mejor no seguir por ahí. Gente que, normalmente, toca mucho las narices, sobre todo a la gente de la secundaria, en esa edad tan moldeable. Ahora bien, me entra cargo de conciencia y pienso que igual que hay cardos borriqueros en las cunetas, contendores en las calles con su dosis de pestuza, polvo en el desierto y nieve en el Ártico, tiene que haber gente que disfruta creyéndose Zeus en una terraza de café. ¡También yo!

17 de agosto de 2017

Lo que se fue...

Supongo que será igual para todos: un buen día, despiertas y al instante compruebas que hay cosas que ya no son igual, exactamente igual. Qué sé yo: aquella persona que no soportabas ahora tiene algo interesante; o lo contrario, ya no encuentras nada especial en la persona con la que hablabas todo; quizás tus manos tienen una fisionomía diferente, tus ojos requieren unas lentes para leer la jodida letra pequeña... De pronto, posiblemente, empiezas a entender cosas que hasta entonces no y, además, te dejan de gustar las tonterías que te gustaban desde adolescente. Igual, hasta dejas de cogerte un berrinche por las nimiedades que ponderabas desde los quince años, por ejemplo. Es como cuando miras las fotos del instituto, o las de la universidad: cuántos que no ves desde hace años y qué sensación tan distinta al darte cuenta de que la chica de la orilla no era la única mujer del mundo, con las que conociste después con sus bellezas interiores... Ahora las chicas de tu edad tienen cuarenta y las de treinta quizás dicen "hola y adiós" por la calle. Incluso cuando viajas ya no eres capaz de dormir en el tren, como cuando íbais por cuatro perras a cualquier lado. Cualquiera con una copa en la mano te dirá que es el paso del tiempo, pero realmente tengo para mí que es la madurez esa en la que todos caemos... nos damos cuenta de cuánto tiempo hemos perdido en nada, pudiendo haberlo ganado en todo.

14 de agosto de 2017

El círculo vicioso...

Todos llevamos la agenda pegada al móvil... En ella, contactos que habitualmente dan señal de vida, gente con la que nos comunicamos como fórmula social; luego, además, están esos otros que un día nos hacen pensar que no existen, que han cambiado el número -sin preaviso- o, sencillamente, gente que se fue y ya no hubo nada: teléfonos que piensas que hace años que no marcas... Hay días en que te piensas dos veces escribir, quizás porque lo que tienes que decir es tan largo que requiere de un café o una caña, según la hora; pero también hay momentos en que te paras y piensas que decir algo ya no es necesario, está de más, no viene al caso... Resulta sorprendente ese contacto que da señales de vida muy de tarde en tarde, como si las personas fuésemos un monumento nacional que visitas algún que otro verano, para decirte qué bien conservado lo tienes. Todos, indudablemente todos, vivimos pegados al teléfono, la sociabilidad depende no sólo del escribir, sino del que te lean; la afectividad está en que te escriban: porque aunque parezca raro, extraño, impensable, porverdadero, también hay quien, alguna vez, se descuelga con un "¿Cómo estás?" Lo curioso fue un caso en que, al escribir para preguntarle por cómo iba un proceso de convalecencia, respondió: "Lo siento, no tengo tiempo para escribirte", sin caer en el hecho de que ya lo estaba haciendo, muy groseramente por cierto. ¡El tiempo!... eso que pasa mientras decimos que no tenemos tiempo.

7 de agosto de 2017

Música para feos...

En mitad de la canícula -o de la posverdad, según nos dé la gana- todos entramos en un lugar concurrido: pongamos por caso un bar, restaurante, tasca, tugurio o chiringito... y siempre estamos rodeados de lo que en otras eras glaciales se denominó ser humano. Pero, he ahí que cuanto más cercanos sean, peor: mucha gente decide de qué tipo es el resto -como las cédulas personales de la Restauración-; o sea, de tecera, de segunda o de primera... Son cosas de la posverdad y del modelo de clasificación de la tele, así como el que no quiere la cosa. Uno se toma un café, saluda, mira el móvil, lee la prensa, responde al camarero y mantiene una breve conversación con uno u otro, porque la gente pregunta, opina o quiere saber... lo normal, salvo esas personas escogidas que disecionan a simple vista y saben a qué categoría pertenece cada cual y sobre todo saben la cuenta bancaria de los demás sin verla. Cada día somos más los que alzamos la voz contra la superficialidad en la que está cayendo la mayoría, el ombliguismo del mundo, el mirar por encima del hombro... Posiblemente sea por el calorazo, como dice una amiga de acento extremeño; probablemente es que yo soy de esas conversaciones a los postres con acento murciano... quién sabe. Lo que me sorprende es el ejemplo de una persona así, muy de clasificaciones, muy de considerarse de la jet, que al hablar dice almóndiga, alvertencia y de-que-sí.

1 de agosto de 2017

Conversaciones a los postres...

Así, de repente y en donde menos lo esperas; así, como de improviso, sin espera ni búsqueda... Así nace una conversación en la que salen a colación experiencias, querencias y pasiones. Como las mejores conversaciones y que le den a esas otras del tiempo, en el ascensor de tu comunidad. La mejor marca es escuchar, más esta vez con esos ojos tan expresivos, vaya usted a saber si por su color o su vida, o ambas cosas... Y uno escucha con la atención del principiante, con la lentitud del alumno que aprende... allí, ella hablando; enfrente, yo escuchando. Como hace tiempo que no has escuchado, con el interés de cuando estás encantado de escuchar: sin atender el aire que se respira ni el entorno, con su ruido y sus misterios; absorvido por el interés como hace tiempo. Y todo a los postres, todo una conversación a los postres.