25 de septiembre de 2017

Leyendas de calle...

Cuando iba al Instituto corrían ciertas leyendas por los pasillos, como aquella sobre un profesor de Física y Química, de quien se decía que era tan seco y retraído porque había sufrido un accidente de automóvil, en el que habían fallecido su mujer e hijos: con el tiempo supe que era soltero y nunca había sufrido accidente alguno. O aquella otra que corría en un pueblo pequeño, sobre un joven que había emigrado y se decía, a su vuelta, que era un competente abogado, al que nunca se vio asistir a juicio alguno: décadas más tarde se supo que en su periplo le había ido tan mal que dormía sobre las tablas de un banco y, cuando de pedir reunió lo suficiente, decidió regresar; eso sí, bien vestido y contando historias absolutamente inventadas. Muchos lugares de la geografía tienen aquella repetida leyenda acerca del tío soltero cuyos sobrinos piensan con una cuenta bancaria millonaria y, cuando llega la hora de la verdad, descubren que lo que le abundan son deudas. Incluso esa otra según la cual la chica guapa del lugar, que además estudia en una ciudad universitaria, rechaza las amistades del pueblo porque le sobran en la gran ciudad, aunque un día la vieron absolutamente solitaria en la Facultad, en la cafetería, en la biblioteca, en la residencia de estudiantes... En estos tiempos de posverdad -como se llama ahora a la mentira- las leyendas siguen teniendo vigencia, especialmente para quienes dicen que no les gusta leer ficción.