23 de marzo de 2015

"Vivir a la intemperie"

Vivir se ha puesto al rojo vivo, al precio del error; se ha convertido en miradas de reojo, con el aumento del precio de la vida. Aquellas fotografías de entonces ya no me resultan tan conocidas y en las que sales tú, dices con la mirada y nada más... pero yo vivo de las palabras: de los pronombres y de los verbos transitivos. Voy acumulando palabras en mi cuadernos, silencios en la noche, pinturas de realidades a medias... Hasta tal punto es el eco de tu mutismo, que los apuntes se me parecen hojas que sueñan en vanguardias, surrealismos o genialidades de Lope, por no decirte que quizás me esté volviendo tan loco como Don Quijote, o tan racional como Sancho, vete tú a saber. Que sí, que vivir se está poniendo por la nubes y que el café sabe amargo, la mañana amenaza lluvia y me debato entre hablarte en verso o poner música de los noventa: tal es la confusión, el miedo, el nerviosismo... el reto. A este lado, ver la vida se está complicando y yo no sé hacia dónde dirigirme, si hacia el silencio o al altavoz; si votar rojo, morado, naranja o qué opinar; si escribirte o callarme; si dibujarte o hacerte realidad... No sé cómo decirte que me entiendas, que me tengas paciencia, que vivir se está poniendo complicado y más aún si tienes que estudiar en primavera. Sí, aquí, mujer, a la intemperie...

11 de marzo de 2015

"Una chica intolerante a la lactosa"

"Soy intolerante a la lactosa y ahora he de mirarlo todo bien", me dijo el otro día. No puedo imaginar que alguien como ella sea intolerante a la lactosa y, además, creo que la lactosa es muy tonta, pero eso es problema aparte. No es un drama, claro está, pero... si me paro a pensar en ella, si cierro los ojos y pienso, me pregunto: "¿Cómo va a ser intolerante a la lactosa una mujer como ella?" En fin, si alguna vez he de hacerle algún regalo comestible miraré bien el envoltorio... Con esto en el pensamiento -lo de la lactosa, digo, que es como lo de los celíacos o los que no pueden tomar gluten y demás- me vino a la cabeza aquella vez que, en Estados Unidos, me dijeron que una chica hermosa -como ella, por cierto- era judía. Uno llevaba la propaganda judeo-masónica spanish de tantas décadas y del barrio en la cabeza y pensaba que las mujeres judías serían yo-qué-sé (mejor no describo)... y, entonces, ahí estaba la joven -tres años menos que yo, alta, ojos azules- y no me quedó más remedio que asumir que la propaganda había sido muy-muy engañosa. Ahora, pasa lo mismo: tú te piensas que la intolerancia a la lactosa le va más, no sé, a los políticos, a las cotillas de mi pueblo o a la gente que trabaja para los bancos; pero no, le pasa a la gente estupenda como ella, que le habrán hecho mil pruebas de esas de pinchazos y demás... Entonces, como cuando conocí a la chica judía en New Hampshire, me voy a la cocina, tomo el batido de cacao (oferta de 3 por 2, por cierto) y me oigo decir: "la madre que parió a la lactosa". 
 
(Fotografía cedida para este relato por Carla Gómez-Raggio)

9 de marzo de 2015

"En días como hoy..."

En días como el de hoy, sí; en días en los que uno se levanta con la realidad en las gafas, con el pie izquierdo dirigiendo la acción y una jaqueca alérgica de mil horrores... ahí es cuando sacas el pelín de sinceridad atómica que tienes. Sí, en días como hoy, cuando recuerdas que tienes que dar guerra... Te decían en el café que "los escritores han salido al rescate de la política", por ejemplo. ¡Pues claro!, no hay otra opción: para enderezar esto tienen que ser los que de verdad saben de amor y cómo amar; los que saben mirar a las mujeres a los ojos y decirles la verdad; los que se enamoraron de sus manos la primera vez que las vieron; los que saben guardar en un cuaderno el mejor de los secretos durante años; los que nacieron para poetas pobres, no para pelotazos urbanísticos; los que tienen miedo a que el decir o el hacer no sea bien visto por la musa o por la amante -que son el eco de la sinceridad racional-; los que ahorran en dinero y gastan en palabras; los que piensan mil veces el whatsapp que van a enviarle...; los que robarían un libro de Lope de Vega pero nunca el dinero de los demás; los que perdieron alguna vez el tiempo y la razón, por amor; los que conducen con rapidez en la autovía o los que no tienen carné por puntos, pero que van en su coche aunque se caiga a trozos; los que escriben páginas para ella sin que ella misma lo sepa; los que sienten timidez cuando un anciano dice haber leído su último escrito; a quienes se les hace un nudo en el estómago cada vez que la ven; los que prefieren los niños o los adolescentes a los consejos de administración; los que creen que las mujeres son más válidas e importantes que la mayoría de los hombres; los que tienen miedo del miedo mismo; los que son de Suárez o de Kennedy... Sí, todos esos, porque España es una mujer muy exigente. 

4 de marzo de 2015

"Borrar el pasado"

Sentado frente a una taza de café, humeante, me vino a la mente un consejo que me dieron hace muchísimo tiempo ("que nadie tenga claro si vas o si vienes; que todos duden de si te haces el tonto"); sonreí, porque los buenos consejos siempre te traen a la mente a la buena gente que te los dio. Anotaba en ese instante algunas cosas en mi agenda verde y una conversación tensa de whatsapp vino a interrumpirme. Escribo, lo confieso, para algún día contar a los futuros jóvenes cómo es esa chica que yo conozco ahora y, como tengo la cabeza que tengo, necesitaré la historia bien documentada. Raro es aquel escritor o afín a escritor que diga que no toma notas; de estas cosas, de estas personas siempre hay que guardar recuerdo escrito: además, como yo, en tinta roja, intensa, literaria... En fin, que el pasado que acaparaba esa conversación estaba enturbiando las notas ("decirle a... que..."; "cuando hable con... comentarle que..."; "cuando le cuenta a... se va a reír mucho") y decidí, de sopetón, que el pasado, cuando no se conjuga en presente, es mejor que se quede pretérito: a ver qué sentido tiene estar mirando hacia atrás cuando la vista que tienes delante es más interesante. Como se viene la primavera y todos andamos atontados, decidí dar ese paso adelante que a todos nos cuesta y, tras el amargo regusto de la conversación, decidí que no volvería a repetirla. Es muy sencillo, ahora que caigo: hablar del presente me ocupó en la agenda doce líneas más una, del pasado dos. Tenía que haber hecho caso antes a las musas y eso que hubiese ganado.